Leer la Historia, un festival que marcó las pautas para una recreación pluricultural. Foto: Calixto N. Llanes
Modelo de recreación inteligente. Pudiera parecer exagerada la expresión, pero no se me ocurre otra manera de definir lo que durante seis tarde-noches, vivimos quienes asistimos al Pabellón Cuba. Leer la Historia, más que una gigante librería, a la que concurrieron decenas de miles de cubanos de varias generaciones, se convirtió en un espacio recreativo pluricultural, que animó el corazón mismo de la Rampa capitalina, con opciones diversas de mucha calidad.Nadie discutiría el valor de los libros que se presentaron, como plato fuerte de cada jornada, y que dieron la posibilidad de que escucháramos a iluminados de nuestra cultura nacional, como Roberto Fernández Retamar o Graziella Pogolotti, reflexionando sobre la utopía compartida en este medio siglo de Revolución. Ellos, junto al público asistente, validaron con sus observaciones y anécdotas, esa bellísima idea del Instituto Cubano del Libro de crear una colección que rinde homenaje al aniversario 50 del triunfo de nuestra Revolución, y que nos acercó al Fidel que es, y que ha sido admiración del mundo, a partir de un texto de Luis Baéz que todos debieran tener, o al pasatiempo nacional desde la compilación Con las bases llenas... Béisbol, historia y revolución, que realizó el joven historiador Félix Julio Alfonso, por solo citar dos ejemplos.
Sin embargo, quisiera detenerme en lo que menos promoción tuvo, y que a mi modo de ver fue el acierto mayor de este empeño: la programación cultural variada que animó la Feria hasta muy tarde en la noche.
El audiovisual, que recrea temas históricos, y especialmente el mejor cine cubano, que nos describe y enorgullece, tuvo cientos de pupilas atentas en la improvisada sala de proyecciones que recibió al visitante en la misma entrada del Pabellón, en la calle 23; como también tuvo asistentes innumerables el sitio Navegar la Historia, que permitió el acceso a descargar libros, videos, animados, fotos, multimedia y música, en memorias flash o MP3.
La trova, que tantos problemas ha tenido para encontrar un lugar fijo en la capital, cada tarde y más allá de las dos horas previstas por los organizadores, demostró su buena convocatoria, y con un audio pequeño y buen gusto en el diseño del espacio, reunió sobre todo a una generación muy joven que coreaba temas que nunca se han difundido por nuestros medios de comunicación, y que son ahora mismo expresión de la continuidad de una canción trovadoresca que, sin discusión, es banda sonora de los años de epopeya revolucionaria y hacer cotidiano de nuestro pueblo, luego del 59.
Otro aporte en relación con el disfrute musical, fue el rescatado sitio Pepito’s Club, que por iniciativa del Festival Universitario del Libro y la Lectura (FULL) apareció por vez primera hace más de un año, y que volvió a sumergir al público, ahora tarde en la noche, junto a nuestros mejores y más virtuosos jóvenes jazzistas, en un ambiente de descargas dominado por vampiros y vampiresas tropicales, nacidos del ingenio de Juan Padrón.
Leer la historia, organizada por la Unión de Jóvenes Comunistas y el ICL, fue una idea-homenaje dedicada a la Revolución, en vísperas de sus 50 años, especialmente, porque brindó la posibilidad de que se manifestaran la sensibilidad, el amor a lo bello, el reconocimiento a la dignidad nacional, virtudes que ha sembrado en su pueblo la obra fidelista y martiana que hemos construido, a la par que confirmó que con pocos recursos y mucha creatividad se pueden ofrecer opciones plurales, para gustos diversos, en las que la cultura sea el centro.
Indispensable es que sigamos pensando, proyectando, pero sobre todo, materializando espacios donde cotidianamente nuestro pueblo pueda interactuar con opciones recreativas bien pensadas, variadas y atractivas en el terreno del disfrute espiritual. Ese es el modo único de hacer frente, en medio de las adversidades y confrontaciones diarias, a los modelos seudoculturales que impuestos por la globalización neoliberal nos acechan, incluso promovidos, lamentablemente también, desde algunas de nuestras instituciones.
Tenemos todos la responsabilidad de seguir proveyendo a nuestro pueblo de una mejor calidad de vida; no es posible hacerlo auténticamente de otro modo que no sea desde la cultura. Leer la Historia, durante la pasada semana, nos mostró un modelo, el reto es convertirlo en propuesta cotidiana.