Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cultura, mestizaje y resistencia

Autor:

Luis Sexto

Miremos el almanaque y recordemos que hoy los cubanos celebramos el Día de la Cultura Nacional. Es el día en que se cantó, haciéndole eco a la metralla inaugural de la Revolución independentista, el Himno de Bayamo, luego nacional, compuesto durante la conspiración previa y al que su autor, Pedro Figueredo, le escribió letra sobre la montura de su caballo de guerra en 1868.

Ese origen en medio del combate por la libertad, marcó a la cultura espiritual de los cubanos con el signo de la resistencia. Cuando en Cuba se firmó el Pacto del Zanjón en 1878, un músico mulato concibió al unísono el danzón, género bailable nacido de la contradanza europea, pero con células sobre las cuales se erguía la síntesis de lo cubano, que en esos momentos sufría su primer revés político. ¿Y acaso no hay mucho de la frustración patriótica de aquel momento en el empaque, la solemnidad melancólica del danzón que con el tiempo se convirtió en el baile nacional?

Otra sacudida de resistencia estremeció a Cuba cuando, después de la república intervenida por los Estados Unidos con la consecuente limitación de la independencia en lo político y lo económico, la cultura nacional logró la síntesis beligerante frente al mimetismo neocolonial. El recuento sería largo. Y tras 1959, la cultura halló lo que antes no había tenido: un pueblo que aprendió a leer, y a ver, y a oír, y que no tuvo ya vergüenza de llamar Ochún a la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba para negros y blancos en el sincretismo, el mestizaje y la cultura mayor de la Revolución.

Todo ello, muy justo y verdadero, necesita también que lo llevemos al plano de todos los días, donde solemos confundir cultura y saber. Parecen lo mismo. Pero, aunque no se excluyen, difieren a mi ver en el alcance. Incluso en la manifestación. Conozco a gente sabihonda, no sabia, que retuerce el saludo y no lo devuelve. Y sé de sabichosos que estiman que, después de ellos, nadie. O el diluvio. Les falta cultura. Porque la cultura, en su sentido más humano, se empalma con el sentimiento, la conciencia. Vive también en los valores de la cordialidad, la hospitalidad, la cortesía, la lealtad...

La cultura, así objetivada, trasciende el mero saber, la simple y por ratos indigesta erudición. Y se convierte en modeladora del carácter y la conducta; en vez de sustituir al sentimiento, lo acompaña. Porque toda cultura, individual o colectiva, implica un proyecto de convivencia. Pone «en lo más alto el corazón», según el verso de Félix Pita Rodríguez.

A los cubanos, como regla, la cultura individual no nos sobra. Más bien acusamos su déficit. Y no rozo el heroísmo al decirlo. La nación ha adquirido certeza de los vacíos y se ha parado a distinguir, al decir de Antonio Machado, «las voces de los ecos». A delimitar con razón y flexibilidad, el país real del país de nuestras ilusiones. Y, consecuentemente, se ha inaugurado un proceso en el que la cultura tiende a expandirse, a generalizarse, para ocupar los espacios que la instrucción, el saber, abundante entre nosotros, son incapaces de poblar con valores éticos, políticos, estéticos.

Y por ello la cultura y su extensión sobrepasan la acera de las instituciones. Y exige, ante todo, sensibilidad en cuantos recibieron el mandato de promover la visión amplia, cordial, conviviente, de la cultura. Porque nada más dañino que el encuadre burocrático, cuyo visor confunde promoción con eventos, acción con estadísticas. Ese prejuicio, que subsiste con una tenacidad merecedora de otra intención o interés, es la prueba irrecusable de que la cultura, la que perfila y abastece la conciencia, necesita generalizarse. Y de que Fidel no yerra cuando expresa que la nación y la libertad se salvan o perecen con ella.

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