Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Leyendas

Autor:

Eduardo Grenier Rodríguez

Me pregunto hasta qué punto son infalibles los deportistas a los cuales llamamos leyendas y si la certeza de nunca verlos inclinar la frente delante de un rival es tan absoluta como a veces la pintamos. Encuentro cierto placer al descubrir trayectorias de hombres y mujeres que jamás saborean el amargo sabor del fracaso. ¡Qué barbaridad! Una y otra vez ganan y ganan y la letanía de lo habitual no les corrompe ni un ápice el esfuerzo ni el hambre, ni tampoco destruye la espectacularidad de sus éxitos.

Sin embargo, qué gran maravilla se esconde justo detrás de lo ignoto. Y pienso, entonces, que las leyendas son también, de una manera camuflada, personajes villanos. Nos acostumbran a repetir siempre el mismo guion, nos atontan, nos privan de giros abruptos, nos aniquilan el frenesí de las sorpresas de gente común que alcanza la luz de la victoria por única vez en su vida. Ese valor de lo inesperado enciende todas las emociones.

Por eso fue hermoso ver, hace algunas semanas, durante el Mundial de atletismo de Budapest, a la australiana Nina Kennedy, que tiene cara de buena gente y nació el mismo año que yo en una ciudad afrodisíaca llamada Busselton, destrozar sus propios límites y partir a la mitad el oro de la favorita estadounidense Katie Moon en la prueba de salto con garrocha.

Fue el suyo un ejemplo de vida. Me entusiasma descubrir que tiene mi edad y ya pudo cumplir sus sueños. Es un amasijo de vaivenes esta vida y a cada quien le llega la gloria en la medida que la persiga. Ella la buscó, la agarró y le brincó por encima. Nina tiene un arma y es la garrocha y con eso puede llegar más alto cada día.

A otro, llamado Josh Kerr, ahora todos le dicen aguafiestas, porque en las calles de Oslo no pudieron beber jarrones de cerveza por sus dos brillantes corredores. Uno, Karsten Warlhom, sí mantuvo su hegemónico reinado en 400 con vallas. Otro, Jakob Ingebrigtsen, saltó el renglón de Budapest en la historia de su ¿leyenda? en 1500 metros.

No querrá verlo jamás, lo borrará como pueda, le entrarán escalofríos si vuelve a sentir el frescor del Danubio. Decía al inicio que algunos deportistas jamás conocieron la derrota. Esas son las leyendas. El caudal de una rivera sirvió entonces para discernir entre lo excelso y lo muy bueno. Ingebrigtsen quedó ahí, justo a las orillas, donde se agolpan otros cientos y cientos a lo largo de la historia. Y aunque han pasado los días, confieso que yo me alegré: si nos van a atontar, al menos que valga la pena.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.