Además de las masacres, se produjeron en Latakia detenciones de supuestos sustentadores de Al Assad. Autor: EPA Publicado: 22/03/2025 | 07:50 pm
Tras una semana de masivos asesinatos de civiles de la minoría alauita en las provincias costeras de Latakia y Tartús, el Gobierno de facto instalado en Damasco selló un pacto con milicias kurdas apoyadas por Estados Unidos, que puede alterar el mapa político de Siria y su papel en Oriente Medio.
¿Quién cometió semejantes crímenes? ¿Por qué tal ensañamiento con familias completas, totalmente indefensas?
El Gobierno de facto dijo que el baño de sangre fue la respuesta a una emboscada tendida por seguidores del expresidente Bashar Al Assad a integrantes de los Servicios de Seguridad del Estado, en la que 13 de sus integrantes murieron, cerca de la ciudad costera de Latakia.
A pocos días, esa versión oficial, reproducida sin verificación en medios internacionales, comenzó a desmoronarse tras la investigación de otros como The American Conservative (TAC) que descubrió una secuencia diferente.
Es cierto que la mayor parte de las víctimas correspondía a la minoría alauita —una rama del islam chiita, a la que pertenece la familia de Al Assad, originaria de esa región— aunque también se registraron víctimas de comunidades cristianas.
Es verdad, pero no fueron responsables del inicio de los combates, según fuentes en Latakia, publicadas por TAC, las cuales indican que la reciente matanza culmina meses de provocaciones y agresiones a la minoría alauita.
Nueve mil soldados, en su inmensa mayoría alauitas, que participaron en los combates contra el sanguinario grupo terrorista Estado Islámico de Siria e Irak (ISIS, por sus siglas en inglés), que pretendía instalar un emirato musulmán sunita, «fueron detenidos y desarmados por los insurrectos del HTS de Al Golani el mismo día del derrocamiento de Al Assad».
ISIS invadió el territorio sirio desde Irak, tras apropiarse de armamento dejado atrás por tropas de Estados Unidos en su retirada de la región mesopotámica y mucho dinero, producto de asaltos a bancos en el norte del país vecino.
El liderazgo del HTS del ahora presidente Al Sharaa (antes conocido por el nombre de guerra Abu Mohammad al-Golani) incumplió su promesa de garantizar una amnistía a los soldados del Gobierno de Al Assad ajenos a acusaciones de actos violentos contra la población civil. Otras provocaciones incluyeron ataques artilleros y con drones contra humildes aldeas rurales alauitas, añadió el reporte de The American Conservative (TAC).
Las autoridades sirias dijeron que fueron hechos aislados, pero residentes afirman que la población solo contaba con escasas municiones y cuando se acabaron se retiraron a sus casas. Fue entonces cuando extremistas islámicos de Siria y cualquier otro país —entre ellos mercenarios chechenos— aprovecharon para avanzar hacia la zona costera y emprendieron una verdadera limpieza étnica.
La publicación The Grayzone habló con organizaciones de ayuda humanitaria en la zona, quienes informaron que el número real de muertos era mucho mayor. Indicaron que más de 4 000 civiles murieron, miles resultaron heridos y alrededor de 200 000 personas se han visto desplazadas internamente por la violencia.
Más de 10 000 alauitas huyeron a Líbano en la primera semana y más siguen dirigiéndose al norte de ese país, a pesar de la dificultad de cruzar en una zona donde ya no existen pasos fronterizos oficiales.
Los alauitas representan aproximadamente el diez por ciento de la población de Siria, lo que significa entre dos y tres millones de personas. La mayoría vive en el noroeste.
Su origen se remonta al siglo IX cuando fueron agrupados por Ibn Nusayr como una rama de la tradición chií, y su percepción como chiítas efectivos también los convierte en blanco de los grupos islamistas suníes.
Viejos conocidos
Las estremecedoras escenas televisadas al mundo pusieron en un serio aprieto al autoproclamado Gobierno interino del movimiento armado islamista Hayat Tahrir al-Sham (HTS) y su líder, Ahmed Sharaa, registrado en Estados Unidos como un «terrorista de Al Qaeda» y por quién Washington llegó a ofrecer diez millones de dólares por su captura.
Es preciso aclarar que eso fue hasta su llegada al Palacio Presidencial de Damasco. Pocas semanas después, funcionarios del Gobierno del recién instalado Donald Trump acudieron al encuentro de Al Sharaa en Damasco, en un acto equivalente al reconocimiento de su autoridad, a pesar de sus antecedentes.
En realidad, más que un tanteo exploratorio, la flamante administración puesta en marcha por Trump en su segundo mandato decidió ponerse al día con un antiguo socio de Estados Unidos.
Desde inicios de 2011, el embajador de Washington en Damasco, Robert Ford, se convirtió en activo promotor de provocadoras protestas callejeras que procuraban el derrocamiento de Al Assad, a la sombra de la supuesta ola democratizadora llamada Primavera Árabe. Entonces cultivó sus contactos con los grupos islamistas, takfiríes y salafistas, que desencadenaron una sangrienta guerra sectaria.
Ahí entra en escena el líder del HTS. Durante la presidencia de Barack Obama, Washington proporcionó entrenamiento y armas a la oposición contra Al Assad, con la esperanza de derrocarlo y socavar la influencia regional de su aliado Irán.
Sin embargo, las facciones rebeldes más poderosas eran yihadistas violentos, un hecho reconocido en un memorando interno de 2012 distribuido por la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA) de Obama, según recordaron los analistas internacionales Kyle Anzalone y Will Porter del Libertarian Institute.
Durante su primer Gobierno, Trump puso fin al apoyo estadounidense a la oposición sunita —dijeron— pero impuso amplias sanciones a Damasco. Esto impidió que el Gobierno de Al Assad aplastara a la Al Qaeda siria, liderada por Abu Mohammad al-Golani (ahora presidente interino de Siria) quien entonces concentraba sus fuerzas en la provincia de Idlib, donde se acopió armas, tanques y hombres a la sombra de la ocupación estadounidense del extenso y rico en hidrocarburos territorio del norte y este del país, en contubernio con las milicias kurdas agrupadas en las llamadas Fuerzas Democráticas Sirias (FDS).
Al menos un cierto apoyo a los rebeldes se reanudó durante la presidencia de Joseph Biden. A finales de 2024, equipadas con drones ucranianos, las fuerzas de al Golani pasaron a la ofensiva, capturaron Damasco y obligaron a Al Assad a huir del país. Al mismo tiempo proclamaron su ruptura con Al Qaeda, se convirtieron en un paraguas que dio cobija a yihadistas de diversa procedencia, y fue acogido con agrado por Washington y sus aliados.
Los acontecimientos del fin de semana pasado hicieron que el senador republicano de extrema derecha Lindsay Graham se preguntara: «¿Se trata de Al Qaeda o ISIS light o es una nueva forma de Islam con la que todos podemos vivir?», añadiendo que antes de que se levantaran las sanciones, el ahora presidente Al Sharaa debía cumplir con condiciones no especificadas.
Después del estallido de violencia en la región costera, cuando el HTS convertido ahora en Fuerzas de Seguridad asesinó a cientos de civiles alauitas, el Gobierno de facto concertó un sorpresivo acuerdo con la jefatura de las FDS kurdas.
Según trascendió, Washington alentó a sus aliados kurdos sirios a alcanzar ese acuerdo, calificado de histórico, un pacto que busca fusión y podría evitar más conflictos en el norte de Siria en un momento de incertidumbre sobre el futuro de las fuerzas estadounidenses desplegadas en territorio sirio a lo largo de la frontera con Irak. Sin embargo, aún no se han especificado los detalles clave de cómo ocurrirá esto.
El general Mazloum Abdi, jefe de las FDS lideradas por los kurdos, viajó a Damasco a bordo de un avión militar estadounidense para firmar el pacto con el presidente interino Ahmed al-Sharaa.
El acuerdo se produjo en un momento de presión para ambas partes. Al-Sharaa está lidiando con las consecuencias de los asesinatos sectarios, atribuidos a militantes alineados con su Gobierno, mientras que las SDF están enfrascadas en un conflicto con grupos de milicianos sirios respaldados por Turquía que son aliados de Damasco.
Según trascendió, Turquía acogió con satisfacción el acuerdo. Un funcionario del Gobierno sirio dijo que la presidencia trabajaría para abordar los asuntos pendientes entre las SDF y Turquía.
En tanto, el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, dijo que Washington dio la bienvenida al acuerdo. Está claro que EE. UU. ha puesto armas, dinero e influencia en varios nidos a lo largo de más de una década y ahora intenta sacar el mayor provecho.
Queda por ver si los grupos que se disputan el poder y su cuota de beneficio, ocultos en diferencias étnicas o confesionales, podrán conciliar sus rivalidades.