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Sí, Brasil está de vuelta

A poco más de un año del retorno del PT al poder, el Gigante sudamericano se erige como una de las naciones que brega por la inclusión y el desarrollo del Sur. Una oportunidad en el G20

Autor:

Marina Menéndez Quintero

No se sentirán defraudados quienes apostaron a un desempeño «beligerante» de Brasil con el retorno de Lula al poder. Poco más de un año después de su asunción para un tercer mandato, el quehacer del gigante sureño en la arena internacional es coherente con la frase expresada por el líder del Partido de los Trabajadores (PT) a poco de retomar la presidencia: «Brasil ha vuelto».

El anuncio no significaba solo la reinserción activa en la comunidad internacional de un país que, siendo el más extenso y teniendo también una de las mayores economías de América Latina y el Caribe, había abrazado durante cuatro años la posición retrógrada y trumpista del entonces mandatario Jair Bolsonaro cuando, a imagen y semejanza de su ídolo estadounidense, este sumió al país en un ostracismo dictado por su retiro de los principales foros mundiales.

Además, con Lula, Brasil se reinserta en la vida del orbe con una posición contra las hegemonías y a favor del Sur, coherente con la propia esencia del izquierdista Partido de los Trabajadores y de su fundador, reforzada, tal vez, por la estatura como estadista que le ha dado al otrora sindicalista de la metalurgia su ya experimentada vida política.

En primera instancia, el reimpulso lo recibió la integración latinoamericana y caribeña, que transcurre mediante varios esquemas relanzados a principios de los años 2000 con la llegada de gobiernos progresistas que hicieron mucho en poco tiempo como el del mismo Lula en sus primeros mandatos; Chávez en Venezuela, Evo en Bolivia, Kirchner en Argentina, Correa en Ecuador, Lugo en Paraguay… y la siempre activa postura de Cuba en favor de la unidad.

Pero esos procesos fueron enlentecidos después, o han sido víctimas de intentos de desarticulación, por la llegada de ejecutivos derechistas poco dados a la integración que preconizan la «casa sola» —mirando al Norte— dictada por el neoliberalismo.

Así ocurrió en varios de aquellos países y ha vuelto a acontecer en Argentina; sin contar lo que pudo ser y no dejaron que fueran por el golpe legislativo que defenestró y mantiene bajo arresto sin juicio, en Perú, al humilde exmandatario Pedro Castillo.

Los esfuerzos por revitalizar la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) —golpeada por la escisión de algunos de sus miembros— estuvieron en las primeras gestiones de Luiz Inácio Lula da Silva en el plano exterior tras su retorno al Gobierno, así como el intento de destrabar las amarras comerciales que siguen lastrando la cristalización de la más antigua de estas iniciativas regionales: el Mercado Común del Sur (Mercosur).

En ese ámbito, la presencia de Brasil en la Celac (la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), que acaba de celebrar su 8va. Cumbre, contribuye a mantener sólido y unido al más amplio espacio de articulación de la región, propósito constatado en esa cita.

Por la multipolaridad

Pero la proyección de la política exterior brasileña rebasa con creces ese entorno especial que significa Latinoamérica. La presencia de la nación en el grupo Brics, del cual es fundadora junto con Rusia, India, China y Sudáfrica, le ha abierto la posibilidad de bregar junto a aquellos desde ese arco, en favor del desarrollo de los países del Sur.

De hecho, el grueso del PIB de ese conglomerado lo sitúa en lugares que superan el ocupado por el poderoso G-7 en la economía mundial, a lo que se suma la entrada de cinco nuevos miembros constatada en enero, que amplía sus potencialidades.

Ello sigue marcando la consolidación de un ente alternativo que se estima entre los signos de una multipolaridad en gesta, y que parece la única vía para ir abriendo paso, paulatinamente, al nuevo orden económico y financiero a que muchos aspiran.

Dentro de ese contexto, las osadas propuestas de Brasil apuntan a seguir fortaleciendo ese enclave de las economías emergentes. Por ejemplo, la idea no concretada de una moneda común, formulada por Brasilia junto a Moscú en la más reciente cita de los Brics en Johannesburgo, navega en ese sentido, y sería otro punto a favor de una arquitectura financiera distinta al injusto orden vigente.

No puede soslayarse la presencia de Brasil, también, en la presidencia pro tempore del Nuevo Banco de Desarrollo de los Brics, responsabilidad que desempeña la exmandataria Dilma Rousseff, con todas las posibilidades que ello significa para que la institución establezca proyectos de cooperación con las naciones «de la periferia».

La diversificación del uso de las monedas en las transacciones comerciales internacionales de modo de eludir el hasta ahora imprescindible empleo del dólar, también se cuenta entre las iniciativas valorizadas al influjo de los Brics, desde luego, con el empuje brasileño.

Sui géneris presidencia del G20

Esas posiciones a favor del mejor mundo y posible son facilitadas por el peso económico del país sudamericano, y están siendo más visibles por la coincidencia de que a ese país le tocara asumir el liderazgo temporal de algunos de los grupos de países más poderosos y amplios en este lapso.

Su presidencia pro tempore del grupo de las 20 economías más grandes del planeta (el G20) ha sido considerada por Lula  como «la mayor responsabilidad internacional» de Brasil «sin abandonar la gestión local», como advirtió hace cuatro meses a sus ministros, y ha propiciado que se escuchen en ese foro, propuestas impensadas en otros momentos.

Será una tarea difícil pero trascendente trasladar al entorno donde están las economías más desarrolladas y excluyentes del orbe las prioridades que el país defiende en la arena mundial.

Entre ellas despuntan tres temas: la lucha contra el hambre, la pobreza y la desigualdad; el enfoque en las tres dimensiones del desarrollo sostenible: económica, social y ambiental —lo que incluye el enfrentamiento al cambio climático—, y la promoción de la reforma de la gobernanza mundial, un propósito que lleva implícito el auspicio de los nuevos órdenes mundiales reclamados, pasando por los cambios demandados al sistema de Naciones Unidas.

La reciente celebración en Río de Janeiro de la reunión ministerial del G20 de cara a la Cumbre de noviembre, que será el corolario del mandato de Brasil, y la cita de sus titulares de Finanzas, abrieron esta semana el amplio cronograma de alrededor de un centenar de encuentros planificados durante estos meses, incluyendo una cumbre de la sociedad civil previa al cónclave de los jefes de Estado y de Gobierno, que hará la diferencia en relación con mandatos anteriores.

La idea, han dicho los coordinadores brasileños, es trasladar a las poblaciones, principalmente a los movimientos populares y a las organizaciones no gubernamentales, las cuestiones que tienen mayor impacto en su vida cotidiana, ha adelantado la agencia Brasil.

Como carta de presentación, las reuniones de la semana que concluye mostraron que el propósito del ejecutivo del PT  de potenciar en el G20 las causas del Sur, es firme.

Como podía esperarse, la defensa por los anfitriones de lo que Brasil ha dado en llamar una «nueva globalización» para reducir la desigualdad y combatir el cambio climático, expuesta con calor en la reunión de titulares de Finanzas por el ministro Fernando Haddad, no tuvo todo el apoyo expedito, como tampoco la propuesta de crear un impuesto global para los superricos algo que ya se había hablado en otros foros—, por lo que es probable que estos asuntos queden pendientes para la cita de jefes de Estado y de Gobierno de fines de año.

Puede que aun entonces no se hallen consensos para contribuir a cambiar en algo el mundo. Pero la labor de Brasil ha visibilizado el problema, al colocar el desafío sobre este otro tablero.

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