Intervención Humanitaria Autor: Ares Publicado: 14/07/2021 | 09:19 pm
Lo del fair play (político) no llegó ni a apariencia: deshojábamos otro día al marzo de 2016 y en el estadio Latinoamericano, a la vista del distendido juego de pelota entre el equipo Cuba y el Tampa Bay Rays y no lejos de Raúl, un Barack Obama sonriente de oreja a oreja le decía a la cadena estadounidense ESPN, en franco tono de confesión de gradas: «Si nuestras ideas y nuestra cultura penetran esta sociedad, con el tiempo eso nos dará ventaja para promover los valores que nos interesan».
¿Hablaba de béisbol el entonces Presidente o tenía la cabeza en otro desafío? Obama, el carismático —«el hermano», escribiría Fidel en una estampa de aguda vindicación nacional—, el visitante que saludó a los cubanos con un «¡qué bolá!» de acento plástico y acogida dispar, nos invitaría, en un discurso de muchas ojivas verbales, a dejar atrás la Historia y «enterrar el pasado». Él, sin embargo, jamás enterró del todo el hacha del acoso. Después llegaron Trump y Biden, que no es lo mismo… pero es igual.
Es difícil hallar maneras nuevas de decir lo que a esta hora todos debíamos saber: así, pequeña como es posada en su Caribe, Cuba resulta uno de los blancos predilectos de la guerra sin rostro, la llamada no convencional que el domingo pasado nos garabateó en las calles un pasaje ilustrativo.
Mirando, más que lo que pasa, lo que la Casa Blanca quiere que pase en Cuba, uno tiene que remitirse y remitir al proyecto contra la Unión Soviética expuesto por Allan Dulles a inicios de los años 60 en su libro El arte de la inteligencia: «Sembrando el caos sustituiremos sus valores, sin que sea percibido, por otros falsos, y les obligaremos a creer en ellos. Encontraremos a nuestros aliados y correligionarios en la propia Rusia. La honradez y la honestidad serán ridiculizadas y presentadas como innecesarias, y convertidas en un vestigio del pasado. El descaro, la insolencia, el engaño y la mentira, el alcoholismo y la drogadicción, el miedo irracional entre semejantes, la traición, el nacionalismo, la enemistad entre los pueblos y, ante todo, el odio al pueblo ruso. Todo esto es lo que vamos a cultivar hábilmente hasta que reviente como el capullo de una flor».
Al cabo, el gran oso cayó por un tiempo. Los hermanos rusos sabrán mejor que nosotros qué tropiezos les causaron los Dulles de la otra América, la que desprecia, pero lo que sí está claro es que un «capullo» cubano no se abre en flor para los yanquis. El almiquí no cae, y eso los exaspera.
Como parte de la Doctrina del Departamento de Defensa de Estados Unidos, la guerra no convencional integra acciones y programas dirigidos a fomentar, de maneras sutiles, movimientos de resistencia o insurgencia presuntamente autóctonos con miras a derrocar gobiernos sentenciados por el César.
Más que nombres paralelos, las revoluciones de colores, el poder inteligente, los golpes suaves, la guerra irregular, cibernética y de cuarta generación —que entran «mansas», pero han dejado un goteo de sangre en el mapa mundial— se erigen en componentes picantes de la más general receta del caos.
Hasta John F. Kennedy, esa página violentamente arrancada —¿por quién, Uncle Sam?— de la Oficina Oval, sucumbió a los embrujos expansivos de esta política: «En la medida —llegó a decir— en que las armas termonucleares sean más poderosas y existan menos posibilidades para su empleo, las operaciones subversivas desempeñan un papel cada vez más relevante».
Todo sugiere que otras subversiones se tejieron contra él, pero JFK aún estaba al mando —esto es, vivo— cuando el 25 de julio de 1962, en un análisis de la marcha de la Operación Mangosta, un memorando del Departamento de Defensa consideraba que para «ayudar a Cuba a derrocar a un régimen comunista» eran necesarias, entre otras, «acciones encubiertas, políticas y económicas, para inspirar una revuelta o desarrollar la necesidad de una intervención de Estados Unidos». Más «claro», ni Facebook.
En concreto, el manual de ataque vigente contra Cuba se asienta en ungir de la nada y promover una oposición política cuyos líderes —bajos de Vampisol, esa creación caribeña— no cuajan bajo este cielo; separar al Estado y al Partido del pueblo; activar la artillería de desinformación, la guerra sicológica y la agresión cultural y envenenar las plataformas digitales en contra de la Revolución. Si alguien no lo ha visto claro en estos días; el problema no es de la COVID-19, es tan solo de oftalmología.
Dicho en cubano, cubanos, no podemos dejar que nos secuestren desde Washington la costumbre de pensar y mucho menos que nos cojan para eso: lo que quiere el imperialismo es tener en sus redes —porque ellos las controlan— y en estas calles —que controlamos nosotros, gracias a Dios y a Fidel— los alzados convenientes que una vez plantó en las lomas.
Con otras armas en tiempos de internet, el imperialismo sigue metiendo ponzoña para dividirnos y asoma la nariz de un plan desestabilizador —«guarimbas» cubanas o algo así— que, en respuesta, pondría en las calles el campamento de la Revolución. Porque si para tumbar a Cuba ellos colocan bandidos de nuevo tipo que busquen la vuelta del mayoral, seguramente Cuba se invente maneras nuevas de LCB.
Maestro de la palabra y el ejemplo, el intelectual venezolano Luis Brito García ha explicado con filo inigualable este fenómeno que encierra iguales tintes en su patria nuestra: «En nombre del imperialismo humanitario, la atrocidad bondadosa y el holocausto bienhechor, se intensifica la agresión pacífica, el bombardeo filantrópico, el exterminio vivificante y el genocidio benévolo para asegurar el saqueo generoso y el pillaje altruista».
La frase, muy anterior, pareciera la respuesta directa a la postura de Joe Biden sobre los alborotadores en Cuba. Resulta que el señor Presidente, que en un semestre en el cargo solo ha dicho de Cuba que Cuba —y Cuba son los cubanos— no es prioridad y no ha quitado una púa al alambre del bloqueo, ha despertado repentinamente este lunes de su siesta y llamado al «régimen cubano» a escuchar a su gente y atender sus necesidades.
No, como su antiguo jefe Obama en los días de su estancia en el Latino, Joe Biden no tiene idea (en política) de lo que es el fair play. Juega tan sucio como esos usuarios de Twitter que pusieron y/o replicaron un tuit que, con las imágenes de un Buenos Aires desbordado que festejaba la llegada a casa de su equipo de fútbol, campeón de la Copa América, dijeron que eran protestas en La Habana. Otra mentira digna de tarjeta roja; esperemos que, al menos, estos Pinochos fichen a Lionel Messi para que juegue en nuestro equipo.