Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Cubanos…!

Siempre somos complicados pasajeros de aeropuerto, pero lo que no parece haber descubierto aduana alguna es que andamos por el mundo con una Isla en la mochila

Autor:

Enrique Milanés León

CARACAS.— A la hora pico de la mañana, cuando un enjambre de blancas abejas de la salud sale a trabajar y el ascensor nos recuerda un lejano tren lechero, sus reiteradas paradas permiten ver, en los flashazos de la puerta, imágenes que remueven las raíces hasta el punto de preguntarnos si estamos en Venezuela o seguimos en cualquiera de esos pueblos cubanos de los que no deja de hablarse, lo mismo en esta populosa capital que en las vastas tierras del llano, en la cordillera o en la mojada telaraña del Orinoco.

Tal pudiera ser el «plano» de uno de los dos edificios donde viven buena parte de los colaboradores cubanos en esta ciudad: en los pasillos del piso 13, Chávez sigue hablando al pueblo bajo la lluvia, en un afiche, y en los del 12, Bolívar recuerda que «La libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del universo». El 11, habitado por colaboradores de la cultura, se ambientó con motivos elocuentes: Alicia bailando por los siglos de los siglos y una pintura sobre las palmas, esas vigas con penachos que sostienen el cielo limpio de Cuba.

En el cinco, Chávez besa a una anciana que aprendió a leer con letras de cubanos y en la cuarta planta hay dos estampas: en una, Fabricio Ojeda defiende su causa con frase y fusil; en otra, Fidel dice otra vez qué es Revolución poco antes de «bajar» a otra fotografía, en el tres, para estrecharse con su hermano Raúl en un mensaje de la UJC.

Quien desembarque en mi piso, el 14, se topará con otra imagen digna de ad/mirar: siempre tierna, siempre alegre, Vilma está en una pared, vestida de verde olivo frente a una estrella —belleza de igual a igual— diciéndonos aun en silencio que sin la mujer se nos escaparía la patria.

Son las raíces del cubano, nuestro pru nacional, más allá de la impresión y la expresión, del acento y del volumen del acento. Cuando vamos a viajar, lo primero que empacamos son cápsulas de identidad; al retorno, siempre somos complicados pasajeros de aeropuerto, pero lo que no parece haber descubierto aduana alguna es que andamos por el mundo con una Isla en la mochila.

En el caraqueñísimo reparto de Tiuna me di cuenta un día de que, solo para nuestro «autoconsumo», hemos traído los CDR. Cierta tarde me avisaron de que a mi apartamento —bello eufemismo para decirme «a ti»— le tocaba la limpieza del lobby, y otra vez me dijeron que por una semana el piso de mi piso corría a mi cargo. No era nuevo: así como el cronista moja la frazada en un cubo de metáforas y títulos, aquí trapean la ilustre doctora, el acucioso ingeniero, la seria profesora y el excampeón de atletismo.  

Un reciente trabajo voluntario recordaba a muchos la época de oro —que quisiéramos abrillantar— de esa práctica en los barrios cubanos. Cumplida la jornada, comenté a un colega la belleza resultante y le conté la «queja» que, en medio del ajetreo, hizo un obrero venezolano a uno de los cederistas de Tiuna: «¡Me van a dejar sin chamba!». El nuestro le echó el brazo: «Tranquilo, es solo una tradición».

Es mucha Cuba en Venezuela. Por estos días me espera una guardia, de tres a seis de la mañana, y ya tengo plan: con Longina o alguna amiga suya en los audífonos, velaré el sueño de los míos. No, cuando venía no imaginé estos pasajes en mi año de trabajo, pero fuera de aquí no puede entenderse del todo el tamaño honroso de esta misión. Cada colaborador sabe que, como en cierto animado de Elpidio Valdés, «la balacera» ideológica de América se decide aquí.

Claro que no falta la cara alegre de Cuba, la que propicia el café en casa del vecino, la del «ensayo» solidario a lo cortico que luego se hace país, la del entendimiento de que nuestra tele —vista aquí como auténtica operación Milagro— tiene más cosas que decirnos que cualquiera.

No falta el piropo fallido o exitoso ni «el corrin por tercera» que a veces cambia por completo la decoración de ciertas parejas, no falta el trago esporádico para recordar, a puro paladar, a qué sabe un cañaveral guardado en roble, no falta Van Van y jamás se ausenta Silvio.

Son los cubanos, esa raza no mejor ni peor pero especial, puesta en la tierra para que el mundo entienda de una vez los contornos humanos de su Isla. Así andan, buscando entre las fechas sus Fechas, para recordar a los grandes que partieron. Así van, de misión en misión, hasta que un día cumplen y vuelven a casa como si nada; llegan y, al abrir las maletas entre un enjambre de cariño, muestran a su familia que, camufladas en otras apariencias, solo traían en ellas la tierra en que nacieron.

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