El informe confirma las denuncias del pueblo palestino. Autor: Retna Publicado: 21/09/2017 | 06:52 pm
«Cicuenta años de opresión» pudiera ser también el título del informe presentado por la Comisión Económica y Social para Asia Occidental de Naciones Unidas (Escwa, por sus siglas en inglés), donde alejó «toda duda razonable» del hecho de que el Gobierno israelí establece un régimen del apartheid contra el pueblo palestino en su conjunto.
No obstante, su nombre es igual de sugestivo: Prácticas israelíes hacia el pueblo palestino y la cuestión del Apartheid, y su conclusión es —en primera instancia— la redención de Palestina, que ha debido sufrir décadas de opresión mientras era dibujada por algunos medios de prensa y voceros gubernamentales como los malos de la película, los asesinos a sangre fría, el pueblo usurpador que en siglos pasados desplazó a los judíos de su Judea original.
En segunda instancia, el informe de la comisión es un acto de valentía de la agencia de Naciones Unidas, la cual decidió enfrentar a Tel Aviv, quien como niño malcriado esgrime la cuestión del antisemitismo si no se cumplen sus deseos.
Por ello, no extraña que a Rima Khalaf, la secretaria general adjunta de la Comisión, se le haya culpado en más de una ocasión de «antisemitismo moderno» y que, en 2014, por solo citar un ejemplo, el Embajador israelí ante la ONU intentara sin éxito que Ban Ki-moon la suspendiera.
Ahora la historia parece diferente. Apenas anunciado el informe, Stephane Dujarric, vocero del nuevo secretario Antonio Guterres, no dudó en aclarar ante la prensa que el documento fue publicado sin ninguna consulta previa y que sus puntos de vista «no reflejan los del secretario general».
La polémica ONU-Escwa se extendió hasta este viernes cuando Guterres aceptó la renuncia de Khalaf. La mujer jordana decidió alejarse de su cargo luego de que Naciones Unidas retirara el informe, y con ello lo deslegitimara.
Las intenciones tras la actuación del máximo representante de la ONU levantan dudas razonables, pues resulta imposible obviar que apenas iniciado su mandato ha tenido que contentar a Washington para que no expulse a la institución de suelo neoyorquino y la deje sin subvención.
Por supuesto, al no hacerle frente a Israel —el gran secuaz americano—, deja a la organización más que bien ante su huésped y principal donador, aunque Dujarric niegue una y otra vez que el Secretario General cediera ante presiones, e insista en que las diferencias con la Comisión para Asia Occidental se basaron en una «cuestión de procedimientos».
De hecho, Nikki Haley, embajadora estadounidense ante la ONU, se mostró «indignada» y reclamó desde el miércoles que se retirara el informe. En tanto, Emmanuel Nahshon, vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores israelí, recomendó en su cuenta de Twitter tomar unas pastillas para las náuseas antes de leer el texto de la Ecswa.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, se ve confiado, tiene ahora en la Casa Blanca un Gobierno que, por primera vez, ha declarado públicamente que no es necesaria la solución de dos naciones: «Yo veo dos Estados y un Estado, y a mí me gusta la (opción) de que les guste a ambos. Yo estoy contento con la solución que ellos prefieran», afirmó el mandatario Trump cuando su homólogo lo visitó en febrero en Washington D.C.
Sin embargo, la cuestión del apartheid y las pruebas enumeradas por la Escwa son elementos que Israel no podrá obviar. Más allá de reticencias, juegos políticos a escala global, alianzas transoceánicas, renuncias y complacencias, hay un pueblo que sufre 50 años de opresión, el palestino, y en ese punto no queda ya, ninguna duda razonable.