Una niña sostiene el cartel electoral de Correa. Autor: EFE Publicado: 21/09/2017 | 05:30 pm
Nadie parece dudar que Rafael Correa saldrá reelecto… y hoy mismo.
Así se vislumbraba antes de iniciar la campaña; una percepción avalada por las encuestas más tempranas y que no logró ser revertida durante el período proselitista por quienes le adversan.
A pesar de que suman siete los candidatos que le disputan la primera magistratura al líder de Alianza PAÍS, la votación de este domingo no debe deparar sorpresas.
Precisamente esa heterogeneidad es muestra de que se trata de una oposición atomizada y, por tanto, sin fuerzas para desbancar a un rival que tiene carta de presentación en siete años que han cambiado la cara… y el corazón de la nación ecuatoriana.
En ese espectro opositor conviven raras avis en el entramado político nacional como un pastor evangélico (Nelson Zavala), un ex hombre fuerte y con prestigio, escindido del actual Gobierno (Alberto Acosta), y un doctor en jurisprudencia y constituyente (Norman Wray), junto a un abogado de derecha que trabajó para la Cepal (Mauricio Rodas), un ex presidente desgastado al que las masas sacaron bochornosa y ruidosamente del Palacio de Carondelet (Lucio Gutiérrez); un banquero a quien se identifica con la crisis financiera que atravesó, literalmente, la vida del país (Guillermo Lasso), y el mejor exponente de la oligarquía criolla, magnate bananero y empresario más rico de Ecuador (Álvaro Noboa), a quien los millones, sin embargo, no le han resultado suficientes para obtener una presidencia a la que, sin darse por vencido, opta… por ¡quinta vez!
Quizá los únicos sobresaltos en esta campaña, donde la fuerza de Alianza PAÍS fue el sello, los hayan proporcionado, justamente, Noboa y Wray. El último, con llamada de atención del Consejo Electoral por posturas homofóbicas en su discurso, y el otro porque quiso utilizar sus millones en política, y fue sancionado tras comprobarse que buscó votos a cambio de dinero… Lo que en lenguaje más eufemístico ha sido presentado como «otorgar dádivas».
Así, la única duda inicial, que estribaba en la posibilidad que tendría Correa de prescindir o no del balotaje para ser ratificado en la presidencia, parece salvada.
Tal vez porque cuando hay votantes convencidos y el programa de Gobierno es una obra hecha, resulten inocuos los ataques y las promesas erigidas sobre el vacío programático… como es el caso de la oposición.
Lo cierto es que los contrincantes tampoco tenían mucho que ofrecer. O «lo nuevo» (mera y supuestamente por «nuevo»), como ha propuesto Rodas desde su agrupación Suma… o lo desacreditadamente «viejo», que se traduce en Ecuador en neoliberalismo a raudales, de mano de la corroída partidocracia que la Revolución Ciudadana, poco a poco, trata de sacar de todos los estamentos del poder. Ello le ha costado a Correa críticas inmerecidas mediante las que se le acusa, por ejemplo, de querer «monopolizar» un legislativo que a su llegada al poder, en 2006, estaba podrido hasta la raíz, como el resto de las instituciones…
Son esos algunos de los motivos por los cuales los sondeos finales —prohibidos desde el jueves, cuando inició la veda electoral— le adjudicaban al mandatario porcentajes que oscilaban entre el 40 y el 62 por ciento —según la firma encuestadora—, en tanto el ex presidente del Banco de Guayaquil y uno de sus principales accionistas, Lasso —su más cercano (pero lejano) rival—, acumulaba cifras que lo ubicaban apenas entre el nueve y el 20 por ciento… también dependiendo del estudio.
Veinte puntos de diferencia ganando Correa el 40 por ciento de los sufragios y Lasso el 20, en el más difícil y casi impensado escenario —la media de los estudios les otorgan poco más del 50 por ciento y alrededor del diez, respectivamente— serían suficientes para que el Jefe de Estado sea vuelto a proclamar esta misma noche.
Según las leyes ecuatorianas, se considera que hay mayoría absoluta —y, por tanto, triunfo inmediato— cuando un candidato obtiene el 50 por ciento más uno de los votos; pero también si, ganando el 40 por ciento, rebasa por diez puntos al aspirante que quede más cerca de él.
Si tan abismales diferencias son las que hicieron que algunos tildaran la campaña de «aburrida», pues bienvenida sea la falta de diversión.
En todo caso, la responsabilidad ha sido de la falta de programas sólidos de los contrincantes de Correa y no del ente electoral al que, dicho sea de paso, sectores de la oposición han tratado de cuestionar, carentes esas agrupaciones políticas de asideros para escalar peldaños.
Ganar adeptos requiere persuadir y convencer, y ello solo se logra con propuestas valederas y reales méritos. Al menos para el electorado ecuatoriano —¡tantas veces engañado o defraudado en los últimos años!— el tiempo de apostar a las promesas vacías es cosa del pasado.
Recordemos que el mismo pueblo ejecutó la justicia cuando depuso a Jamil Mahuad, sacado del poder por una movilización indígena en el año 2000, y a Gutiérrez, quien huyó en avión en 2005, estremecido el país por los llamados «forajidos»; sin contar al repudiado Abdalá Bucaram, acusado de peculado y quien fue demovido finalmente por acuerdo legislativo en 1997, al considerársele sin todas las facultades mentales para ejercer gobierno.
Algunos sondeos dicen que los indecisos andan por alrededor del 30 por ciento del padrón, una cifra que podría inclinar balanza si al final se fueran todos esos votos para el mismo lugar. Pero eso ocurriría en una confrontación más polarizada y no aquí, donde siete opciones enfrentan un voto duro y consolidado como el que cuenta Correa.
Ante la imposibilidad de derrotarlo, el mandatario denunció casi al cierre de su campaña que sectores de la oposición tratarán de desconocer su victoria, por lo que no debería sorprender algún conato de última hora con el que esas voces quieran «poner su sazón» a la contienda.
Todo por el Congreso
Con esas certezas, una nueva consigna matizó los actos de Alianza PAÍS en las últimas semanas.
Al llamado a «¡Una sola vuelta!», que caracterizó el inicio de la campaña para asegurar la elección de Correa este domingo, se añadió «¡Una sola lista!», exhortación que pide a los seguidores del Presidente el denominado «voto en plancha» de modo de asegurar la elección, en cada una de las 24 provincias, de los candidatos de Alianza PAÍS a la Asamblea Nacional.
Y es que tan importante resulta la ratificación del líder de la Revolución Ciudadana, como dotarlo del poder legislativo que le permitirá gobernar con comodidad si los diputados de Alianza PAÍS son mayoría absoluta en el Congreso.
Ello no se logró en los comicios de 2009, que relegitimaron a Correa en la presidencia, pero en los que sus legisladores ocuparon solo 54 de 124 escaños: la bancada más fuerte, sin dudas, pero con votos insuficientes para neutralizar la labor de zapa de los de la oposición, que han constituido hasta hoy el 60 por ciento de la Asamblea Nacional.
La trascendencia de obtener la mayoría absoluta allí ha sido expresada por Correa en alguna que otra movilización, con un pedido que trata de tocar las conciencias: «¡No me dejen solo!».
No es un exhorto que deba entenderse lacrimosamente en el sentido literal de la frase, sino en su significado estratégico. Se trata de votar no por este o aquel nombre, sino por el proyecto que encarna el Presidente.
En el mandato que culmina, importantes legislaciones propuestas por el ejecutivo quedaron entrampadas en el Congreso «gracias» a la oposición. Ahí esperan, por ejemplo, la Ley de Tierras, la de Aguas, la de Comunicación, y otras emanadas de la consulta popular de mediados de 2011: un mandato del pueblo que no ha podido instrumentarse.
Ahora, cuando Correa pretende profundizar el proceso de cambios con el desarrollo de los llamados nuevos «ejes» de su programa —revolucionar el conocimiento, la ciencia y la tecnología; el entorno urbano y la cultura, pues la alienación es considerada por él como «otra forma de dominación»—, tener la Asamblea Nacional se torna poco menos que indispensable.
Por eso la consigna de quienes apuestan a la Revolución Ciudadana es «Todo, todito 35» aludiendo al voto «en plancha»; es decir, al unísono por todos los candidatos que aparecen en la casilla de Alianza PAÍS, identificados en la boleta con el logotipo que exhibe ese número, en alusión a las 35 propuestas de su programa de Gobierno.
Aunque algunos han cuestionado el sistema de conteo que se empleará en la elección legislativa, mediante el cual se suman los votos dados de esa manera a los sufragios nominales (por un nombre u otro), el resto de los partidos se montó también en similar llamado.
Para los que apuestan a la Revolución Ciudadana ello demandará una conciencia que no constituye poca exigencia para un proceso revolucionario tan joven y que, además, no está dirigido, propiamente, por un partido. Alianza PAÍS es un movimiento amplio de izquierda al que se han sumado como seguidores, en los últimos tiempos, entes de un entorno indígena que no lo acompaña de manera íntegra, y representantes de la clase media; pero tiene también antagonistas, incluso, entre quienes dicen estar alineados frente a la derecha.
Si se logra este domingo que todos los que voten por Correa marquen también «todito 35», se habrá conseguido en Ecuador lo que un estadista brillante y líder querido como Hugo Chávez auguró —y se logró— en las presidenciales de octubre y las de gobernadores de diciembre en Venezuela: otra «victoria perfecta», que también en este caso seguirá haciendo expedito el camino a la integración y la independencia de Nuestra América.