Si alguna intención seria tuvo el Partido Laborista Australiano de promover desde el Gobierno que el país llevara adelante una política exterior más “independiente” de la de Estados Unidos —en el marco, claro está, de la alianza estratégica entre ambos Estados— que la que caracterizó la etapa de Gobierno de la coalición de los partidos Liberal y Nacional encabezada por el conservador John Howard (11 de marzo de 1996-3 de diciembre de 2007), esta parece haberse desvanecido con posterioridad.
No era irrazonable presumir tal intención a partir de ciertas declaraciones de Kevin Rudd como líder del laborismo australiano, durante la campaña electoral que lo catapultaría como Primer Ministro, acerca de que la alianza de su país con Estados Unidos no había significado nunca ni significaría automáticamente sumisión, y de decisiones consecuentes con lo afirmado, tomadas en los primeros meses de su Gobierno, como la retirada de las tropas australianas de Iraq y la de no seguir participando en la estrategia de “contención” de China impulsada por la Administración de George W. Bush desde principios de 2006 y apoyada por Howard.
Sin embargo, bien pudiera ser que en realidad no hubiera existido tal intención, sino más bien una estrategia encaminada a tomar cierta distancia de la política exterior desarrollada por el Gobierno de Bush, que concitaba el más profundo rechazo a nivel regional y mundial, ya que secundarla habría traído a Australia más perjuicios que beneficios.
El apoyo incondicional del Gobierno de Howard a la “guerra contra el terrorismo” promovida por la Administración Bush, y la adopción en sus relaciones con los Estados de Asia-Pacífico —particularmente del Pacífico Sur y del Sudeste Asiático—, de los métodos empleados por esta, se convirtieron en un serio obstáculo para materializar la aspiración del país de lograr un mayor protagonismo regional.
Sobre el particular, David Wright-Neville, catedrático del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Monash, Australia, afirmó en enero de 2006 que aunque Canberra se negara categóricamente a reconocerlo, su prominente apoyo a la “guerra contra el terrorismo” de la Administración Bush, y especialmente a su desventura militar en Irak, la llevaron a una situación en la que el enojo hacia Estados Unidos se desvió también hacia Australia. “En gran parte del sudeste asiático, Australia supone un sustitutivo para el sentimiento de antiamericanismo en particular, pero también para el antioccidentalismo en general.”.(1)
En el plano interno, el respaldo del entonces primer ministro australiano John Howard a la presencia de las tropas australianas en Iraq, sin tomar en consideración el rechazo de la población del país, estuvo entre las causas fundamentales que provocaron su derrota en las elecciones federales de noviembre de 2007, y hubieran minado el apoyo popular a cualquier Gobierno que siguiera una línea política similar.
Por otra parte, la decisión de Howard de integrar al país a un sistema de alianzas antichino dirigido por Estados Unidos, ponía en riesgo el desarrollo de las relaciones económicas, fundamentalmente comerciales, con Beijing, cada vez más importantes para Australia. China en los primeros años de Gobierno de Rudd se convirtió en el primer socio comercial de Australia, en la primera fuente de las importaciones australianas y en el segundo mayor destino de sus exportaciones.
Ahora bien, haya existido o no la intención a la que nos referimos al inicio del trabajo, lo cierto es que a partir de la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama, la política exterior australiana ha seguido una definida tendencia a alinearse cada vez más con la estadounidense, ya sea que ocupara la jefatura del Gobierno australiano Rudd o la actual primera ministra Julia Gillard
Así, las tropas australianas se han mantenido en Afganistán, e incluso se cedió a finales de abril de 2009 a la presión del presidente Obama para que Canberra enviara efectivos adicionales a los que ya se encontraban en el país centroasiático, es real que no sin reticencias y que Rudd, entonces Primer Ministro, dejó claro que no se trataba de tropas de combate.
Julia Gillard no bien se convirtió en Primera Ministra ratificó su compromiso con la permanencia de las tropas australianas en Afganistán y hace apenas unos días, el 16 de febrero, reafirmó, al término de una reunión en Wellington con su homólogo neozelandés John Key, que las mismas estarían allí hasta el cumplimiento definitivo de su misión, pese a que nuevos nombres se habían sumado a la lista de bajas australianas.
Por otra parte, Canberra ha participado activamente en la conspiración liderada por Washington para satanizar a los Gobiernos de la República Popular Democrática de Corea y la República Islámica de Irán, y en la reciente escalada agresiva contra los mismos.(2)
Y si alguna duda quedara sobre la tendencia que ha seguido la política exterior australiana a alinearse con la estadounidense, bastaría con analizar la posición de Australia en relación con los acontecimientos más recientes en Libia.
Sin temor a equivocarnos podemos afirmar que Australia se ha sumado decididamente a la maniobra de las principales potencias occidentales, encabezadas por Estados Unidos, que persigue en última instancia la salida del poder del líder libio Muamar al Gadafi.
No es propósito del presente trabajo analizar por qué tras años de excelentes relaciones entre estas potencias y el Gobierno libio, de acceso seguro al petróleo —y también al gas— del país norafricano y a la posibilidad de inversiones en la producción y distribución del vital recurso, tomaron ahora tal decisión.
No creo por otra parte, que, cualesquiera que sean las razones que la fundamenten, hayan influido demasiado en la actuación australiana, determinada en última instancia, por su compromiso con su principal aliado y con la civilización occidental, de la cual se siente parte con independencia de su situación geográfica.
Lo cierto es que los principales medios de comunicación australianos, entre ellos los diarios The Australian y The Herald Sun, el grupo audiovisual público Australian Broadcasting Corporation (ABC) y la cadena de televisión Nine, por solo mencionar algunos, se han hecho eco de la campaña mediática de mentiras sobre lo que ocurre en Libia y han contribuido a difundir una imagen distorsionada, añadiendo tintes más dramáticos a la situación de violencia que vive el país, presentándola como un caos, en el cual el Gobierno masacra impunemente a la población civil.
Despachos cablegráficos sobre todo de la Australian Associated Press (AAP) y de la Agence France-Presse (AFP), reproducidos por las versiones digitales de The Australian y The Herald Sun, dan cuenta de la existencia de miles de muertos y reiteradamente hablan de la “sangrienta represión” del Gobierno libio contra los opositores.
Y sin el menor pudor, la página principal del servicio de noticias online de ABC (ABC News) aparecía el 3 de marzo encabezada por un artículo en cuyo título se le daba a Al Gadafi el calificativo de “nuevo Hitler”.
El propósito es obvio: concitar la indignación de la opinión pública australiana y mundial, buscando su respaldo a severas medidas contra el Gobierno libio, que podrían llegar incluso a una intervención militar.
A reforzar esta imagen de caos e inseguridad en Libia han contribuido también decisiones del Gobierno australiano que han tenido amplio destaque en los medios de comunicación del país.
Entre estas destaca la de retirar el personal diplomático de su consulado en Tripoli, que siguió a disposiciones similares de Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá, según declaraciones de la primera ministra Julia Gillard a la cadena australiana de televisión Nine (Channel 9), citadas en despachos cablegráficos de AAP y AFP, publicados en The Herald Sun.
Asimismo se tomaron medidas para evacuar al resto de los australianos residentes en el territorio del país norafricano, y se elevó el nivel de alerta para los que pretendan viajar hacia allí. Kevin Rudd, ahora en su nueva responsabilidad de Canciller, citado por Xinhua, en un despacho publicado por la versión en español del diario chino Pueblo en línea, dirigiéndose a los ciudadanos de su país afirmó: “Si estás ahí (en Libia) y es posible y seguro que salgas, deberías salir ya. Y si está pensando en viajar a esa parte del mundo piénsalo. Es un lugar difícil y peligroso.”.
Pero Australia no únicamente se ha limitado a preparar a la opinión pública del país y del mundo para la aceptación de medidas severas contra el Gobierno libio, sino que anunció el 26 de febrero, mediante declaraciones de su Canciller, de visita en El Cairo, que pondría en vigor su propio régimen autónomo de sanciones contra este, lo que hizo efectivo el 27 de febrero, apenas un día después que los Estados Unidos adoptara el suyo y que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobara la Resolución 1970, imponiendo sanciones contra Libia.
El régimen autónomo australiano comprende la prohibición de entrar al país o transitar por este a Al Gadafi, miembros de su familia y figuras claves de su entorno incluidos en una lista de personas que no podrán tampoco realizar transacción financiera alguna con ciudadanos australianos. Igualmente fue establecida la prohibición de vender armas al Gobierno libio.
Es oportuno llamar la atención acerca de que solo otros cinco Estados están sujetos a sanciones autónomas por parte de Australia: Irán, Corea del Norte, Burma, Fiyi y Zimbabwe. Rudd explicó en sus declaraciones oficiales desde El Cairo que su país había tomado tales medidas para mostrar su apoyo al pueblo libio.
Resulta sorprendente la “preocupación” australiana por el pueblo libio, si comparamos tal actitud con la total impasibilidad con que ha contemplado las flagrantes violaciones de los derechos humanos que ha cometido Israel contra la población palestina en los territorios ocupados, que van desde asesinatos selectivos contra sus principales líderes hasta masacres comprobadas, como la ocurrida durante la incursión militar israelí en la Franja de Gaza en diciembre de 2008 y enero de 2009, en la que murieron 1300 palestinos.(3)
Por otra parte, la Administración laborista australiana ha respaldado las maniobras de Estados Unidos para lograr una mayor presión de los organismos internacionales sobre el Gobierno libio.
Así, instó el 26 de febrero al Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) a tomar sanciones similares a las contempladas en el régimen autónomo que se proponía adoptar, y además a establecer una zona de exclusión aérea sobre el territorio libio.
La idea de prohibir cualquier sobrevuelo de Libia, fue manejada el 28 de febrero y el 1ro. de marzo, en Ginebra, por la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, quien se comprometió a “considerarla activamente”, con el objetivo, supuestamente, de impedir la masacre de civiles por la aviación libia leal a Al Gadafi, según informó Terra.
La versión digital de El Universal, de Caracas, dio cuenta de que el 28 de febrero Hillary Clinton se reunió con los cancilleres de Rusia y Australia —también lo hizo con sus aliados europeos— para coordinar “una oposición internacional unificada a los ataques en los que han muerto centenares de personas en Libia”, aunque aparentemente el tema de la creación de una zona de exclusión aérea sobre el territorio libio no se abordó —el canciller ruso Serguei Lavrov dijo que no había sido mencionado por nadie en las conversaciones.
Sin embargo, el medio afirmó que mientras funcionarios occidentales expresaron dudas sobre cómo los países podrían implementar tal medida, el Canciller australiano se dirigió directamente desde su reunión con Clinton hacia el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y al intervenir en Segmento de Alto Nivel anunció el respaldo de su Gobierno a la referida zona, pero no logró consenso,
Para justificar el apoyo de Australia a este proyecto, Rudd poco más tarde precisó a AP que esta era la forma de evitar bombardeos aéreos del tipo de los desatados en 1937 por la aviación franquista contra la población civil del poblado vasco de Guernica, uno de los episodios más trágicos de la Guerra Civil Española, cuyo recuerdo fuera inmortalizado por el célebre pintor español Pablo Picasso.
El Canciller australiano afirmó además, que se tenían evidencias de que en Libia habían ocurrido hechos similares y que no era posible permanecer indiferentes mientras tales atrocidades ocurrían nuevamente.
Igualmente, Australia maniobró diligentemente para lograr que Libia fuera suspendida como miembro del Consejo de Derechos Humanos. En los debates del Consejo, el 25 de febrero, sobre la situación de los derechos humanos en Libia, el representante australiano, Peter Woolcot —Australia tiene el estatus de Estado observador—, expresó que su país apoyaba tal medida y que lo haría igualmente en la reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas que sería convocada en los próximos días con el propósito de analizar su aprobación. Al día siguiente, desde El Cairo Rudd ratificó la posición de Australia al respecto, como haría el 28 de febrero en la reunión del Segmento de Alto Nivel del Consejo de Derechos Humanos.
El Consejo el propio 25 de febrero adoptó por consenso una resolución (S-15/1) en la que solicitaba a la Asamblea General de la ONU la suspensión de Libia, y esta en una decisión sin precedentes, la aprobó el 1ro. de marzo.
Hay más. El Gobierno australiano estuvo entre los más decididos partidarios de que el caso de Libia se presentara a la Corte Penal Internacional, para determinar la responsabilidad de Al Gadafi en la comisión de supuestos crímenes contra la humanidad.
El canciller australiano Kevin Rudd lo pidió expresamente en comunicación dirigida al Presidente del Consejo de Seguridad de la ONU y también en las declaraciones desde El Cairo, hechas públicas por su oficina, el 26 de febrero, horas antes de que tal medida fuera aprobada mediante la Resolución 1970 del Consejo de Seguridad de la ONU.
Todo esto es realmente poco serio, si se toma en cuenta que jamás Canberra ha levantado su voz para pedir que sean juzgados los principales responsables de verdaderos crímenes contra la humanidad como los cometidos contra la población civil en Iraq, Afganistán y Palestina.
Incluso en los dos primeros casos, el Gobierno australiano ha sido copartícipe de tales crímenes, pues involucró tropas y medios de combate desde el mismo comienzo, en las coaliciones lideradas por Estados Unidos para invadir estos Estados. Y en el tercero no pocas veces su silencio cómplice y su voto en contra en los organismos internacionales ha impedido que se haga la mínima justicia a que pudiera aspirar el pueblo palestino: la condena de la comunidad internacional al país agresor: Israel.(4)
Australia ha ido aun más lejos. En una clara manifestación de injerencia en los asuntos internos del Estado libio, el titular de Exteriores australiano, manifestó el 21 de febrero que Al Gadafi debería acogerse a reformas democráticas, mientras el 26 del propio mes declaró a ABC que el mismo se había quedado “sin crédito” como líder de su pueblo y que debía abandonar de inmediato el país, lo que solicitó igualmente al dirigirse al Segmento de Alto Nivel de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, el 28 de febrero.
En términos análogos se pronunció el presidente estadounidense Barack Obama en conversación telefónica sostenida con la Canciller federal alemana Ángela Merkel y el propio día 28 de febrero, en Ginebra, la Secretaria de Estado estadounidense. ¿Casualidad?
Como puede apreciarse, Australia guiada por el laborismo se ha propuesto, en el apoyo a su principal aliado, no ser segunda de nadie. ¿Hasta dónde llegará? Es difícil predecirlo, pero no debemos sorprendernos de nada. No pasemos por alto que el canciller Kevin Rudd, al dirigirse al Segmento de Alto Nivel del Consejo de Derechos Humanos de la ONU el 28 de febrero señaló que el Consejo de Seguridad para manejar la situación en Libia debía mantener todas las opciones sobre la mesa…
[1] Ver al respecto: Wright-Neville, David. Temor y odio: Australia y el antiterrorismo. Real Instituto Elcano. ARI número 156/2005.
[2] Para más detalles sobre este tema ver los artículos del autor: Australia en el siglo XXI: Los enemigos de mis amigos son también mis enemigos y Australia en el siglo XXI: una lealtad a EE.UU. a toda prueba (III y final)
[3] Para más detalles sobre la complicidad de Australia con los crímenes cometidos por Israel contra la población palestina, ver el artículo del autor: Australia en el siglo XXI: una lealtad a EE.UU. a toda prueba (III y final)
[4] Para más detalles sobre la complicidad de Australia con los crímenes cometidos por Israel contra la población palestina, ver el artículo del autor: Australia en el siglo XXI: una lealtad a EE.UU. a toda prueba (III y final)