El 23 de febrero de 1981, a las 6:22 p.m., el teniente coronel Tejero irrumpió en el Congreso de los Diputados. Autor: El País Publicado: 21/09/2017 | 05:06 pm
Pocos deben ser los españoles con más de 40 años que no recuerdan qué hacían exactamente a las 6:22 p.m. del 23 de febrero de 1981, instante en que el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, irrumpió con unos 200 efectivos en el edificio del Congreso de los Diputados, pistola en mano, y conminó a los legisladores: «¡Quieto todo el mundo!». Unas ráfagas de metralleta le hicieron eco.
La intentona para hacer retornar los días oscuros del fascismo estaba en marcha en el país ibérico, que apuraba entonces un agrio coctel de crisis económica e inestabilidad política. En Valencia, el general Milans del Bosch decretó el estado de excepción, con la esperanza de que otros jerarcas militares se sumaran.
Maité Mola, miembro del Partido Comunista, estaba en un bar y vio por televisión el gesto amenazante de Tejero. No demoró mucho: salió, compró provisiones y se refugió en casa de un amigo sin vínculos políticos. «Creía que vendrían por mí», me dijo en una entrevista tiempo atrás.
Otros de los sorprendidos en ese momento me hacen llegar sus vivencias por correo electrónico. José María Caparrós, profesor de Historia Contemporánea y Cine en la Universidad de Barcelona, recuerda: «Estaba merendando cuando vi en directo por TVE el golpe de Estado. Volví a mi clase de Historia, informé a los alumnos, expliqué lo que era un golpe de Estado y los envié a casa. El delegado de curso me preguntó si al día siguiente tendríamos clases, a lo que le contesté: “No sé si nos veremos más”. Era un chico de 14 años, y se fue asustado a su casa, me dijo días después.
«Los demócratas del país, sobre todo si nos habíamos manifestado públicamente —yo tenía tres libros publicados sobre el cine de la República y la Guerra Civil Española, contrarios a la dictadura de Franco—, estábamos intranquilos; incluso algunos se exiliaron…».
Las personas en la calle tenían un aspecto entre la preocupación y la indignación, precisa el también catalán Lluís Llor, especialista en Contabilidad: «Se sabía que los tanques habían salido a la calle en Valencia y nada estaba claro. Me enteré de que gente con alguna relación con ambientes políticos estaban huyendo del país o trasladando archivos de lugar. Creo que personas de ambientes políticos distintos y distantes se ayudaron mutuamente, porque lo que se presagiaba era muy, muy malo».
«Yo estaba en casa ordenando libros mientras seguía las votaciones del Congreso y me sorprendió la entrada de los guardias civiles en el hemiciclo», explica el doctor Jorge Urrutia, entonces catedrático en la Universidad de Sevilla. «Salí con el transistor (radio) a la escalera de la casa, donde ya estaban varios vecinos. Volví al apartamento, puse el televisor y comencé a llamar a la familia. Después de una noche sin dormir, fui a dar mi clase a la Facultad. Había pocos alumnos. Les leí una carta de (el poeta Manuel J.) Quintana a Lord Holland, de principios del siglo XIX, que parecía escrita para aquel momento, y me fui del aula».
Las actas del Congreso sobre lo ocurrido allí aquella noche, están siendo reveladas y publicadas por los medios de prensa españoles por estos días. Se saben así, 30 años después, detalles como el télex que envió el rey Juan Carlos a Milans del Bosch, para expresarle en los más severos términos: «Quien se subleve estará dispuesto a provocar una guerra civil y será responsable de ello». «Te ordeno que digas a Tejero que deponga su actitud», añadía.
La peligrosa maniobra comenzó a desarticularse tras el mensaje televisivo del monarca a la 1:14 a.m. del 24 de febrero, que subrayaba el rechazo a las acciones que pretendieran «interrumpir por la fuerza el proceso democrático». «Cuando apareció por la televisión el Rey —prosigue Lluís Llor—, creo que la gente en general entendió que aquello se había acabado, y vi cómo se fueron apagando las luces de las casas de enfrente. Yo también me fui a dormir tranquilo y al día siguiente fui a trabajar con “normalidad”».
Los diputados pudieron salir finalmente del edificio al mediodía del 24 de febrero, ante la mirada de Tejero, convencido ya del fracaso. Él y sus compinches de más rango fueron a dar a prisión, pero no cumplieron la pena completa. Milans del Bosch murió en 1997, mientras que el hombre del «¡todo el mundo quieto!», a los 78 años, reside en Madrid, cosecha aguacates en su finca en Málaga, y vive convencido de la «justicia» de su acción: «Yo cumplí con mi deber de español».
Un «deber» que la inmensa mayoría de los españoles, hartos de fascismo, no le habrían agradecido jamás.