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La larga y cruenta pesadilla del Congo

Aunque reflejada fríamente por los medios de comunicación occidentales, la guerra que desde 1998 se libra en ese país africano ha costado la vida de más de cinco millones de personas

Autor:

Jorge L. Rodríguez González

La guerra se roba la inocencia de muchos niños congoleños. Foto: AP La República Democrática del Congo (RDC) se desangra en una de las guerras más largas y crueles de las ocurridas en África hasta hoy. Un drama que, al ser contado de una manera tan fría por muchos medios de comunicación occidentales, se reduce a un enfrentamiento tribal, lo que deja muy poco margen para que quienes están muy lejos de ese «eterno campo de batalla» se pregunten qué sucede realmente allí, y por qué la paz parece estar tan lejos del horizonte a pesar de las negociaciones hechas entre el gobierno de Kinshasa y los grupos rebeldes.

Los enfrentamientos ocurridos a partir de agosto en el oriente de la RDC han obligado a unas 253 000 personas a abandonar sus hogares, mientras miles de niños son secuestrados por los rebeldes para convertirlos en soldados que primero tienen que matar para sobrevivir, y con el tiempo y el hábito pueden llegar a encontrar en ello el placer. Otros son violados.

Pero este saldo es una nimiedad en comparación con lo que tuvo que padecer este pueblo que, desde 1998 hasta 2003, perdió alrededor de cuatro millones de sus hijos. La cifra, actualmente arriba a los 5,4 millones.

Es un caos que no se repetía en el mundo desde que el fascismo se apoderó de Europa. En tanto, el temor a que el conflicto abarque a todo el país y se extienda a la zona de los Grandes Lagos, es cada vez mayor. Al parecer, el ejército congoleño, apoyado por las milicias Mai Mai, y presuntamente por los cascos azules de la ONU —el mayor cuerpo del organismo internacional en el mundo, con unos 17 000 efectivos teóricamente destinados a la pacificación— no tiene la fuerza suficiente para frenar al jefe sedicioso tutsi Laurent Nkunda, el niño lindo de Washington y las transnacionales norteamericanas.

Pero, ¿por qué tanta muerte y desesperación? ¿Se trata realmente de «enfrentamientos tribales», como reza el manido discurso occidental, o es una de las tantas guerras que ocurren en el continente por el control de recursos naturales?

Nkunda se autoproclama como defensor de los tutsi, y busca exterminar a los hutus que en 1994 cruzaron la frontera con Rwanda huyendo después de masacrar a unos 800 000 tutsis y hutus moderados. Esta razón, defendida también por Rwanda para apoyar a Nkunda, no persigue otro objetivo que el control de las riquezas que no tiene el gobierno de Kigali y que tanto necesitan sus aliados de Occidente, principalmente EE.UU, que ofrece su mayor apoyo al ex general.

Y es que la RDC es una de las naciones con mayores riquezas naturales en el mundo. Allí se encuentra el 80 por ciento de las reservas mundiales de coltán, mineral muy utilizado en la industria de las comunicaciones, pues con él se fabrican componentes de celulares, computadoras y equipos de alta tecnología.

Detrás del caos se encuentra las manos sucias de las transnacionales (American Mineral Fields, Standard Chartered Bank, De Beers, entre otras) que se encargan de atizar los conflictos para poder expoliar con la mayor impunidad.

Es por ello que la preocupación de las potencias occidentales por la catástrofe humanitaria congoleña es solo la máscara hipócrita tras la cual esconden los verdaderos deseos de que esta nación siga patas arribas.

El coltán y otros minerales como el oro y el diamante salen de la RDC hacia Rwanda y Uganda, y de allí a Europa —incluida Bélgica, la ex metrópoli— y EE.UU. Por ejemplo, Rwanda, una nación de pocos recursos minerales, que dependía fundamentalmente de la agricultura y la ganadería, a partir de 1999 comenzó a exportar oro por 5,6 millones de dólares, y solo en 2005 fueron cuatro millones.

Una posición similar adoptó Uganda, otra de las naciones inmiscuidas en el conflicto, que a partir de 1999 exportó oro en una magnitud muchomás colosal: 95 millones de dólares ese año, y unos 90 millones en 2000.

Sin guerra, Kinshasa podría controlar las minas que son explotadas por los sediciosos y las transnacionales estadounidenses y europeas, y por tanto los saqueadores no podrían sacar del país tanta riqueza como lo hacen hoy.

Al complot internacional de las empresas que necesitan los minerales congoleños para mantener su hegemonía en el mercado mundial, le sería contraproducente la paz en esta nación africana, a menos que el poder esté en manos de uno de sus títeres, que sea ciego al robo de las transnacionales y sordo a los reclamos de su población, cansada de estar tantos años sumida en la más marginal pobreza. Ocurrió ya una vez cuando estuvo más de 30 años gobernando Mobutu Sese Seko, hombre de confianza de Washington, luego que la CIA le diera a la Casa Blanca uno de los analgésicos que necesitaba en ese momento: el asesinato de Patricio Lumumba, primer ministro de la nación africana luego de la independencia en 1960, visto como una amenaza para los intereses de EE.UU en la región y de la casta corrupta que posteriormente estaría en el poder.

La riqueza de la RDC, lejos de colocarla a la cabecera de África e impulsar a su vez a la región, se ha convertido en su pesadilla, de la cual esta nación tardará en despertar para que la guerra no siga siendo el negocio redondo de unos pocos.

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