Un salto a Washington de Alan García muestra su ansiedad por el TLC. Foto: Reuters. AUNQUE la nación podía arder con una protesta de cocaleros pisándole los talones a Lima y el Congreso impugnando al Primer Ministro, el presidente peruano Alan García hizo las maletas y se fue a Washington, desde donde acaba de declarar su convencimiento de que el Congreso de Estados Unidos ratificará el TLC.
No deben ser mera retórica, entonces, las críticas de los observadores peruanos que han señalado al mandatario su falta de voluntad política para —¡al menos!— negociar un tratado mejor, lo que se traduce en una falta de creatividad que ha llevado a García a desandar, vendados los ojos, los mismos caminos trazados por Alejandro Toledo, su impopular predecesor.
Ciertamente, los acontecimientos muestran un afán porque el TLC entre en vigor que desconoce las muchas reticencias de buena parte de la ciudadanía peruana al acuerdo y, aún peor, le adjudican al Presidente algunas condiciones —no puede decirse «atributos»— que, más bien, lo demeritan.
Por ejemplo, a la ansiedad por el TLC le achacan muchos peruanos la poco feliz expresión que tuvo Alan García no hace un mes cuando, para manifestar su decisión de combatir la droga, dio públicamente la orden de bombardear —dicho así literalmente— las pozas de maceración de coca en las selvas peruanas y los laboratorios de elaboración de la droga.
Para una nación donde, como en Bolivia, la hoja constituye sustento de miles de familias campesinas, la aseveración fue una verdadera bomba que no pocos interpretaron como deseo de su Presidente de «caer bien» a la administración republicana. Más de 20 años después de haber comenzado a implementarse las rechazadas «erradicaciones forzosas», que Washington dictó a las naciones andinas a tenor de su desacreditada «cruzada antinarcóticos», tal actitud parecía no solo extemporánea, sino «un gesto» verdaderamente complaciente con la Casa Blanca. Sobre todo, porque hasta en los propios Estados Unidos esa «guerra contra el narcotráfico» se considera fracasada y, además, muchos han sacado a la luz su afán hegemónico.
Tal actitud se sumó al incumplimiento de acuerdos pactados antes con los cocaleros y fue caldo de cultivo para que algunos sectores campesinos reiniciaran las manifestaciones, y amenazaran hasta hoy a la capital con una marcha y nuevas protestas.
Pero eso puede ser asunto de menor cuantía cuando Alan García apremia a los congresistas norteamericanos a que ratifiquen el TLC, suscrito en principio por Toledo y W. Bush a fines del año pasado, ratificado después por el Congreso peruano saliente —casi a hurtadillas, antes de que los nuevos legisladores tomaran posesión— y pendiente ahora, únicamente, de la venia del Capitolio. El TLC es lo primero.
Los reportes sobre su estancia en Washington son, en alguna medida, contradictorios, pues mientras García declara telefónicamente a la radio peruana que el acuerdo va —ratificación que le parece segura después del espaldarazo que le dio, este martes, el propio presidente W. Bush—, otros trascendidos anuncian para hoy la presentación de una nueva versión del tratado, con el fin de tomar en cuenta las observaciones hechas por los demócratas en el Congreso.
Sin embargo, al parecer García ni siquiera ha intentado incluir también modificaciones que recojan el sentir de los sectores peruanos que objetan el convenio. Por ejemplo, las reclamadas compensaciones en materia agrícola que, de no existir, acabarán con los productores del campo, y la preservación de la biodioversidad, que según denuncias del economista Alan Fairlie, será apropiada por las transnacionales.
Quizá la ironía mayor sea que, en algún momento, el propio Alan García se manifestó distante de esas políticas. Pero entonces solo estaba aspirando a la presidencia de Perú... Ahora se revela como si fuera el representante de la más rancia derecha y, en momento de nuevas alineaciones del Sur, parece preferir que Perú mire hacia el Norte.