Estoy de pie en una esquina del tatami, presto a mostrar mi cortesía en una reverencia. Sudo. Y no es este líquido frío y persistente que recorre desde la médula espinal hasta la punta del dedo gordo del pie la secreción lógica del organismo, sino, por duro que suene, la única manera humana de expulsar el pánico que en otro momento saldría quizá —perdonen la crudeza de la confesión— por la zona rectal.
Maldigo el organigrama. Y pienso unas cuantas palabrotas para ofender al hijo de su bendecida madre que fue hoy el sorteo, por ponerme aquí, en este trance tan macabro, con estos temblores incontrolables. No debería titubear. Si mi entrenador supiera…
Mi entrenador. Pobre hombre, cavilo un par de segundos con la mirada hacia él. Minutos antes, se encargó de pegarme un par de buenos bofetones por cada parte de la cara, en su clásica costumbre de golpearme el rostro para decirme mil arengas. ¡Espabila! ¡Espabila! ¡Sin miedo y pa´lante, c…! Quiso activar las enzimas de la valentía, porque al parecer el entrenador, como la madre, sabe por instinto el sentir del atleta.
Ambos sabíamos que no habría opción, mas yo sufría y él aparentaba engañarse confiando en la sorpresa. A fin de cuentas, el calendario es el calendario y dónde se ha visto un deportista con miedo. ¡Un judoca con miedo! Me siento un fraude…
En definitiva, entro al tatami y agacho la cabeza antes de que el árbitro nos mande a pelear. Miro a los ojos a ese mastodonte a un par de metros de mí y una sensación de gelidez me invade cada vértebra del cuerpo. Ya no hay remedio. Ya estoy aquí.
Y pienso en aquel día en que mi padre me llevó por primera vez a entrenar, con los colchones plagados de insectos y el calor, y la gente que gritaba y los sueños de un niño que amaba el judo. Este fue el camino que elegí y enfrentarme a Teddy Riner siempre fue un anhelo por mucho que ahora lo joda el espanto.
Teddy es un caballero, dicen, un tipo chévere. Pero en el combate, caramba, uno piensa otra cosa. Tan grande, tan imbatible, qué bondad ni bondad. Aun así le agarro la solapa con pudor y tiro, tiro fuerte de su brazo derecho, casi le arranco la gruesa tela del judogui y él no se mueve ni medio centímetro. ¿Es humano Teddy?
Pero el judo tiene sus milagros. Por eso lo amo. Y con mis nervios lo tomo desprevenido y lo levanto y pego su espalda al suelo. ¡Paf! Retumba su cuerpo y parecen toneladas incrustadas en el suelo. Ippón a Riner. Le gané a Teddy, sí, temblando de miedo vencí al gran Teddy.
Despierto bañado en sudor y con una sonrisa de oreja a oreja. Qué raro abrir los ojos así. Al menos en sueños logré derrotar a un inmortal.