En estos días de tanto deporte, entre los Juegos Panamericanos y su versión parapanamericana, hay una frase que he escuchado demasiadas veces y en demasiadas bocas. Ahora, que por primera vez se transmite en vivo por la televisión nacional un evento en el cual participan atletas discapacitados, he oído decir a unos cuantos que no les gusta, porque les da lástima ver a esas personas en pantalla.
Confieso que a la primera, uno de pronto puede sentir que hay algo de razón en esa idea, pues, por un lado es cierto que a todos nos gustaría que ninguno de esos competidores tuviera que vivir con esta o aquella limitación. En el fondo se puede interpretar como una visión humanista. Pero resulta que no lo es.
Aunque a priori parezca lógico sentir «lástima» por alguien que no tiene una extremidad, es ciego o tiene algún otro problema físico-motor, no es para nada sano, ni para usted, ni para ellos.
Me parece una enorme injusticia pensar que alguien es incapaz de algo, simplemente porque su cuerpo o su mente no están en el mismo estado que los del resto de los humanos. Muchos son los ejemplos de gente que ha salvado enormes obstáculos y ha conseguido tener gran éxito, a pesar de los supuestos «frenos» que le ha puesto la vida delante.
Nunca escuché a nadie lamentarse por grandes hombres y mujeres como Ludwig van Beethoven, Jorge Luis Borges, Hellen Keller o Stephen Hawking. A ellos ni la sordera, ni la ceguera (en el caso de Keller ambas cosas), ni la esclerosis lateral amiotrófica los detuvo. En todo caso lo que los ayudó a trascender fue el hecho de nunca autolimitarse, pues ellos asumieron la dificultad como un reto más, de los tantos que debemos superar desde el día en que nacemos.
Entendamos de una vez que los atletas paralímpicos son tan humanos como el resto, y en todo están por encima de la media, pues son atletas de alto rendimiento, que compiten bajo altos niveles de exigencia. Omara Durand, Leinier Savón, Lorenzo Pérez, y todos sus compañeros, son muchachos que, ya sea en silla de ruedas, con una prótesis o un guía, se entregan hasta las últimas consecuencias, siempre con el objetivo de defender los colores de su país y con el sueño de conseguir una medalla para honrarlo.
Lástima, de verdad, deberíamos sentir por tantos hombres y mujeres que se escudan en cualquier justificación vacía o en una simple mentira para no cumplir con sus responsabilidades familiares, sociales y laborales. Pena dan aquellos que culpan a la suerte o al destino de sus desgracias, y no a ellos mismos. Tal vez un día nos demos cuenta de que son ellos a quienes deberíamos llamar discapacitados.