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Amor a primer tatami

Para Yordanis Arencibia, la disciplina es un factor fundamental en el éxito del atleta

Autor:

Enio Echezábal Acosta

Amancio Rodríguez es un sitio con muchas historias. En 1898, cuando aún pertenecía a Camagüey, la zona de Guayabal fue el primer territorio libre de esa provincia durante la Guerra de Independencia. Allí nació Eduardo «Tiburón» Morales, el cantante de Son 14, y Pío Leyva compuso en honor de ese lugar el tema Francisco-Guayabal, que luego se volvió popular en la voz de Benny Moré. Al día de hoy, si pudiera agregar algo, o alguien, a esta lista ilustre, no dudaría en mencionar a Yordanis Arencibia Verdecia.

Este guerrero de los tatamis, otrora estelar representante de los 66 kilogramos, doble bronce olímpico y cuatro veces medallista del orbe —una plata y tres terceros lugares—, logró con sus ippones colocar en el panorama internacional el nombre de ese municipio tunero. Su historia sobre el cuadrado amarillo fue, a diferencia de otros tantos, una relación de amor a primera vista

«Desde que entré por primera vez al tatami de mi pueblo natal, a la edad de nueve años, me enamoré del judo. Yo era un muchacho muy hiperactivo, y sentí una química especial por este deporte. Aunque mis padres no estuvieron de acuerdo con que yo empezara a practicarlo, mis tíos me apoyaron y lograron que ellos accedieran. A partir de ahí me empeñé mucho: atendía a los profesores, hacía todo lo que mandaban y entrenaba mucho. Creo que entendí muy bien desde el principio lo que significaba el sacrificio».

A inicios de los años 90 sumó sus primeros éxitos en las categorías escolares. Ese despertar lo llevó a ser ascendido en 1995 a la ESPA, y en menos de lo esperado le llegó el salto definitivo al equipo nacional, en donde se puso a las órdenes del profesor Justo Noda, su gran maestro.

«Del profe Justo me quedaré con la exigencia y la perseverancia, con sus ganas de transmitir lo positivo. Su educación fue algo que nos hizo ser mejores atletas y personas, siempre en busca constante de un buen resultado sobre el tatami, fuera cual fuera la situación». 

Las amistades, los valores y los vínculos deportivos formados en esa época se quedaron bien arraigados en su persona.

«Éramos un equipo muy unido, que salía a competir y buscar la medalla bajo cualquier circunstancia. Teníamos muy claras nuestras metas, y eso nos ayudó siempre a conseguir buenos resultados, o al menos a acercarnos lo más posible».

Hablar del retiro no es fácil, y aunque Yordanis lo asume como un momento lógico en la carrera de cualquier deportista, persiste en él cierta inconformidad en torno al final de su recorrido activo.

«En 2009 competí en la división superior a la mía, los 73 kilogramos, y estuve en el Grand Slam de París, en donde logré ser subcampeón. Luego vino una época de incertidumbre acerca de mi continuidad, en donde no se me explicó el porqué  no podía seguir en la élite. No es que me apartaran, pero sí sentí que no me daban mi lugar, y entonces decidí retirarme». 

Más adelante, consiguió su título de licenciado en Cultura Física, y empezó a prepararse como futuro entrenador.

«Ese tránsito es algo muy bonito, pues empiezas a ver las cosas desde un ángulo completamente nuevo. Entiendes la necesidad de la exigencia, del rigor en los entrenamientos y del control, factores que durante la vida de atleta activo pueden llegar a hacerte sentir hostigado, pero que al final son la clave del éxito».

En el equipo masculino estuvo hasta que le llegó la oportunidad de ir a México para trabajar en el Centro Internacional. Allí tuvo una gran alegría con Juan Diego Turcios, atleta de El Salvador que logró clasificarse a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Tras esa etapa regresa la Isla, de nuevo con los varones, hasta que recientemente asumió la responsabilidad de dirigir a las muchachas.

A la hora de explicar la diferencia generacional con la que le ha tocado lidiar al frente de la selección femenina, señala como un factor de peso la cantidad de judocas de nivel, y por tanto la gran rivalidad en casi todas las divisiones que existía antes. Igualmente, entiende como influencia negativa la falta de competencias y su repercusión en el arsenal técnico de nuestros representantes.

«Fuera de eso, sí considero que hoy seguimos teniendo atletas con talento, contrario a lo que piensan algunos. De lo que se trata es de trabajar con ellos para pulir sus técnicas y otros aspectos que podrían ayudarlos a lograr medallas en eventos importantes.

«Además de la parte técnico-táctica, otro tema sensible es la disciplina, un factor fundamental para el éxito. Son buenas muchachas que forman un equipo fuerte, pero necesitan un guía que las lleve a entender muchas cosas, no solo como atletas, sino también como personas».

Al hacer un recuento de sus mayores rivales la lista se queda en tres nombres: su compatriota Poulot, el brasileño Joao Derly y el nipón Masato Uchishiba.

«Cuando Manolo y yo estábamos en 60 kilos entrenábamos duro. Si él hacía una proyección fuerte, yo quería superarlo, y así siempre nos estábamos retando. En los topes de control prácticamente había que separarnos por la intensidad de los combates. Hubo una gran rivalidad, pero era sana.

«Por su parte, Derly era un judoca muy fuerte, y aunque más bajito que yo, siempre se me hizo particularmente incómodo. Tenía un estilo similar a la lucha, muy rápido y que te hacía perder tiempo defendiendo.

«El japonés fue uno de los mejores a los que me enfrenté. Todavía tengo en la mente cuando me ganó en Beijing 2008. Me agarró las dos mangas y se tiró al piso varias veces, lo cual se conoce como tomoe-nage, y es penalizable. Así logró que el reloj caminara, hasta que logró vencerme con una técnica».

Para hablar de derrotas sí que no hay ni que pensarlo. El verano de 2004 Atenas acogió los Juegos Olímpicos, adonde Yordanis Arencibia llegaba como uno de los grandes favoritos a la medalla de oro. Aunque su momento no llegó, la lección de vida fue tal vez más importante que el resultado.

«Para mí fue una experiencia traumática, porque me costó entender todo lo que pasó. En esa época estaba en el lugar uno o el dos del ranking de mi división, los 66 kilos, y la verdad es que me  sentía muy bien preparado, tanto físicamente como técnicamente, sobre todo esta última parte, que siempre fue muy fuerte.

«La pelea de la semifinal yo pensé que la tenía bajo control. Mi rival, el eslovaco Jozef Krnac, nunca me había ganado hasta ese momento, y el año anterior, en el Mundial Universitario, yo lo había dominado sin problemas. Sin embargo, en 2004 vino con muy buena forma, y logró dejarme sin la posibilidad de luchar por el oro.

«Hay una anécdota de aquel día que conocen muy pocas personas. Yo estaba recostado en una columna, molesto, cuando empezaron a llamarme para el combate del bronce. En ese momento apareció el fisioterapeuta del equipo femenino, de apellido Chávez, me sacudió, y me dijo que tenía que salir y ganar. Creo que a partir de ahí fue que logré reaccionar, y comprender la necesidad de reponerme, porque al final lo único que no puede pasar, bajo ningún concepto, es que uno se vaya «en blanco», y eso fue lo que evité. Salí, y en 25 segundos completé dos wazaris para vencer al georgiano y quedarme con mi primera medalla olímpica».

El estilo que Yordanis siempre prefirió fue el tachi waza, o pelea de pie. Fotos: Tomadas de Judo Inside

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