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La familia es el eslabón principal

Daniel Gregorich, figura en los 86 kilos del estilo clásico, enfrentará su segundo Mundial con la esperanza de una medalla

Autor:

Enio Echezábal Acosta

Tras un debut en citas del orbe, Daniel Gregorich se quedó con las ganas de más. La derrota en la capital francesa, por cerrado marcador ante su primer rival, dejó al capitalino un sabor agridulce en la boca, pues a pesar de su esfuerzo, no pudo concretar un resultado más notable en su primera intervención mundialista.

Un año más tarde, la principal figura de los 86 kilogramos en la modalidad grecorromana, se enfrentará en cuestión de días a su segunda prueba de máxima exigencia.

—¿Cómo vas a tu segundo Mundial?

—Luego del impulso que significa haber ganado los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla, tanto física como emocionalmente, me siento muy bien. Además, siento que este tiempo que llevo en el equipo nacional me ha ayudado a madurar mucho y eso ha hecho que también crezca como atleta.

Ahora hay más presión, porque la primera vez que uno va a un Mundial, lo hace con la etiqueta de novato, pero ya en esta oportunidad tanto los entrenadores como la afición esperan más. Budapest será un escenario excelente, y la preparación ha sido fuerte para lograr un mayor premio.

—¿En qué basas tu lucha?

—Mi única estrategia es salir a cada combate a hacer las cosas bien, pues cada enfrentamiento es diferente, y por tanto, cualquier cosa que te haya resultado positiva en un momento específico, puede ser inútil luego. El propósito siempre es el de obtener una medalla, pero ahora mismo se trata de darlo todo e intentar salir con el mejor resultado posible.

Mi lucha es muy intensa, una característica que tenemos casi todos los luchadores cubanos, y que les resulta muy incómoda a los europeos, quienes están más adaptados a dosificarse durante el combate.

—Algún movimiento que prefieras…

—No te puedo hablar de una técnica favorita, porque es posible que nunca me veas hacerla en un combate. En este nivel en que competimos ahora los contrarios nos estudian muy bien, así que «tirarles», por ejemplo, un volteo de cabeza y brazo, es casi un sueño.

—¿Cuánto le ha aportado a tu carrera la amistad con Luis Orta, vecino y compañero de selección?

—Más que entrenar, creo que lo más importante ha sido el aliento y la compañía que nos damos. ¿Quién mejor que un amigo para darte un consejo y animarte cuando las cosas no te salen bien? Somos del mismo barrio, La Güinera, y practicamos este deporte desde hace años, por lo cual nos hemos convertido prácticamente en hermanos que funcionan como un complemento para el otro.

—Una inoportuna lesión te alejó en 2017 del Mundial sub-23. ¿Cómo fue el proceso que te permitió regresar y obtener varios títulos?

—La verdad es que tengo que agradecer muchísimo el trabajo de nuestro fisioterapeuta, Camilo Llorca, quien estuvo conmigo en todo momento durante la recuperación, sacrificando incluso el fin de año, para que yo pudiera estar listo en enero para un torneo que teníamos en Rusia.

Ya más adelante pude llegar de nuevo a mi forma óptima, y llegaron mi primera dorada en el Panamericano del deporte y más adelante el título en los Centrocaribe, dos preseas muy valiosas para mí. Hoy me siento muy fuerte, y ya la lesión está olvidada. 

—Háblame de la familia...

—La familia es el principal eslabón en la carrera de un deportista, y no lo digo desde el punto de vista material, sino por el cariño y el apoyo que siempre nos dan para lograr cualquier resultado.

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