Erlandys Mustelier (de frente), con solo un combate, ganó la plaza a Barranquilla. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 20/03/2018 | 08:03 pm
Erlandys Mustelier Serrano, un moreno espigado de Songo la Maya, saluda de modo cortés. El sudor le corre como río por sus mejillas. Bebe un largo trago de agua, aspira el aire y lo deja escapar poco a poco. Acepta continuar el diálogo que comenzamos hace unos días, cuando él estaba en Monterrey, México, y yo seguía desde La Habana lo referente a los 16 taekwondistas cubanos clasificados a los Juegos Centroamericanos y del Caribe Barranquilla 2018, entre los cuales se encuentra él.
Es lunes y reinició la preparación con vistas a la cita regional. En la Escuela Nacional de Combate Ramiro Chirino se respira buena vibra en el gimnasio. Los atletas de taekwondo disfrutaron una semana junto a la familia, y el descanso después del éxito —la clasificación de todos los atletas de combate, ocho mujeres e igual número de hombres, y el cúmulo de siete medallas: dos de oro, tres de plata y dos de bronce en el torneo Abierto de Monterrey— tiene un efecto placentero.
Mustelier Serrano ganó plata en el Abierto y desde su primera presentación había asegurado el boleto a Barranquilla, cuando venció 18 a 15 al hondureño Miguel Ferrera, número tres del ranking regional en la división de los 80 kilogramos. Es este uno de los latinos que hace su preparación en los exigentes circuitos de Europa.
—¿Te resultó fácil la clasificación?
—No creas. En el combate no existe contrario flojo. Comencé perdiendo 1 a 4 y para irme arriba en el marcador tuve que recurrir a la neryo chagui (patada frontal descendente) y combinación de bandal y dollyo chagui (técnicas de pierna semicircular al pecho y la cabeza, respectivamente).
—¿Qué haces para mantener la calma durante las acciones?
—Antes de salir a combatir recurro siempre a los consejos de nuestra sicóloga Maritza Viusá. Y me digo: «Todo saldrá bien. En el combate, ¡fuerte, rápido y seguro!», esas voces de automandato me dan ánimo.
—En el 2007, siendo juvenil, entraste al equipo nacional y ahora experimentas un notable crecimiento deportivo, ¿cómo llegas a este punto?
—A lo mejor no tengo una gran estatura como la de mi amigo y compañero Robelis Despaigne (2,04 metros). Mido 20 centímetros menos que él, y eso me exige un esfuerzo adicional en la preparación. Durante el día entreno dos o tres veces. Es el trabajo individual lo que permite pulir la técnica y mejorar las capacidades físicas.
—¿Es cierto que acumulas mucha información en el móvil para estudiar en los tiempos libres?
—(Ríe). El deporte me lo tomo en serio. Trato de no distraerme. Además de comunicarme por el celular, lo uso para ver y analizar los videos de mis contrarios. Eso me ha permitido desarrollar el pensamiento táctico. Nosotros salimos poco al extranjero y el reglamento cambia constantemente, al igual que el modelo del peto electrónico, lo cual influye en la manera de pelear. Para actualizarme descargo la mayor cantidad de combates. Es parte de mi preparación saber cómo se mueve el taekwondo.
—¿Cuáles son los cambios más visibles?
—Antes veías más combinaciones y ahora es más frecuente tirar con una misma pierna repetidamente.
—En tu carrera deportiva, ¿qué lugar ocupa tu mamá?
—Soy único hijo y separarme de ella ha sido lo más difícil. Pero Yiya, así le dicen sus allegados, siempre me ha apoyado de manera incondicional. Cuando me bequé por primera vez en Santiago de Cuba, estábamos construyendo la casa, y para evitarle gastos le insistía en que no fuese a verme a la escuela; sin embargo, cada semana estaba ahí. Luego vine a La Habana y la distancia se hizo mayor, y a eso súmale que las responsabilidades en el equipo nacional limitan el viaje a casa, por lo que a veces solo podemos ir una vez al año. Entonces ella se las ingenia y me da una vuelta siempre que puede.
—¿Pudiste encontrarte ahora con ella?
—No, para ir a Songo la Maya necesitas de más tiempo. En esa semana solo pude viajar a Pinar del Río, donde vive mi novia.
—Volviendo al taekwondo, ¿cómo te imaginas en Barranquilla?
—Me veo entregándome en cada pelea como si fuera la última, poniendo todos los sentidos en el combate sin importar qué venga después.