Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una partida con el Che

Rubén Morales Rigal le cuenta a Juventud Rebelde sus recuerdos acerca de la partida de ajedrez que sostuvo en Punta de Maisí con el Guerrillero Heroico

Autor:

Haydée León Moya

MAISÍ, Guantánamo.— Mientras se acordona las botas que usa para poner en orden su patio y dedicarse a algunos quehaceres que todavía le permite el «almanaque», Rubén Morales Rigal me advierte que casi no recuerda nada de la partida de ajedrez que allí, cerca de su casa, en Punta de Maisí, sostuvo con el Che cuando él tenía 31 años de edad.

No fue una partida oficial, como las 59 que recoge la cronología ajedrecística de Ernesto Guevara. Fue un encuentro fortuito, como los más de cien cuya historia pueden contar cualesquiera de los obreros, campesinos, artistas, deportistas y gente de pueblo que se enfrentaron amistosamente al legendario guerrillero en Cuba y en otras partes del mundo, y que revelan la pasión del Che por ese deporte.

Rubén, quien entonces era jefe de una compañía de las Milicias Nacionales Revolucionarias en su localidad, insiste en que no recuerda muchas cosas, pero en verdad, parece haber tenido «dormido» ese hermoso recuerdo.

«Cuando tú tengas 88 años, te vas a acordar de mí y vas a decir, el viejo aquel tenía razón, a esta edad a uno se le olvida todo», dice, e inmediatamente nos invita a caminar «para ver si me vienen algunos detalles a la mente».

Entre su casa y el mar hay solo una franja de arena y otra de tierra. Por allí andamos, cerquita del mar, de una plantación de cocos, y de una vieja casona que antes fue un almacén donde, me dice, pasaron la noche el Che y sus escoltas. Y parece volver al pasado.

«Puede haber sido a inicios o a finales, pero de lo que sí estoy seguro es de que fue en 1963, un año importante en mi vida porque nació Alexis, uno de mis hijos».

No precisa el día exacto, pero Rubén recuerda que fue una tarde, casi de noche, que llegó Ernesto Guevara de la Serna a la casa de sus padres.

«Yo me había casado ya y residía con mi esposa aquí en esta misma casita donde vivimos todavía, pero mis padres me contaron que estando en la cocina-comedor, él vio sobre una vitrina un juego de ajedrez y enseguida preguntó si alguien por aquí sabía jugar. Y un amigo de la familia, que era combatiente y andaba en la comitiva que lo acompañaba, le comentó que sí, y me mandó a buscar.

«Mi mujer estaba con mal embarazo, pero fuimos rápido para la casa de los viejos. Su presencia allí, en la misma casa donde yo nací y crecí, me impresionó mucho, al igual que su fuerza de voluntad, porque tenía una crisis de asma terrible, no lo dejaba ni hablar, de hecho apenas hablamos, pero estuve atento a todo lo que hacía, a lo afable que era con las personas, especialmente con los niños.

«Comenzamos la partida casi de noche. Él se atomizaba de forma constante, pero increíblemente jugaba con paciencia. Desde el principio yo estaba ganando, incluso llegué a pensar en que no me iba a ganar y me confié. Y cuando menos lo esperaba hizo una jugada y me ganó. Enseguida todos los presentes empezaron a decir que me había dejado ganar porque era el Che, pero en verdad me ganó. El ajedrez es un reto a la paciencia, a la observación de cada movimiento tuyo y del contrario, no te puedes volver loco.

«Hay algo que no se me olvida: En la madrugada siguiente al día de su llegada a la Punta se sintieron unos tiros a orillas del mar. Todo el mundo se movilizó para allí y nos encontramos al Che al pie de un cocotero y, calmadamente, nos dijo: “Tranquilos, estaba tumbando unos coquitos”. Era un hombre muy natural y afable.

«Después de aquel día, el tablero de ajedrez con el que jugamos se quedó donde mismo el Che lo encontró. Lamentablemente se perdieron algunas fichas, porque a nadie se le ocurrió preservarlo, hasta que hace unos 16 años se lo entregamos al museo municipal y allí se conserva una pieza que para mí tiene un gran valor sentimental».

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