El capitalino Enrique Díaz encabeza algunos departamentos importantes para un hombre proa. Autor: Juan Moreno Publicado: 21/09/2017 | 06:18 pm
Cerremos los ojos, retrocedamos en el tiempo e imaginemos por un instante una jugada de bateo y corrido con Romelio Martínez en el cajón. O avancemos un poco y pensemos en Alfredo Despaigne ejecutando un toque de sacrificio con el juego empatado. Una gran locura ¿verdad?
Sobre un diamante hay cosas casi «imposibles». Por eso, en el libro Las reglas no escritas del béisbol escrito por Randy Youngman y Peter Schmunk, hay una referencia a una verdad descomunal: «No le pidas nunca a un bateador lo que no es capaz de hacer».
El béisbol es, sin dudas, un deporte de especialidades. Además de las capacidades específicas que se deben poseer para desempeñarse en cada una de las posiciones defensivas, de las características particulares que debe tener un lanzador para asumir el rol de abridor, estabilizador o cerrador, están las particularidades de cada jugador que les llevan a ocupar determinado puesto en el line up.
Al parecer, por estos días este último aspecto no está siendo muy tenido en cuenta por los estrategas del béisbol cubano. Cada vez es más frecuente ver cómo se cambian las alineaciones, colocando a bateadores en turnos para los que no están preparados. Aunque, todo sea dicho, en las actuales circunstancias se torna cada vez más difícil conformar una «tanda ideal», y mucho más complicado es mantenerla.
En la historia de nuestro béisbol han existido jugadores que pudieran considerarse como «clásicos» —por decirlo de alguna forma— en diferentes turnos al bate.
Por ejemplo, los nombres de Armando Capiró, Agustín Marquetti y Pedro Medina siempre estuvieron relacionados en los equipos capitalinos con la responsabilidad de remolcar compañeros hacia el home, y algo similar sucedía con Fernando Sánchez, Lázaro Junco y Julio Germán Fernández en las novenas yumurinas.
El tacto del matancero Wilfredo Sánchez impresionaba sobre el diamante.
Impresionante para cualquier staff de lanzadores, por su complementación, fue la tanda integrada por Luis Ignacio González, Gerardo Miranda, Pedro Luis Rodríguez, Romelio Martínez, Juan Carlos Millán y Oscar Macías en los equipos de la antigua provincia de La Habana durante la década de 1980.
Por aquellos tiempos, igual de temible fue enfrentarse uno tras otro, a los pinareños Omar Linares, Luis Giraldo Casanova, Fernando Hernández y Lázaro Madera, y más reciente el terror lo implantó la Aplanadora santiaguera con Antonio Pacheco, Orestes Kindelán, Fausto Álvarez y Gabriel Pierre.
Sin embargo, han existido jugadores que en sus comienzos nunca ocuparon espacios de mayores responsabilidades, pero que con el paso de los años se convirtieron en pilares fundamentales de sus respectivos line up, como son los casos del matancero Juan Manrique y el santiaguero Rolando Meriño —curiosamente ambos receptores—, o como sucedió con el segunda base capitalino Juan Padilla, quien comenzó su carrera bateando en la parte baja de la tanda, después pasó a los primeros turnos y terminó empuñando varias veces como el cuarto madero de los Azules.
Más allá de variaciones, siempre hubo peloteros que serán recordados por el turno al bate que ocuparon a lo largo de toda su trayectoria. Citemos a Eulogio Osorio, siempre el segundo al bate de los Industriales, o los «Tres Mosqueteros» Wilfredo Sánchez, Rigoberto Rosique y Félix Isassi, quienes, salvo imponderables, eran fijos en la primera oportunidad al bate de los equipos matanceros.
Otros menos conocidos, como Enrique Oduardo, cuarto bate fijo de los elencos de Villa Clara o Azucareros, o Félix Booth, hombre proa de las novenas avileñas de hace cuatro décadas, encajan también en la anterior definición.
La velocidad fue una de las virtudes de Amado Zamora.
Buscando en diferentes publicaciones, entre ellas el libro Béisbol, de Juan Ealo, podemos encontrar caracterizaciones de los diferentes turnos al bate. Por ejemplo, el primero en la tanda debe ser un jugador que sepa batear en conteo, pues su objetivo primario es embasarse, y también observar —y que el resto de sus compañeros puedan apreciar también— la forma en que se presenta el lanzador rival. Además, debe exhibir una buena velocidad que le permita robar bases y propiciar jugadas que permitan poner esa capacidad en función de la ofensiva. Todo eso en busca del objetivo final, que es anotar carreras, que es la única forma de ganar los juegos.
A continuación les ofrecemos una compilación de los principales hombres proas que han desfilado por nuestras series nacionales, ordenados a partir del promedio de embasados por juego. ¿Quién de ellos ha sido el mejor? El debate está servido.