TORONTO.— Puedo decir que le he dado la vuelta a Cuba más de una vez en cinco días. Aquí, como en casi todo el mundo, las distancias se miden en tiempo. Casi todas las instalaciones quedan bastante lejos del centro de prensa principal.
Pero cuando digo lejos, es lejos. No vaya a creer que es como ir del Vedado al Reparto Eléctrico, en La Habana; o de Santiago de Cuba a Palma Soriano, allá en el indomable oriente nuestro. Ojalá.
Acá, en los viajes, uno tiene tiempo para dormir; para escribir una nota, una entrevista. O para deleitarse con los paisajes urbanos. Incluso, para hacer las tres cosas.
Los colegas del sur: argentinos y brasileños, sobre todo, casi no se callan durante las travesías. Aunque sea de madrugada, ellos no le dan un cinco a la lengua. Los periodistas cubanos, en cambio, caemos en los asientos y antes de reclinarlos ya estamos pegando una pestaña con la otra.
En estos días de competencias de remo y canotaje, salimos cerca de las seis de la mañana del centro de prensa (eso quiere decir que hay que levantarse antes de las cinco y tomar un taxi primero). Es más de una hora de viaje, a gran velocidad. Como ir a Matanzas.
Después, la pelota se juega en un lugar que queda a una hora y cuarto con buen tráfico. Mississauga, sede del judo y la lucha, a un poquito menos de una hora. Quien quiera ir a las competencias de tiro, levantamiento de pesas... más o menos lo mismo.
Al final, es como un viaje de La Habana a Santa Clara. O a Cienfuegos. O hasta Ciego de Ávila, para algunos. Ida y vuelta. Día tras día.
Consuela, no obstante, que el trato de los conductores es cortés. Cada vez que un policía aborda los ómnibus para verificar que todos seamos de la prensa, lo hace risueño, se disculpa por las molestias que nos pueda ocasionar el par de minutos que invierte en ese chequeo y nos desea un feliz día.
Deberían dar medallas por tantas horas sobre ruedas. La nuestra sería, indudablemente, de oro.