Próximo a cumplir los 81 años, Joaquín tiene una salud y agilidad envidiables. Autor: Adán Iglesias Publicado: 21/09/2017 | 04:51 pm
Aún conserva los patines de la infancia. Fueron estos los que le sirvieron de medio de transporte cuando a inicios de los años 90 trasladarse de un municipio a otro se hizo infernal. Quizá porque antes había sido chofer, quiso seguir siéndolo. Esos viejos patines de hierro son los mismos que traía puestos en el año 39 cuando en el camión de mudanza la familia dejó atrás Consolación del Sur y se vino a Bauta.
Próximo a cumplir los 81 años, Joaquín Pedro González Cabrera tiene una agilidad envidiable. Sobre las cuatro ruedas de sus patines recorre toda La Habana y hasta visita Pinar del Río. Vive en Alamar, reparto del capitalino municipio de La Habana del Este, donde todas las mañanas comienza su viaje. Tiene calculado el tiempo de cada recorrido: tarda una hora en ir hasta la avenida 26, en Nuevo Vedado; dos si va a Marianao; si su destino es Bauta demorará tres horas en llegar y si el viaje es a Consolación del Sur, Pinar del Río, pasará 14 horas en la carretera.
Jamás se engancha a vehículo alguno para adelantar, tampoco se detiene ante una loma. Sujeto al pasamano de la baranda, sube y baja las escaleras de su edificio saltándose tres escalones. Lleva una rapidez que no puedo seguir. Así lo hace siempre: con o sin patines.
Dice tener varios oficios: mecánico, chofer, electricista, cañero. Usa espejuelos para corregir sus añejos ojos. Viste short y camiseta deportiva. Calza el seis y medio y sus patines lineales, aunque están bien cuidados, revelan un gran average. Lleva además un casco blanco que lo identifica como «el Patinador solitario», pues no tiene contrincante.
Llegar a su apartamento, en la Zona 11 de Alamar, no es difícil. Joaquín es bien conocido y las señas que dan los pobladores del lugar facilitan el encuentro. Con la espontaneidad que lo distingue, nos aclara algunas dudas.
—¿Desde cuándo patina?
—Llevo en eso toda la vida; todavía conservo los patines de muchacho. Cuando manejaba la rastra, la guagua, o el camión, siempre andaba con ellos «a remolque». A veces llegaba a los almacenes y la gente me pedía que patinara un rato mientras cargaban la mercancía.
—¿Por qué decide tomar los patines como medio de transporte?
—Lo hice por necesidad. En el año 1989 me jubilé, el transporte se empezó a poner difícil y luego peor con el período especial. Ya te dije que era chofer, no estaba acostumbrado a depender del transporte público. Por eso cogí en serio los patines. Mi recorrido era por la vía Monumental, pero costaba mucho trabajo cruzar el túnel. Cuando pusieron el ciclobús, la guagua que pasa las bicicletas hasta el otro lado del túnel, también yo me beneficié. Con el tiempo empezó a fallar, y comencé a irme por Vía Blanca, luego atravesaba Regla y de ahí cogía la Avenida del Puerto.
—¿Viaja a diario?
—Salgo para hacer mandados y a visitar a mis hijos. Tengo cuatro hembras y cuatro varones. Ellos viven en La Habana del Este, Marianao, La Lisa y Bauta.
«Lo más lejos que he ido es a Consolación del Sur, Pinar del Río. Nací allí y por eso hace cinco años fui en busca de mis familiares. No encontré a nadie, pero hice buenos amigos que se han convertido en una familia y desde entonces cada año voy. Ese viaje se las trae».
—¿Cuándo descansa?
—Voy patinando y almuerzo cuando me aprieta el hambre. También paro para tomarme una cervecita, un refresco o un guarapo. Ese es el descanso. No puedo parar constantemente, si no ¿qué viaje hago? Tengo habilidad y fortaleza para resistir largas distancias.
—¿En qué consiste su técnica?
—No tengo. Lo mío es natural. Nadie me ha dado consejos. Eso sí, ando con precaución para no caerme, siempre miro dónde pongo el pie. Esquivo los huecos de las calles, que son muchos, aunque ya han arreglado algunas.
—¿Le asustan los carros?
—No. Ando en la carretera con seguridad. Respeto las reglas del tránsito. Manejé tanto en mi vida que me hago la idea de que soy un carro más. Cojo mi derecha. Quien viene detrás de mí tiene que hacerse la idea de que soy un carro. No me pueden estar pitando tanto, y si el de la bicicleta me toca mucho el timbre, menos me muevo. No creas, hay quien te pasa tan cerca que te sopla.
«Por Vía Blanca es por donde más transito y los ciclistas me preguntan por qué corro más que ellos. Algunos no quieren que les pase y se alteran —aprietan el paso— y así no llegan ni a dos kilómetros. Yo mantengo mi ritmo y les llevo ventaja».
—¿De dónde saca tanta resistencia?
—No padezco de nada. Desayuno, almuerzo y como, sin exagerar. La comida es temprano.
—¿Qué encontró en los patines?
—Mi habilidad de moverme lo más rápido posible, sin necesidad de esperar una guagua o un carro.
«Si los patines fueran asequibles a todos, muchas personas tuvieran. Pero cuestan divisas y los muchachos se desencantan cuando no los pueden tener».
—¿Pertenece a algún club?
—No hay club de patinadores. No tengo contrincante. Por eso mi casco dice: «el Patinador solitario».
—En el año 2000 viajó al exterior para visitar a su familia y pudo patinar en el hielo. ¿Cómo le fue?
—Es facilísimo, no hay huecos ni piedras que esquivar. Cuando entré a la pista lo hice agarrándome de la cerca; sin embargo, cuando moví los pies me di cuenta de que era igual. A los cinco minutos andaba en un solo pie.
—¿Ha ido al patinódromo de La Habana?
—Sí, cuando se inauguró un compañero que era responsable de allí me mandó a buscar. Iba a menudo, pero desgraciadamente el hombre se fue y yo dejé de ir porque ya no tenía apoyo.
—¿Por qué sigue patinando si el transporte ha mejorado?
—Todavía está malo para salir. Hay guaguas, pero no sé de dónde sale tanta gente. No tengo paciencia para esperar. Muchas veces me voy por la Monumental y cojo el P-11 para pasar el túnel.
«Sé que soy un atrevido, me metí en esto sin ir al médico y chequearme. Pero mis 80 años están sanitos. No tengo achaques. Mira… (al instante extiende la pierna hasta la columna más cercana a nosotros, sin flexionar las rodillas; su elasticidad es increíble).
Mi entrevistado sonríe por la «hazaña» que acaba de hacer, se pasa la mano por la cabeza y comenta: «…tengo mucho público. Los muchachos, las damas, los hombres me dicen que quisieran ser como yo. Sentado aquí, en los bajos de la casa, soy un espectáculo. Todo el mundo me saluda y me pregunta por los patines. A la gente le gusta verme con ellos y yo lo disfruto».
Hablar con Joaquín es alentador, tiene muchas ganas de vivir este hombrecillo delgado que desafía los años y la inercia. Y a una no le queda más remedio que agradecer tanta humildad.
De cuando quiso Lineales...
En los finales de los 90, en Cuba tener patines lineales se hizo un furor. Joaquín descubrió cuán cómodos y prácticos estos eran. Mas eran inaccesibles para la solvencia de su bolsillo.
Por eso decidió construir los suyos a partir de angulares de aluminio. Para estos mandó a fundir unas gomas especiales, fabricadas a partir de ejes de bicicleta. Para unir las piezas, las atornillaba. Los lineales criollos debían usarse con botas.
Probó su invento, pero no se aventuró a salir con ellos lejos de casa. Luego, en el año 2000, se hizo de los lineales que sustituyeron a los patines de la infancia. Los actuales son más rápidos y seguros; pero los de hierro, esos que le dieron la fuerza para patinar, siguen para siempre en su casa, cómplices de tantas andanzas.