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Convenios y desavenencias de El Cuervo

Lo mejor de esta telenovela radica en la tensión que se ejerce sobre Kuzgun entre el odio a quienes desgraciaron su familia o su deseo de venganza, y el amor sosegado y profundo que le inspira Dila

Autor:

Joel del Río

La narrativa de las telenovelas turcas, más o menos melodramáticas o históricas, criminales o de acción y aventuras, suelen tratar de legitimar dramáticamente la violencia y la venganza. Multivisión  tiene de lunes a viernes, a las tres de la tarde, a Kuzgun, o El Cuervo (2019), un paradigma de telenovela turca cuyos principales resortes dramáticos provienen, en un principio, de la traición entre dos amigos policías, la corrupción de uno de ellos, y la venganza del hijo del policía traicionado y encarcelado, 20 años después no solo por lo que le hicieron a su padre, sino a toda la familia, y a él mismo, abocado a sobrevivir como pudo vagabundeando en las calles, a partir de los horrores que atravesó su familia.

Como en tantísimas narraciones estilo El conde de Montecristo, el protagonista regresa para vengarse, pero a diferencia de otras historias similares, revela su identidad desde el principio, y lo puede hacer porque su archienemigo Rifat, convertido en el rey de la mafia narcotraficante en Estambul, ignora que Kuzgun sabe toda la verdad, y así tampoco supone que el joven está intentando tomar la justicia por su mano. Los componentes que le suministran a la telenovela un sustrato melodramático provienen, principalmente, de dos personajes femeninos: la madre, que carga con el terrible reproche de haberlo abandonado a su suerte a los ocho años, y Dila, el único interés romántico del protagonista desde la infancia hasta la madurez, solo que ella es hija del odiado Rifat, y uno de los mayores elementos de intriga consiste en preguntarse hasta dónde podrá llevar Kuzgun su venganza sin arrastrar a Dila.

Lo mejor de esta telenovela, aunque apenas propone escenas románticas o sentimentales (en comparación con otras series turcas vistas en Cuba) radica en la tensión que se ejerce sobre Kuzgun entre el odio a quienes desgraciaron su familia o su deseo de venganza, y el amor sosegado y profundo que le inspira Dila. Ella es abogada (y se supone adversa al delito y la descomposición moral en que vive su familia) y fue educada en Londres, al parecer fuera del alcance de las satrapías del padre y su banda de criminales, y de la estela de crímenes que dejan a su paso.

Personajes bien escritos, rebosantes de conflictos y bastante bien matizados, son Kuzgun y Dila, interpretados con notable contención y exactitud por Barış Arduç y Burcu Biricik, respectivamente, a pesar de que el primero abusa en ocasiones de una cierta pose medio rígida, soñolienta y desdeñosa para sacar adelante su difícil personaje, mientras que ella quiere lucir tan glamorosa, occidentalizada y distante de las pasiones turcas que en ocasiones parece demasiado evasiva y distante. Pero a pesar de todo, ambos consiguen que el espectador crea en sus personajes, y en los conflictos que los laceran, por lo menos en la primera parte, porque luego se aflojan los hilos de la lógica y del poco o mucho sentido que los protagonistas evidenciaron.

Tampoco es que la serie turca que nos ocupa tenga un argumento completamente excepcional. A lo largo de la década de 2010 se produjeron Amor y venganza (2016), con Kıvanç Tatlıtuğ y Tuba Büyüküstün, sobre un forastero que irrumpe en la cotidianidad de la influyente y adinerada familia Korludağ para vengarse del patriarca, pero se enamora de la hija; Amor en blanco y negro (2017), con İbrahim Çelikkol y Birce Akalay, sobre el complicadísimo idilio entre un asesino a sueldo que trabaja para su tío y una delicada e idealista doctora reacia al crimen; o Hercai (2019), con Akın Akınözü y Ebru Şahin, en la cual la venganza del galán arrasa a la hija de su enemigo pero termina perdidamente enamorado de ella. Entonces, la verdadera singularidad de Kuzgun proviene no solo de la trama y los personajes, sino también de la minimización del melodrama romántico, y de la preferencia marcada por los códigos del thriller mafioso.

El espectador se prepara cada día para ver una trama llena de tensiones, odio, venganza y amor con cada capítulo de la serie.

Para los habituales espectadores de las telenovelas turcas es sabida la debilidad con que son tratados la verosimilitud y el realismo, muchas veces sacrificados en busca de los golpes de efecto y los giros sorprendentes, pero increíbles, de la trama. Y tales violaciones del más elemental verismo es padecida por todas las series antes mencionadas y por Kuzgun, cuya segunda parte y final sacrifica del peor modo la delicadeza y la ética y la dama en apuros, mientras que el galán, al contrario de lo que todos esperábamos, recrudece su tendencia a la violencia y la fuerza bruta, y va desapareciendo a ojos vistas esa soledad desamorada, la añoranza por el cariño materno y por la infancia perdida, esa ternura reprimida que lo convirtió en un personaje singularmente atractivo.

En la segunda y última parte la serie comienza a girar en torno a situaciones pantagruélicas y exageradas, y no es que no pase nada, sino que todo es exagerado e inverosímil, de modo que se desfigura la esencia de los personajes, y los aleja de las coordenadas dramáticas, bastante atractivas, que se fundaron en la primera parte. De modo que el espectador debe prepararse para un final pensado para ser tan impactante e imprevisto que llega a traicionar buena parte de las expectativas del público, mayormente edificadas (al principio) sobre la pregunta respecto a si el amor y la compasión pueden triunfar, o no, sobre el rencor y el crimen.

A celebrar también la dirección de arte y el vestuario, que complementaban y caracterizaban cada personaje y los espacios en que ellos se desenvuelven. Y la musicalización es intencionada y cómoda, lejos de los violines zumbantes e invasivos que caracterizan la mayor parte de las telenovelas turcas que he visto. Y tanto la dirección de arte como la banda sonora musical, y las interpretaciones antes mencionadas, realzan esa voluntad de crear un serie oscura, de tipo criminal y reflexión ética, donde Estambul deja de ser esa ciudad turística y mediterránea, inundada de luz y color, y se convierte en el ámbito sórdido de narcotraficantes y malhechores. Uno de ellos, Kuzgun, es víctima, héroe, tipo duro enamorado, hombre de acción eternamente vestido de negro, niño lastimado por todos los desamores del mundo… Lástima que guionistas y productores fueron incapaces de sostener hasta el final las dimensiones casi épicas de un gran personaje. De dos grandes personajes, porque Dila también se sale del molde.

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