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Mis sueños tienen raíces

El actor, titiritero, director y profesor Rubén Darío Salazar vive el teatro de títeres desde el compromiso de ofrecer siempre un arte de calidad que edifique

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Sonríe fácil y derrocha la energía contagiosa que convida a estar a su lado; pero si es preciso, frunce el ceño y señala los errores y la mejor manera para corregirlos. Guía, sugiere, aconseja, ilustra y al final logra que otros también se enamoren del teatro. Crear un estilo, mantener vivo un sello, crecer día a día, nutrir su acervo enciclopédico… Rubén Darío Salazar es incansable y la obra que ha construido durante tres décadas en Teatro de las Estaciones, con su sede feliz en Matanzas, es muestra fehaciente de ello.

Premio Nacional de Teatro 2020 y acreedor a la Condición Maestro de Juventudes 2023, se trata de un artista pleno que ha sorteado miles de obstáculos, pero que ha mantenido incólume la premisa de ofrecer un arte de calidad, poniendo su corazón al servicio de niñas, niños y adultos.

«Siempre que alguien me señala que el teatro de títeres es para las infancias, me doy cuenta de que esa persona no conoce la historia. Cuando ese tipo de teatro surgió, se hacía en las plazas y los mercados para todos los públicos, y que se haya cambiado la mirada para los infantes es una ganancia del siglo XX. Siempre dije que cuando me dedicara a hacer el teatro de figuras, de títeres o de muñecos, me dedicaría a hablar de temas humanos que les conciernen a todos…

«Si concibo una obra para el público infantil, no basta con abordar una temática que pueda interesarle, sino que la mirada del espectáculo debe dirigirse hacia lo que se quiere estimular en los infantes a partir de una cultura de paz, del rescate identitario, de la música, la literatura o el cine… Lo importante es enfocar el teatro de arte de tal manera que se pueda despertar, avivar, enriquecer y, sobre todo, cuidar la mente y el alma de niñas y niños.

«Denunciamos la violencia física, pero también la cultural. ¿Qué le ofreces a ese niño desde el punto de vista musical, literario, visual, artístico para que crezca como ser humano? ¿Cómo cuidarás y respetarás sus ideas, y si fueran equivocadas, cómo las conducirás a un camino de bondad, de transparencia y de imaginación? Tienes que abrir puertas en sus corazones, ventanas en sus cerebros, espacios en cada parte de su cuerpo para que vuele hacia la utopía, hacia un mundo que no existe, pero que construimos para él».

—¿Esos son sus primordiales principios estéticos como creador?

—Sí. Es eso lo que que me hizo dirigirme a Dora Alonso y su Pelusín del Monte, a José Martí para hacer Los zapaticos de rosa o Los dos príncipes, o hacer una obra sobre la música con Bola de Nieve, Rita Montaner y el trío Matamoros; o vincularme a la soprano Bárbara Llanes para una ópera de niños, o a William Vivanco y la Orquesta Failde para rescatar lo caribeño que somos, o con Rochy Ameneiros para pensar una puesta con las canciones para niños y así rescatar a Gisela Hernández y a Olga De Blanck.

«Un teatro de arte te obliga a investigar, buscar, pensar en los niños de una manera responsable y comprometida, y a poner en ellos un poco de fe, de optimismo y humanismo, que son las principales virtudes del ser humano para lograr un mundo mejor».

—¿Ha hecho todo lo que ha deseado?

—No siempre se hace el teatro que uno quiere, sino el que se puede. Si te empeñas, si eres disciplinado, ético, comprometido y responsable, puedes lograrlo y desatar un universo maravilloso.

«A veces asumimos proyectos con complejidades desde el punto de vista material o del acceso a los recursos. Hemos realizado desde el proyecto más elevado, como La caja de los juguetes de Claude Debussy, que es un ballet impresionista para muñecos, como la obra Retrato para un niño llamado Pablo, basada en un cuento de la narradora catalana Carmen Fernández Villabol, que habla de la necesidad de dedicarles tiempo y atención a los pequeños.

«El apoyo que podamos recibir, como el que nos ha ofrecido varias veces la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación, te amplía las posibilidades reales de la realización. Es fabuloso pensar: lo soñé y lo hice, me lo planteé y lo conseguí, lo quería o lo necesitaba hacer y lo pude hacer».

—Al cabo de 30 años, ¿qué ha sido Teatro de las Estaciones para usted?

—Un oasis. Siempre ofrecemos algo culturalmente valioso. Se puede ver algo de José Martí, de música cubana, de Javier Villafañe, de Federico García Lorca; en general, de cultura cubana y universal, que edifica y hace crecer.

«Cada vez que se llena de gente la sala, soy feliz. Cuando el público se concentra ante nosotros y se toman fotos y regresan, somos felices. Cuando nos reconocen durante una actuación en el campo, soy feliz. Cuando se sabe que dejamos un bien en el alma de alguien, la felicidad es doble, porque hemos cumplido un poquito con nuestra misión en el mundo».

—Ha podido desarrollarse como pedagogo al mismo tiempo…

—Siempre dirigí y eduqué. Cuando pude crear la unidad docente de Carucha Camejo, mujer osada y experimental que nos regaló aquellos espectáculos extraordinarios, hice la escuela con los preceptos que considero importantes para un estudiante de arte y de teatro de títeres: convivir con las compañías en el día a día, que es arriesgarse estando en el elenco al que crees que nunca llegarías. La escuela no solo hace labor pedagógica, sino también artística e ideológica.

«Conocer la historia del teatro de títeres cubano es una labor que te satisface y abre los ojos y la mente a caminos desconocidos. Investigar y llevar la investigación a la escuela, estudiar para dar clases, hace que uno tenga la continuidad de lo que sueña en otras personas… todo eso enriquece también al artista.

«A veces me molesto con los alumnos porque no aprovechan las oportunidades, y no solo por lo que les compartimos nosotros, sino también maestros internacionales que les enseñan para que aprendan del teatro de sombras, del teatro que mezcla el mapping1 con los títeres… Esas posibilidades no las tuvimos los de mi generación».

—¿Dónde radica la singularidad de Teatro de las Estaciones? ¿Cuál es su gran sello?

—Yo no creo nunca en lo original. Lo que hacemos es recorrer los caminos que otros recorrieron. Lo original es la visión de un mismo tema de la manera en la que lo hacemos. Los hermanos Camejo han sido mis guías; ellos trabajaron con diapositivas, por ejemplo, y he hecho lo que ellos no pudieron cuando empleo tecnologías que ellos no tuvieron en su momento.

«Me gusta decir que Teatro de las Estaciones no tiene una fórmula. No puedo dar una receta, no puedo dar una clase de cómo lo hacemos, porque cada proyecto exige un proceso distinto. Jamás ofreceremos un teatro hecho con desgano, poco serio o vulgar. Es algo que siempre nace del corazón y de la mente. Tal vez ahí esté nuestro manual para trabajar con títeres».

—Ha sido una dupla perfecta la que tiene con Zenén Calero, diseñador escénico con quien Teatro de las Estaciones echó a andar…

—Las personas deben saber cuándo se encuentran con otra que los completa. Hay que saber cuándo encuentras a alguien que piensa en tu frecuencia, aunque existan diferencias físicas o de energía… porque si comparten el sueño por lo imposible, el sueño por el mejoramiento humano, la transparencia de conseguir que la gente nos reconozca desde la magia que hacen, eso es único.

«Cuando te encuentras con un mago como Zenén Calero, que puede poner la luz donde hay oscuridad, entonces comprendes que todo es posible. Trabajar con Zenén no es un privilegio para mí, es una suerte. Él es capaz de lograrlo todo. Puedes darle una olla con semillas y sacará un títere espectacular.

«Cuando hicimos Todo está cantando en la vida, una obra de Teresita Fernández, Zenén llenó la mesa de tapas, de tubos, de tornillos plásticos, de palos… de todo cuanto pudo traer de materia prima. No pensé que pudiéramos hacer la obra con eso y él me dijo, convencido, que con eso lo haríamos y que sería maravillosa. No lo vi porque no tengo esa mirada plástica que posee, pero él sí. Con la gente que te encuentres y tenga una visión de futuro, acompáñala».

—¿Qué quiere dejar tras su paso por el mundo?

—No soy pitoniso, pero lo que vaya dejando, sé que lo aprovecharán porque no lo he hecho solo para dejarlo, sino para compartirlo, disfrutarlo y expandirlo. Me pregunto qué puedo hacer ahora, qué puedo entregar ahora.

«Siempre haré un teatro de títeres con cabeza, porque sin ella nunca se podrá hacer un teatro comprometido. Hasta cuando se improvisa, hay que tener un objetivo. Como director me planteo hacia dónde va el barco. Por el camino pueden pasar muchas cosas, pero tengo definida la meta. Soy  un gran soñador, pero mis sueños tienen raíces».

 1 Técnica audiovisual que consiste en proyectar imágenes o videos, ya sean en 2D o 3D, sobre superficies reales para generar un efecto de movimiento.

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