Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La madre de Toqui

La actriz y soñadora Ana María Salas, quien nos regaló un personaje que marcó la infancia de muchos cubanos y ecuatorianos en la década del 70, es una mujer que nunca está en calma y sigue transformando su realidad para bien propio y de los demás

Autor:

Yasel Toledo Garnache

Parece un personaje de la realidad. Va de un lugar a otro, sube y baja las escaleras, camina por el patio, atiende a su poni Trueno, lo regaña y a la vez lo acaricia como a un amigo, recoge frutas. Tal vez mira el paisaje, disfruta la inmensidad del mar frente a su casa en la bahía de Cienfuegos, y se va frente a la computadora.

Quizá recuerda algunas leyendas, esas que la inspiran para hacer cortometrajes con pequeños títeres. Seguramente, cada cierto tiempo mira a ese ser especial, llamado Toqui, que durante varios años llegó a pantallas de diferentes países. Lo carga y habla de esas etapas, entre tantos retos y belleza.

Ana María Salas, la creadora de ese niño diferente, la actriz y soñadora, vive en una casona que parece de ficción, con un museo en el primer piso que nos acerca a momentos significativos de su vida, donde podemos encontrar objetos, fotografías, regalos de sobresalientes artistas… y cada uno es como una ventana de recuerdos.

Ella se emociona, sube el tono de la voz o habla más bajo. Puede hasta cantar el fragmento de una canción o hacer un «despojo». En uno de los cuartos del segundo piso está su cuarto hijo, Toqui, quien llegó a la vida para un concurso televisivo en Ecuador.

Nacida en Santa Isabel de las Lajas, esta mujer sin edad cuando pequeña pasó mucho tiempo sola, lo cual combatía con la invención de historias. Su madre deseaba que estudiara Pedagogía, pero aquello la aburría demasiado y por eso matriculó Ingeniería Química.

Ahora se siente el sonido de algunas aves mientras un grupo de jóvenes recorremos el patio de su casa. Le hacemos preguntas, ella sonríe, pero no deja que le hagamos fotografías, dice que eso no le gusta. ¿Cómo una actriz, la madre de un personaje tan conocido, no acepta estar frente a las cámaras o los teléfonos?

Ella a veces no responde, solo camina más rápido. Nos cuenta que las matas de mango dan tantas frutas, que en ocasiones las regala en el hogar de embarazadas más cercano. También hay uvas, una especie de laguna creada por ella y una escultura de Toqui, a la cual acudimos, y otra vez hay fotos. Poco a poco se va relajando, y ya sale en algunas. Como una hermana grande, nos habla de su vida.

La escultura de Toqui en el patio de la casa de Ana María es espacio constante para fotos.

En la Universidad empezó en grupos de teatro, y más tarde se fue para La Habana, con el sueño de ser instructora de arte. Cuenta que su padre se molestó y hasta dejó de hablarle por aquella decisión, pero se graduó de teatro. Actuaba y hacía diseño escenográfico, vestuario, sonido…

Después del triunfo revolucionario en el país, un médico ecuatoriano que trabajaba en Cuba se robó su corazón y la enamoró como en una leyenda, con tanta fuerza que se la llevó para Quito y se convirtió en el padre de sus tres hijos.

«Era una época de dictaduras en ese país. Venían los del Ejército a derrumbar las puertas y caí presa varias veces. Allá hacer teatro y morir de hambre era lo mismo, por eso tuve la idea de los títeres, un tanto más económicos. Armé un grupo, sobre todo con estudiantes universitarios, y cuando todo estaba por comenzar me avisaron de un gran centro comercial, un megaproyecto que incluía un programa de televisión para promover aquella nueva forma de venta. Necesitaban un personaje», nos dice esta narradora inusual.

Pasó toda la noche dando forma a su propuesta y al día siguiente se apareció en el concurso. Ni siquiera le había puesto nombre, pero ante la pregunta de cómo se llamaba solo pensó en su perro, Toqui, que era resultado de la combinación de dos vocablos quechua: «To» (gran jefe guerrero) y al añadirle el «qui» se convertía en gran jefe guerrero de la lanza oxidiana.

Para asombro de ella, un miembro del jurado —muy inteligente él— dijo «sí, Toqui, Quito al revés», y Ana María movió la cabeza en señal de aprobación. Luego, el personaje comenzó a salir todos los domingos en televisión nacional.

Coleccionista de objetos y amante de las artes, conversa con nosotros cerca de un balcón. Al frente hay un paisaje hermoso, con el mar al fondo, que ahora luce tranquilo, como un manto de agua. Ella sonríe, nos enseña uno de sus audiovisuales más recientes, y, ante nuestra insistencia, nos busca al Toqui original, que tiene hasta parte del cabello de Ana María. Para ella es como un niño real. Quien quiera fotos con él debe cargarlo como tal. Y ahí, cerca de ese pequeño, nos narra una de las anécdotas más emocionantes de su existencia.

Un 28 de diciembre, Día de los Inocentes, el equipo de realización del programa televisivo quiso hacer un chiste, una inocentada, y el personaje anunció que por primera vez el dinero proveniente de las exportaciones de petróleo en Ecuador, en boom durante esos meses, se le iba a entregar a los pobres para construir hospitales y escuelas.

Toqui cantaba de alegría por esa noticia, todo el país se creyó aquello, y el pueblo lo celebraba, pero también provocó represalias. Cerraron el canal durante un tiempo, metieron presos a casi todos, buscaron en la casa a Ana María, quien escribía los guiones, la interrogaron y también la encarcelaron.

Cinta negra en karate, esta carismática mujer, quien nunca dice la edad, expresa que aquello demostró que el personaje tenía muchos seguidores, y a partir de ese momento le concedió más importancia a los contenidos educativos. Toqui comenzó a viajar en el tiempo con su amiga la mariposita, la cual fue creada por la falta de dinero para pagarle a otro locutor, una solución que luego formó parte del encanto. Había siempre referencias a la amistad, la historia y datos curiosos.

El programa se comercializaba en varias naciones, pero no se permitía que llegara a Cuba. Eso le dolía a esta cienfueguera, que nunca se rinde, por eso se lo daba gratis a Panamá, con la condición de que diera una copia a su país natal.

Ana María cultiva en su casa, y tiene todo listo para cuando sus hijos decidan mudarse completamente a este lugar, algo que ella asegura sucederá. Se define como buena cocinera, y narra que en Ecuador también tuvo un restaurante especializado en comida cubana, el cual tenía la peculiaridad de que ella también cantaba.

Sonriente, dice que cuando un cliente quería irse lo asía por la camisa o el pulóver e interpretaba algunas canciones. Aquello poco a poco se fue convirtiendo en una especie de show, que atraía público, pues era el restaurante de la «loca que cantaba».

Casi todos nos hicimos fotos con Toqui, recordamos cuando lo veíamos en las pantallas, y hasta le hablamos de lo bueno que sería verlo otra vez con historias actuales. Ana María está dispuesta a escribir otra vez los guiones y conducir todo el proceso, siempre que pueda hacerlo en Cienfuegos.

Bajamos las escaleras entre bromas, caminamos por el patio, hacia la salida, cerca del mar, y nos despedimos con besos y abrazos. Otras imágenes junto a la madre de Toqui quedan en nuestros celulares.

Nos vamos con paso suave cerca del malecón de la bahía de Cienfuegos con la sensación de haber conocido a un ser diferente, uno sin años o con la capacidad de que no importen los números, uno que transforma siempre su realidad para bien propio y, sobre todo, de los demás.

Ella nos mira mientras comienzan a caer gotas de lluvia. Y volvemos a observarla, con la certeza de que siempre regresaremos a Toqui y a esta casa, que ya es mucho más. (Tomado de La Jiribilla)

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.