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Abanicos

El abanico no es un accesorio, sino un todo perfecto, una obra de arte en miniatura, y como tal debe respetársele, dijo alguna vez Dulce María Loynaz Muñoz

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Hay un largo pasillo rojo, unos mosaicos con ranuras blancas. Hay una copa resguardada. Hay un día en que el pasillo y la copa y el apremio se juntaron, un día en que el filo del cristal se hundió en la mirada de una niña y de pronto… el sol se oscureció. El accidente que comprometió el ojo izquierdo, que hizo correr a Juan Faustino y Aida, los padres de la pequeña, amenazó con eclipsar su existencia en ciernes… pero solo era una prueba. Y María del Carmen Sánchez Hernández, Maruchy, tenía mucha luz.

A los seis años, las imágenes de los libros de cuentos parecían hablarle. La adolescente hizo su examen en la Academia José Joaquín Tejada… pero ¿qué pasa, qué pasa que el resultado tarda tanto? Ahí viene corriendo, viene gritando. Dolor del alma, dolor de muelas, no ha sido aceptada, le dirán entonces. La confesión aflora años después: la negativa partió del temor familiar a que perdiera toda la visión, si sometía su ojo derecho a un doble esfuerzo.

La pasión, sin embargo, acabará rindiendo al miedo. De sus manos salieron primero, llaveros, figuras de esponja, tallas en madera… hasta que alguien le puso delante un abanico de majagua azul. Fue una revelación.

«Un abanico es el soporte de mi obra, lo que para un pintor es el lienzo. En él me expreso, me permite realizar las manifestaciones del arte que me gustan. Yo misma decidí pintarlos, con motivos de la naturaleza, de la ciudad. Lo más difícil es preparar el bolo de madera, sus cortes, y luego sacar cada una de las tablillas a usar y llevarlas a un grosor de un milímetro. Resulta exigente el tallado, lograr un diseño distinto, personalizado, de cada pieza».

Los abanicos de baraja de esta artista rinden homenaje a las maderas preciosas antillanas, el cedro y la majagua son sus preferidas, pero es capaz de entregarnos un abanico de mármol con piezas desplegables. El pasador o clavijo, las varillas exteriores (padrón) y las interiores (país), son cuidados primorosamente. El museo Emilio Bacardí exhibe un abanico de cristal de su autoría y el hotel Quinta Edén (Tabasco, México) muestra una de sus obras de mayor dimensión.

En la pieza que obsequió a la eterna vedette de Cuba, cada elemento semejaba un rosa. Sobre el abanico que dedicara a Teresa Melo, y a pedido de la poeta, inscribió un verso suyo: «Ama con esperanza». Personalidades de la cultura cubana e internacional como Compay Segundo, Omara Portuondo, Carilda Oliver Labra, Beatriz Márquez y Rosario Flores han preferido sus abanicos. La mítica Miriam Makeeba; la premio Nobel de Literatura, Nadine Gordimer y la reina Sofía, acogieron con beneplácito sus obras.

Hay un instante irrepetible, junto a la bailarina Alicia Alonso. Nadie mejor que ella, en su desafío constante a las tinieblas, para intuir semejante esfuerzo:

«Cuando termino de hacer la entrega de un abanico en la sede del Ballet Nacional de Cuba, cuando ya voy a despedirme, Alicia pide que me detenga, y me dijo algo que quedó grabado para siempre en mi corazón: «que te cuides mucho tu vista». Me impresionó mucho, porque ella no conocía la falta de mi ojo izquierdo, y al saber lo ocurrido, agregó: «bueno, el que tienes, cuídalo mucho».

Ella no sería, me insiste, sin José Alberto Burgos Martí, su esposo; sin sus hermanas, Madelín y Damaris; sin el apoyo de artistas como José Luis Ranquín y Luisa María Ramírez Moreira. No sería, sin su fe. Ella sueña, sigue soñando con la Casa del Abanico y anda pintando el aire, anda midiendo espacios en su propia casa, San Francisco 501, en el centro de Santiago de Cuba. Toque, toque fuerte, que allí nunca se descansa. Acaba de estrenar Abanicándote Maruchy, su grupo en las redes sociales.

«El abanico no es un accesorio, sino un todo perfecto, una obra de arte en miniatura, y como tal debe respetársele», escribió la Loynaz, nuestra Cervantes del Vedado. A María del Carmen Sánchez Hernández, pregúntesele cuánto respeto labra. Aquella niña que no se dejó arrebatar el sol un día aciago, cuando hundió su mirada en el cristal.

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