Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Surcos

Los surcos de la memoria son inapelables, son intransferibles, inaplazables. Son espirales en eterno movimiento

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Surcar la vida, surcar la Isla, surcar la mente. Ir, volver. Barrer los kilómetros, borrar las fronteras, bordar el país desde una ventana. Algo se prende a cada extremo, te hala. Empiezas a volar y no despegas. Te envuelves en el abrazo que se queda atrás, te lanzas al pecho que te espera. Vas dichoso, vas triste, vas.

Me voy despidiendo, pero me voy encontrando. Me voy quedando lelo, lerdo, lento. Una sombra se levanta sobre mí. Las avenidas se difuminan, las cúpulas se apagan. Y empiezas a rodar a tu destino, preguntándote qué es el destino, hacia dónde te empujas. Todos los sitios tienen nombre, tienen rostros; mas estos que te llevas, son los tuyos.

No vas a tener las palabras exactas, no vas a poder decirle adiós a la niña que soñaba con un elefante en su patio, ni al caballero con nombre de ciudad, ni a las noches escondidas, desveladas, tercas. Ni a las flores del alba.

No podrás despedirte de ti mismo.

Los surcos de la memoria son inapelables, son intransferibles, inaplazables. Son espirales en eterno movimiento. El horizonte es un enorme surco que se pierde detrás de la resaca. Habrá que saltar los vacíos,  los acantilados. El mundo está muriendo, está naciendo. Sobre tu cuerpo se tienden los caminos.

Recorres los pequeños parques, los árboles gigantes. Despejas las espinas. Es apenas un flash en el cristal. La vida es el eterno diálogo entre el dinosaurio y la hormiga, entre la grandeza aparente y la callada sencillez. Escuchas los pregones, los alaridos. Preguntas empecinadamente, quieres fijar las coordenadas mientras el tiempo lo devora todo. Se alarga la vista, se aprieta la mano.

Algo punza, algo escuece.

¿Quién es aquel que mira en la distancia, impasible, desde el banco perdido? ¿Quién es el niño que me da su inocencia, su impecable sonrisa, como chaleco salvavidas? ¿Cómo se llama aquel hombre que se anda marchitando en lo imposible? ¿Quién es la dama de los ojos verdes, entre Concordia y Neptuno, que se asoma a mi ventana?

Voy a excavar hasta encontrar el fondo, hasta tocar el lecho, hasta horadar la roca. Sé que voy a sangrar, que habrá millones de tajos esparcidos; pero quiero saber qué hay más allá, quiero tocar lo ignoto.

El sol está mirando en las alturas.

En cáscaras de nueces se surcó el océano, se quebraron las olas, para fundir el mundo. Se rompió el cielo, se hendió el aire hasta alcanzar la luna. Los hay Colones y los hay Armstrong. Todos los días sucede algo extraordinario: la tierra pare retoños nuevos en los viejos surcos.

Voy a surcar la Isla, el cocodrilo verde, la iguana de oro loynaciana, el arco tenso. Voy a festejar sus fiestas, a sufrir sus angustias, a despertar silencios. Espérame en cualquier esquina. Yo sabré que eres tú.

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