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Adela Dalto, una vida en el jazz latino

La intérprete estadounidense compartió escenario recientemente con estudiantes de la Escuela Nacional de Arte, a quienes transmitió sus experiencias con los fundadores del latin jazz

Autor:

Sergio Félix González Murguía

Cuando Adela Dalto (Texas, 1953) llegó a la ciudad de Nueva York en 1974, la escena musical de la gran urbe estadounidense hacía tiempo que había sucumbido al sabor de la música cubana y los ritmos afrocubanos que fluyeron en combinación con las más diversas miradas de un latin jazz en el que los cubanos Mario Bauzá y Francisco «Machito» Gutiérrez sirvieron de aglutinante para un fenómeno en el que también fueron ineludibles Chano Pozo y Dizzy Gillespie, entre otros.

En la memoria de esta cantante permanece nítida la imagen de las noches neoyorquinas de aquellos años. Podían empezar en el Village del Bajo Manhattan, en los clubes de jazz y escuchar música brasileña y hasta flamenco, para luego llegar hasta los barrios hispanos, más al norte, e ir a bailar salsa o escuchar a los rumberos cubanos de la zona. El cierre estaba en los after hours clubs, en el Alto Manhattan, donde se vivían auténticas aventuras narradas por la experimentación del swing, el bebop y la fuerza arrolladora del cubop, esa mezcla de elementos afrocubanos, el chequeré, los batá, con lo más irreverente del jazz americano.

Aquellas «vidas del jazz latino», como lo define en su libro el investigador Luc Delannoy —Carambola (Fondo de Cultura Económica, 2005)—, permitieron la confluencia de voces y caminos que atrajeron la tradición hacia sonoridades modernas y atractivas, símbolo de una revolución musical, sin duda alguna.

Adela Dalto estaba allí. A sus casi 70 años, la artista compartió recientemente su experiencia, anécdotas de esos tiempos capitales para el desarrollo del género del latin jazz, así como su obra personal junto a la fuerza creadora de la obra dejada por el cubano Mario Bauzá (1911-1993) con estudiantes de la Escuela Nacional de Arte (ENA), fruto de una colaboración con el multinstrumentista y profesor cubano Janio Abreu.

Durante tres presentaciones —una en Fábrica de Arte Cubano y dos en el Teatro Martí— la intérprete compartió escena con estudiantes de la ENA, en formato big band —la formación El combo del sabor, que lidera Janio Abreu, y la Estudio Big Band de la ENA, dirigida por Emir Santa Cruz, así como el pianista invitado Alejandro Falcón—. Se trató de auténticos shows que, con la música de Bauzá como pretexto, significaron nuevas experiencias creativas para jóvenes de entre 15 y 19 años que estuvieron a la altura de las circunstancias.

«Fue una sorpresa muy grande que me llamara Janio. Él está haciendo una investigación para su maestría sobre el maestro y flautista Alberto Socarrás (1908-1987), uno de los primeros músicos cubanos que llegaron a Nueva York, quien fue mi profesor. Entonces nos pusimos a conversar y surgió esta idea de venir y compartir la música de Mario Bauzá con los estudiantes, sobre el escenario.

«Cuando Janio me comentó la propuesta no creí que los músicos fueran tan jóvenes, pero, como yo sé de la buena formación acá, no tuve ninguna duda de que esto iba a salir genial. La preocupación era si yo podía cantar con ellos», confiesa entre sonrisas la artista, quien no cantaba en este formato desde hacía varios años y ahora interpretó junto a los jóvenes temas con arreglos del maestro Bauzá, emblemáticos de su Afro-Cuban Jazz Orchestra. Adela llegó a Nueva York, a mediados de los ’70, junto a su primer esposo, el pianista argentino Jorge Dalto, quien más tarde sería tecladista y director musical de George Benson. Juntos rápidamente
se insertaron en el circuito del jazz de la ciudad, a través de Gato Barbieri.

Al constatarse el talento de Jorge le presentaron a Machito. «Se demostró que Jorge era muy buen intérprete y sabía leer la música, entonces un amigo nuestro, John Madrid, nos presentó a Machito, quien lideraba con su cuñado Mario Bauzá, y Graciela Pérez como cantante, Los Afro-Cubans. Ellos tenían una carpeta con unos 350 arreglos y no todos tenían la práctica de leer la música, entonces ahí entró bien Jorge por un tiempo, hasta que conoció otros músicos y llegó a George Benson, pero participó en algunas grabaciones, también con Chico O’Farrill».

Es Chico O’Farrill quien le ofrece una de las primeras oportunidades a la joven Adela para cantar. Nacida en Texas, hija de padres mexicanos, había estudiado violín durante la secundaria, pero muy temprano comprendió que lo que le gustaba era cantar. «Chico fue uno de los primeros en hacer comerciales hispanos en Estados Unidos con música cubana. Se apoyaba en dos coristas y me llamó un día para sustituir a una de ellas. Después de ese primer comercial me mandó a tomar clases de solfeo con el maestro Socarrás. Fue un tiempo bueno, en que había bastantes oportunidades, pues no eran muchas las jóvenes cantantes, y claro que nuestros referentes eran Celia Cruz, Graciela Pérez, La Lupe, las cantantes estadounidenses. Se empezaba a mover la cosa y allí estábamos con Brenda Feliciano, esposa de Paquito de Rivera, y Doris Eugenio, cantando en cada proyecto que iba apareciendo».

En la experiencia más poderosa

Adela se ganó, poco a poco, un espacio dentro del diverso gremio musical neoyorquino, «siempre por la necesidad de los creadores, que buscaban voces femeninas para sus proyectos, como solista o en los coros», precisa la artista, quien no olvida las intensas noches en el Rainbow Room en el
Rockefeller Center, del Midtown Manhattan de Nueva York, uno de esos espacios que se repletaban para disfrutar del latin jazz más exquisito de finales del siglo XX.

Desde música italiana, canciones tradicionales cubanas, hasta música brasileña —su disco A Brazilian Affair (2005) es una joya—, la artista posee un repertorio diverso que ha sido capaz de demostrar en distintos formatos, siempre con el jazz como pretexto. «Pero la experiencia con Mario Bauzá ha sido la más poderosa», asegura la intérprete, quien estuvo acompañando a la Afro-Cuban Jazz Orchestra durante la última etapa de la agrupación, en sustitución de la voz principal de Graciela Pérez.

«Yo hacía los coros para Graciela en las grabaciones de la orquesta, así que interpretar su rol sucedió de forma natural. No es fácil pararse a cantar con una big band detrás: la fuerza que sale de la dinámica con músicos excelentes es estremecedora. Graciela era una cantante muy fuerte, y que confiara en mí para defender su música fue un honor.

«Sería hermoso tratar de juntar toda la música que ella puso en mis manos, aunque hay mucha por ahí, y entregarla a Cuba, donde pertenece. La juventud quiere tocar la música moderna, pero las músicas populares clásicas completan el discurso y son igual de románticas, emocionales, movidas. Es importante que esa música siga y no muera. Como en Estados Unidos tenemos el Great American Songbook, estoy segura de que el Cuban Songbook daría la vuelta por todo el mundo», comenta.

Adela se confiesa apasionada por la música cubana, desde sus intercambios con nuestros compatriotas en la Gran Manzana, cuando se enamoró de la forma en que su colega Virgilio Martí interpretaba Cómo fue, de Benny Moré, hasta su primera visita a la Mayor de las Antillas hace cuatro años durante una edición de la Fiesta del Tambor, o su colaboración con Chucho Valdés en el fonograma La crema latina (2005), un alegato exquisito con esencias de feeling.

Gracias a la música, Adela Dalto ha viajado más de 40 países —en Japón produjo tres discos—, ha compartido experiencias personales con Celia Cruz, Mile Davis y otros nombres esenciales en la forma en que hoy contamos la música y fluimos a través del jazz, en Cuba y en el mundo entero. «Cuando uno ha tenido la oportunidad de estar en ese ambiente se siente bendecido. Son músicos que no pararon de experimentar, cambiar cosas en el jazz en un tiempo virtuoso. Ha sido emocionante ver a cada músico mezclar lo brasileño con lo cubano, americano o hindú para producir una música nueva que hoy sigue su propio camino».

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