Salvador Dalí fue reconocido por su fascinante imaginación, su narcisismo y su megalomanía Autor: Juventud Rebelde Publicado: 08/07/2021 | 08:36 pm
Al parecer, las más extravagantes manías y los ritos destinados a romper supuestos y reales bloqueos creativos, son una constante en el universo artístico. En otras ocasiones, hemos referido las costumbres con las que escritores famosos consiguen la «seguridad» para escribir sus obras.
Sin embargo, en estos comportamientos egocéntricos y obsesivos incurren también grandes genios del pincel. Las rarezas de connotados pintores superan lo que pudiéramos considerar el «método de trabajo» para convertirse en estilos de vida con los que abrazaron la inmensidad del arte.
Pablo Picasso, por ejemplo, solía quedarse un rato en la cama tras despertarse para contar todas las dolencias que padecía. A modo de rezo matutino, refería una por una sus aflicciones. Convivía con una mona a la que llamaba Monina, tres gatos siameses y un perro. En estricto régimen, el autor de Guernica solo bebía agua mineral o leche y se alimentaba, exclusivamente, de vegetales, arroz, pescado y uvas.
«Creando buenos hábitos podemos liberar a nuestras mentes para pasar a campos de acción de verdad interesantes», aconsejaba Mason Currey en su libro Rituales cotidianos. Cómo trabajan los artistas, y en efecto, Picasso comprendía esta máxima.
Muy por el contrario, otros tantos encontraron en prácticas dañinas la manera de amansar los estados anímicos y hacer frente a los tormentos producidos por el lienzo en blanco.
Francis Bacon conseguía mayor productividad en estado de resaca. Decía que durante tal período su mente «chisporroteaba de energía y lograba pensar con claridad». Bebía excesivas cantidades de alcohol, apenas dormía (solo cuando tomaba somníferos). Comía mucho y usaba estimulantes para mejorar su rendimiento. De esta forma alcanzaba a pintar con envidiable maestría.
A través del tabaco, el controvertido Balthus conseguía concentrase mejor, por eso siempre pintaba fumando.
En una afición desmedida por el trago, Henri de Toulouse-Lautrec acompañaba sus noches creativas en los cabarés parisinos con Rubor de Doncellas, un coctel inventado por él mismo con mandarina, ajenjo, vino tinto, licor amargo y champaña.
Tampoco fue el único en descubrir las musas en los salones de fiestas. Edgar Degas dibujaba sus bocetos en los burdeles con el pretexto de aprovechar las vistas para experimentar diversas perspectivas.
Algunas de las conductas más insólitas asociadas a notables pintores, responden a trastornos o traumas que sufrieron en etapas cruciales de la vida e, inevitablemente, marcaron sus representaciones artísticas.
Vincent van Gogh es un caso típico. Padecía una aguda enfermedad mental que empeoró con sus continuos fracasos como pintor. Solo vendió en vida tres de sus más de 800 obras. En momentos de crisis rociaba el colchón y la almohada con alcanfor para poder dormir. Se dice que en una ocasión intentó matar a su buen amigo Paul Gauguin.
Paul Cézanne aborrecía el contacto físico a tal punto de no permitir que nadie lo tocara. La explicación para tal rechazo comparece en Recuerdos de Cézanne, una recopilación de cartas que intercambiara con su amigo Émile Bernard. En una de las epístolas menciona que cuando era niño, otro muchacho le asestó una patada en el trasero mientras él se deslizaba por una barandilla. Nunca se recuperó de la caída. «El imprevisto e inesperado golpe me afectó tan fuertemente que, después de tantos años, vivo obsesionado con que pueda volver a suceder», escribió.
Las singularidades del posimpresionista francés no quedan ahí. Su personalidad obsesiva y un irrefrenable perfeccionismo lo impulsaban a dejar a medias la cena para estudiar el efecto de la luz en el rostro de los comensales. Fue tanta su compulsión, que no asistió al entierro de su madre por sumirse en el paisaje de un valle al pie de Sainte Victorie que reprodujo en acuarela.
También las fobias y las pasiones absurdas dominaron el arte de muchos dibujantes. Ahí está el caso de Salvador Dalí, quien cargó toda la vida con el hecho de llevar el mismo nombre de su hermano primogénito, fallecido nueve meses antes de su nacimiento.
De un comportamiento absolutamente impredecible, este ilustre de las artes plásticas sentía pavor por los saltamontes. En una ocasión viajó a París en un Rolls Royce desbordado de coliflores e hizo subir un caballo blanco a la habitación del hotel donde se hospedaba. Su fascinación por las moscas tampoco tuvo explicación, sin embargo, decía que su delirio iba «solo por las limpias, no por las que se pasean por las calvas de los burócratas, que son repugnantes».
De nuestro Wifredo Lam se dice que hubo un tiempo en que le tocó hacer esfuerzos enormes para poder desarrollar su obra. Un conocedor y estudioso de su quehacer pictórico como el experto cubano José Manuel Noceda ha contado que el pintor más internacional de la Mayor de las Antillas llegó a utilizar los más diversos soportes, incluyendo la tela de yute... «Incluso, cuando Lam regresa a La Habana en 1941 era tal su indefensión económica —cuenta el experto— que tuvo que apelar al papel en el que había envuelto su equipaje, es decir, el papel kraft. Con ese papel pintó algunos de los primeros cuadros en esos años. Entre ellos, una de sus obras maestras, La jungla, en 1943».
Quien fuera su esposa entre 1938 y 1950, Helena Benítez (Helena Holzer en aquella época), dijo más de una vez que quien firmó piezas inmortales como La silla y Huracán, desataba sus musas de noche y hasta la madrugada, mientras ella le traducía del inglés, francés o el alemán textos de etnólogos y antropólogos como Levy-Strauss, Frazer y Frobenius.
En la pintura, como en el arte en general, los artistas estampan sus realidades más íntimas, así como las frustraciones y miedos que les paralizan. Pero solo los verdaderos genios saben sacar partido a eso que el resto llama rareza, para provocar en los espectadores sensaciones reales y hacerles experimentar en carne propia las emociones contenidas en el marco de cada obra.
Pablo Picasso vivió en tal pobreza que llegó a compartir una cama por turnos con el poeta Max Jacob.
Hubo un tiempo en que a Wifredo Lam le tocó hacer esfuerzos enormes para poder pintar.