Antony Puig Lugo, el ganador de la tercera temporada de Sonando en Cuba. Autor: Tomada del Sitio Web de Sonando en Cuba Publicado: 04/11/2017 | 09:32 pm
«¡Por supuesto que ha valido la pena!», le dice a JR sin titubear Antony Puig Lugo, el más reciente ganador de Sonando en Cuba. «El tiempo empleado en la música jamás es tiempo perdido. Sonando... me ha ayudado a crecer como artista, pero estoy convencido de que lo que ocurra con mi carrera en lo adelante dependerá sobre todo de mí: de mi interés, de la disciplina, de que no pierda el amor por lo que hago. No debe haber fallo si, además, continúo poniendo mi fe en Paulo FG y en las instituciones que nos respaldan. Ahora mi mayor compromiso es tratar de mantener por siempre el cariño que la gente me profesa gracias a este fabuloso proyecto. ¿Qué me queda entonces? Trabajar duro, sin descanso, pero sin perder la pasión».
Muy claro lo tiene quien este lunes 6 de noviembre estará celebrando 26 años de haber nacido en su querido Palma Soriano, en Santiago de Cuba. Fue en esa tierra donde comenzó a diseñarse la felicidad de Antony, cuando con un lustro de vida vio entrar un piano a su casa. A esa edad también ocurrió otro «milagro»: se encontró con el mejor de los tutores: Santiago Calzado Álvarez, primer bombardino de la Banda Municipal de Conciertos de la Ciudad del Cauto.
«Con Santiago Calzado aprendí las primeras notas y eso despertó en mí una necesidad indescriptible por la música, de querer vivir para ella. Mis abuelos, quienes me apoyaban en todo, me imponían unos castigos muy curiosos cuando yo hacía alguna travesura: me exigían que estudiara dos o tres horas en el instrumento. Cansaba mucho porque, imagínate, se trataba de repetir ejercicio por ejercicio, haciendo escalas, acordes, arpegios..., lo cual redundaba en bien para mí pues de ese modo mejoraba considerablemente la digitalización a la hora de interpretar una obra...», recuerda quien fuera distinguido, además, como el mejor sonero del certamen.
«No me formé en academia, soy empírico, todo me lo aprendía de oído. Mi casa, el seno de mi familia, fue la escuela de arte más integral que pude pasar».
—Con esas medidas que tomaban contigo, hubieras podido terminar haciéndole rechazo al piano...
—Uno nace con un don, y cuando te lo desarrollan aprendes a vivir con él, al punto de que no te imaginas haciendo algo distinto. Por tanto, tal vez había un momento que miraba de reojo el piano, con cierto recelo, pero al rato se me quitaba. Y es que sin la música no soy nadie. Ella es mi refugio emocional. Me salva cuando me siento mal, cuando estoy triste, pero también si mi felicidad es infinita.
—¿Imaginaste alguna vez que serías concertista?
—No, no, lo que siempre me interesó fue la música popular cubana. Al principio me soñé como un buen pianista, es cierto, pero luego esa idea se borró de mi cabeza cuando apareció el canto junto con la guitarra, mientras cursaba el noveno grado. Cuando pasé al preuniversitario no había festival de la FEEM en el que no estuviera —fui vicepresidente municipal de esa organización en décimo y onceno grado—; cantaba en los matutinos, en la recreación, y hasta en congresos...
—¿Cuándo descubriste que el canto era mucho más importante que todo lo demás?
—A la edad de 13, 14 años. Me embullaron en la escuela, una amiga que se sentaba a mi lado en el aula me aseguraba que tenía buena voz, de modo que cantaba dondequiera que hallara un micrófono. Con 15 años me sentía cantante. Por la influencia de un amigo de crianza, Odermis Díaz Bernal, me uní al movimiento de rap, en ese tiempo incursioné en grupos como La partida, Cero escape, Voces gemelas...
—¿Cuándo cantaste de manera profesional?
—Con la orquesta Estrellas de la Charanga, en mi Palma Soriano: una orquesta de la talla de la Aragón, de la Aliamén, que pertenece al Catálogo de Excelencia de la Empresa de la Música y los Espectáculos Miguel Matamoros, de Santiago de Cuba. Ahí audicioné y me otorgaron el aval como cantante profesional. Jamás olvidaré ese día. Esa resultó la alegría mayor que tuve en esa agrupación, donde se produjo mi primer acercamiento en serio a la música cubana, aunque fue con Acuarela Band, con la cual actuaba en Varadero, donde me encontré como sonero.
«En Acuarela Band, cultivadora de la música tradicional, permanecí como voz líder por dos años y medio. Por lo general, los temas soneros, rumberos, eran defendidos por mí. Dejar Palma significó un cambio muy brusco, porque no es sencillo arreglártelas en el polo turístico más importante del país, pero andaba detrás de mis sueños. Trabajaba en los hoteles, pero también en el Snack Bar Calle 62, un lugar al cual le debo mucho porque constituye el termómetro en esa ciudad en lo que a música cubana se refiere».
—¿Qué te hizo entonces abandonar esa plaza?
—Yo nunca abandono, solo doy un paso hacia adelante. Cuando abandonas es como si renunciaras a ese pasado que forma parte de tu crecimiento personal y profesional, y como bien se dice, no existe hoy sin ayer. Lo que decidí fue subir otro escaño en mi carrera: Sonando en Cuba, un proyecto que estoy convencido de que me ha convertido en mejor ser humano, que ha traído de vuelta a mí valores que estaban a punto de perderse por culpa de ciertos vicios que uno va incorporando casi sin darse cuenta, sobre todo porque piensas que es algo pasajero y cuando vienes a ver ya te ha dominado. De pronto me acostumbré a terminar de trabajar y a quedarme toda la noche de fiesta, descuidando mi imagen, mi integralidad profesional, laboral. Definitivamente, Sonando en Cuba me ayudó a conseguir el autocontrol, a centrarme en un objetivo, a saber que todo tiene su momento. Estoy seguro de que solo se puede dar un paso adelante cuando renuncias a aquello que te resta.
«Ahora que hago esta reflexión, aprovecho para agradecerle públicamente a un amigo, Raidel Biset, alias “Papo”, quien con sus consejos posibilitó que retomara mi camino cuando estaba a punto de perder la fe por la música y de meterme en malos pasos. Es tremenda verdad eso de que las malas amistades pueden corromper las buenas costumbres. ¡Qué suerte la mía que pude contar con una persona como él, que me “haló” otra vez hacia el bien».
—¿Cómo te conectaste con Sonando en Cuba?
—Ramón Álvarez, finalista de la segunda temporada de Sonando... y hoy cantante de Adalberto Álvarez y su son, empezó a «empujarme» para que me presentara. Y aunque él consiguió motivarme, solo cuando entré tuve una idea cabal de la magnitud enorme de este proyecto.
—¿Resultó difícil para ti clasificar?
—Mira, yo simplemente viajé de Varadero a Santiago y audicioné; luego me llamaron y volví a audicionar, hasta que me convocaron otra vez y clasifiqué. No me he puesto a pensar si fue fácil o difícil, pero te aseguro que di un paso del que jamás me arrepentiré.
«Sonando en Cuba ha sido como un bálsamo. Lo primero que me impresionó fue la calidad humana de las personas que intervienen en él, desde los mentores y concursantes, hasta los técnicos, instrumentistas, bailarines, modelos... Me siento muy privilegiado porque conté con unos preparadores de lujo: Heidi Chapman, Niurka Reyes y Kiki Corona, mientras que me sirvieron de mucho los consejos de Alain Pérez, Luna Manzanares, René Baños... ¿Y qué decirte de Paulito, Mayito y Haila? ¡Lo máximo! Es increíble, porque si bien se empeñan en hacer avanzar a su región, también trabajan como un todo, como un solo haz. Ellos, sin excepción, buscan el tiempo para intercambiar, para transmitirle sus enseñanzas a cada uno de los concursantes, sean de donde sean».
—¿Te sorprendió el veredicto del jurado?
—Te digo con total franqueza que me uní a Sonando… no para concursar ni pensando solo en ganar, sino para que la gente me conociera, para que Cuba descubriera que en mí habitaba el talento; para que supiera que existen muchos jóvenes que aman nuestra música y quieren defenderla con el alma, con el corazón. Estoy abierto a los más disímiles géneros, no le cierro las puertas a ninguno: me apasiona la música toda, pero por la cubana siento devoción.
«Llegué a la final porque me enfoqué... o solo Dios sabe por qué. A lo mejor todos los astros estaban alineados a mi favor. Sin embargo, aunque la competencia no era lo que me movía esencialmente, pues ya formar parte del proyecto había sido una ganancia indiscutible, en mi interior me decía que si avanzaba hasta ese momento culminante, no iba a haber quién me arrebatara el triunfo. Y no es que me “creyera cosas”, pero de repente sentí que había contraído un compromiso, digamos sentimental, con mi gente linda de la región oriental; tenía que regalarle una alegría que no olvidara. Tenía que retribuirle a mi Santiago, cuna del son, de la trova, del bolero, por poner en mí ese orgullo... También ya era tiempo de que en Sonando en Cuba se coronara un hombre (sonríe)... ¿Ves? Eran demasiadas fuerzas empujándome».
—Entonces cayó sobre ti una presión tremenda, porque tus dos rivales eran «de temer»...
—¿Y crees que no lo sabía? (sonríe). Teresa Yanet y Yudelkys no solo son dos grandes cantantes, sino dos buenas amigas, pero me sentía seguro con el trabajo tan exquisito que habían realizado mis preparadores. Después de todo, yo había venido a Sonando... a defender la música cubana, y creo que pusieron en mí la fe y la licencia para hacerlo. No quisiera ser mal interpretado, pero las competencias no significan nada para mí, por tanto la presión había dejado de existir.
«Es innegable que los tres popurrís fueron muy parejos, sin embargo, el jurado decidió por mí, él tendrá las explicaciones de por qué. Te juro que, en lo personal, no noté la diferencia: cualquiera de nosotros hubiera podido ganar. Tal vez por eso me hallaba tan sedado en el escenario cuando se anunció el veredicto, porque imaginaba que los jueces debían estar más nerviosos que nosotros por tener que decidir a quién iban a premiar entre los tres (sonríe). Yo esperé con paciencia el resultado. Le doy gracias a la vida porque haya sido tan favorable, ya era hora de que me tocara un alegrón así. ¿Sabes qué? Quería demostrarle a mi gente del Oriente que sí se puede llegar cuando se le pone empeño y se tienen ganas de triunfar en cualquier arista de la vida».