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Hechizados por un Beatle

Paul McCartney y su banda ofrecieron dos recitales la semana pasada, en Argentina, como parte de su gira Up and Coming Tour, la cual continúa por estos días en Brasil

Autor:

Kaloian Santos Cabrera

BUENOS AIRES.— Ansiosos por la arrancada prevista para las 9:00 p.m., la multitud intergeneracional provista de pulóveres, carteles, discos de vinilo, afiches y banderas, comenzó a corear su nombre en la cancha del estadio River Plate; el sitio donde ofreció tres recitales históricos en 1993.

Puntual, como buen inglés, apareció vestido de traje negro y camisa blanca. Con su bajo eléctrico marca Hofner, que lo acompaña hace casi cinco décadas, como si fuera una de sus extremidades, hizo una reverencia ante las 45 mil personas congregadas para verlo, y por unos segundos y entre los gritos ensordecedores de la gente, recorrió una parte de la tarima con una sonrisa pícara hasta ubicarse frente al micrófono e inaugurar la ansiada noche con Venus and Mars, Rock show y Jet, temas de su etapa con Wings. ¡Sir James Paul McCartney, una leyenda viva de la música universal, estaba de vuelta!

Así comenzó el primero de los dos recitales que el ex Beatle ofreció la semana pasada, junto a su banda, en tierras gauchas como parte de su gira Up and Coming Tour, la cual continúa por estos días en Brasil.

El acontecimiento duró tres horas que pasaron en un suspiro. El roquero, de 68 años de edad, interpretó más de 30 canciones con una voz y una energía impecables de principio a fin.

A la altura del quinto título se despojó del saco y quedó en camisa y tirantes. Parecía aquel jovenzuelo que junto a otros tres desafiaron al tiempo y las modas desde una ciudad inglesa. Fue extraordinario verlo entonces como pasaba con soltura entre las guitarras, el bajo y dos pianos, para compartir medio siglo de su carrera, una de las más fructíferas y exitosas de la música contemporánea.

¿Qué mayor satisfacción puede sentir Paul cuando ha escuchado a millones de seres humanos, de múltiples culturas e idiomas, cantar sus canciones? Quizá por eso —aunque el programa muy bien diseñado, recorría parte de su etapa con Wings y unos pocos temas de su autoría como solista—, el protagonismo fue para una veintena de clásicos compuestos junto al cuarteto de Liverpool.

Esa noche pude sentir el sonido fiel y el espíritu de Los Beatles gracias también a Rusty Anderson (guitarra líder), Brian Ray (guitarra y bajo), Paul «Wix» Wickens (teclados) y Abe Laboriel Jr. (batería), miembros de la banda que, hace más de 200 conciertos, respalda a Paul.

Así, para sumergirnos en ese universo, McCartney emocionó con All my Loving; despojó a todos de sus asientos con Ob-la-di, ob-la-da, Day Tripper y Back in the USSR; y homenajeó a su esposa Linda y sus ex compañeros John Lennon y George Harrison. «Escribí esta canción como un diálogo que nunca tuve con mi amigo John», contó antes de cantar Here today, mientras que a  Harrison le dedicó Something.

Otro de los capítulos para el delirio fue cuando mostró una guitarra y anunció, en inglés, que era la misma con la cual grabó Paperback Writer. Provocó exclamaciones al unísono, rasgó los primeros acordes y yo cerré mis ojos e imaginé estar en 1966, dentro de los estudios Abbey Road, mientras John, Ringo, George y él registraban la antológica pieza.

Ya cerca del final, fingió la retirada y tras los aplausos regresó solitario para regalar, a guitarra limpia, Yesterday, una de las composiciones más versionadas de la historia.

Unos segundos de tranquilidad frente a un piano de cola para introducir Hey Jude. De fondo, proyectadas por la pantalla, las miles y miles de caras de los presentes que coreábamos hipnotizados: Hey Jude don’t make it bad... más, bengalas, fuegos artificiales, mucha pirotecnia... coronaron los movidos estribillos del tema y la locura.

Sin tiempo para el respiro, preguntó si querían rock and roll y avivó la llama con Helter Skelter y Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band para cerrar magistralmente con The End.

Con una lluvia de papelitos llegó el despertar del sueño. Punto final del show memorable y las últimas palabras de Paul McCartney en Argentina abrían una ventana a la esperanza y al reencuentro.

«Adiós. Nos vemos en la próxima», se despidió al tiempo que cortaba sutilmente con los rumores sobre su retiro.

«A veces lo dice la prensa, o algunos productores se valen de eso para vender más entradas», había enfatizado al respecto el músico por una canal de la TV local donde, contó además, que siempre tiene nuevos proyectos entre manos.

Ahora trabaja en «la composición de canciones para lo que va a ser un nuevo álbum de estudio, que grabaré el año venidero. Y al mismo tiempo estoy preparando música para un ballet».

Es cierto, Paul es indetenible. Pero esa noche demostró además que un genio es también un ser terrenal, agradable, placentero, divertido. Bailó con ovaciones retribuidas por la multitud. Bromeó en escena. Respondió a gritos desesperados de fans con frases tales como «I love you too», «gracias, che» y «bésame mucho» (título de un famoso bolero que a principios de los 60 grabó junto a Los Beatles).

Y en pleno espectáculo, entre todos, hechizado en la marea, yo pretendía la imposibilidad de retener el tiempo, quedarme con cada detalle, imagen y sonido de lo que sin dudas fue algo así como el nos plus ultra de un concierto. Yo, en ese espacio, un cubano, mezcla de fotógrafo, periodista y, sobre todo, heredero de un «beatlemaniaco».

Por mi cabeza entonces se agolparon los flashazos: mi viejo escuchando los casetes de Los Beatles con los cuales crecí; aquella mañana de diciembre cuando vi de cerca, por primera vez en mi vida, a Fidel y a Silvio en el mismo lugar donde Lennon se sentaba en un parque habanero; o la noticia del paso fugaz y casi incógnito del mismo Paul McCartney por Santiago de Cuba, a inicios de este siglo, y su huella dejada en un escrito donde se puede leer: «Muy bueno, volveré. Viva la Revolución».

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