Aún con el sabor a la Galia en nuestro paladar gracias al notable Festival de Cine Francés, sin abandonar Europa torcemos un tanto el rumbo para aterrizar en Alemania, siempre pantalla mediante, ahora con siete días de su producción fílmica. Desde la premier se apreció la enjundia y la musculatura de un grupo de obras enmarcadas en el último lustro, que expresan elocuentemente el prestigio alcanzado por nuevos realizadores que siguen las huellas de los Fassbinder, Herzog y Winders, y prolongan en el nuevo siglo, incorporando sus angustias y problemáticas, las conquistas y el prestigio de esos ilustres precedentes.Cuatro minutos, que inauguró la semana, fue dirigida por Chris Kraus en 2006, y aunque no soy muy dado a medir el alcance de las obras por sus premios, en este caso sí considero muy justos los 16 que ha conquistado en su propio país (incluyendo dos de oro), así como el lauro que extiende la FIPRESCI (prensa cinematográfica) en Sofía.
Desde hace décadas, Traude Krüger imparte clases de piano en una prisión de mujeres donde conoce a Jenny, una introvertida joven, acusada de asesinato y considerada desde niña un prodigio musical. Con los intentos de la profesora de que su alumna triunfe en un concurso, se desarrolla una compleja y dilemática relación entre ambas, donde precisamente estriba la consistencia del guión.
Los firmes y matizados trazos con que se dibuja la personalidad de estas mujeres no solo diversas, sino de personalidades aparentemente inconciliables, pero con más de un punto en común, llenan la pantalla y lo hacen desde una gradual evolución de sus caracteres dentro de situaciones que demuestran, por otro lado, las habilidades narrativas del director para conducir la historia hacia los más inusitados rumbos, no solo manteniendo el ritmo, desde un tempo que contempla oscilaciones excelentemente pensadas y mejor plasmadas, sino sembrando aquí y allá dudas e interrogantes que comparte muy de cerca el público.
Como puede inferirse, la música (en este caso diegética) desempeña un papel esencial en el relato, de modo que los encrespados y apasionados conciertos de la reclusa llegan como un grito existencial, un gesto de reafirmación y protesta desde su dolor, que la profesora intenta encauzar dirigiendo la energía y el talento hacia donde pueden mejor llegar, mientras la eficacia del montaje contribuye a hilvanar y relacionar de una manera admirable los puntos clímax con los de menor densidad dramática, para sumar una muy notable narración; concluir que los más elevados sentimientos humanos trascienden las diferencias, incluso en la orientación sexual, que dentro de la más extraviada persona late en potencia un diamante listo para su pulimento, son apenas un par de reflexiones que se derivan de este filme donde los excelentes desempeños de sus actrices protagónicas (Monica Bleibtreu y Hannah Herzsprung) hacen el resto.
Hay quien opina que el humor alemán es tan áspero como su lengua, mas para poner en solfa tal argumento solo bastaría disfrutar de la comedia de Marcus Hausham Rosenmüller, Decisiones de ultratumba (2006), que cuenta la historia de Sebastián, un niño de 11 años despierto y pícaro para quien la vida es, por un lado, puro juego; y por otro, se considera responsable de la muerte de su madre, que ocurrió al traerlo al mundo. Abrumado por ese y otros «homicidios», Sebastián lucha cada noche contra las fuerzas del Purgatorio mientras cree haber recibido una señal del «otro mundo»: debe encontrar una nueva mujer para su padre.
He aquí una de esas comedias que durante todo su trayecto nos mantienen en vilo, risueños y sorprendidos con cada nuevo giro que emprende el argumento, rico por demás en los más increíbles equívocos y variaciones; claro que ya esto sería suficiente para elevar el índice, pero hay más: no únicamente el director incorpora con tino y gracia leyendas populares que trascienden el imaginario infantil, sino que se burla cariñosamente de costumbres, mitos y creencias de los pequeños pueblos rurales, o al menos los utiliza con proverbial imaginación para contarnos la historia, fustiga males mucho más generales como la superchería, las manipulaciones de los medios (sobre todo la radio, tan vital en esos contextos), y las tertulias de cantina mientras nos acerca a personajes tan típicos como universales.
Sin salir del género pero regresando a una mayor temperatura dramática que frisa incluso lo trágico, la semana ofreció Verano en Berlín (2005), de Andreas Dresen, que relaciona a varios personajes en el tiempo y espacio que anuncia el título: dos amigas que viven en un viejo edificio y pasan las tardes en el balcón; un hombre que perturba la paz existente entre ellas pero, al mismo tiempo, ocasiona momentos gratos; una anciana que muere y un chico de 12 años enamorado de alguien que no le corresponde; una joven que realiza, presuntamente, una entrevista de trabajo, en tanto Nike recorre en bicicleta las calles berlinesas y trabaja para la asistencia social cuidando a personas mayores con las más diferentes características...
Ante tal caleidoscopio humano que parte de un guión escrito por Wolfgang Kohlhaase, al realizador no le quedaba otra opción que afinar su instrumental expresivo, sobre todo accionando la moviola con rigor y perspectiva suficiente para combinar, alternar, equilibrar casos y cosas como las que ocupan su cámara y entregárnoslos en un discurso que lograra cierta coherencia dentro del caos que significa ese verano en la capital alemana. Creo que en términos generales lo consigue, aunque a veces alguna historia robe el protagonismo y otras el dinamismo alcanzado se resienta con ciertas trabas en el discurrir del sujet. Sin embargo, la estación del calor (coincidente ahora con la nuestra) se disfruta desde ese justo y difícil tono en que llega a diluir lo triste y lo alegre (al final no habla de otra cosa que de la misma vida) del que apenas nos percatamos, con esa fotografía pulsando cromas luminosas y amplias que sugieren en efecto ambiente urbano y veraniego, al tiempo que nos invita a reflexionar sobre ese tema sempiterno: la soledad, a la cual (parece recordarnos Dresen) no escapan ni jóvenes ni viejos, ni muy ocupados ni sin empleo, ni ricos ni pobres e incluso, se siente y se sufre en Berlín, en Cuba o el planeta Marte.
Pero hay antídotos para ella, y uno muy eficaz es el buen cine como este procedente de Alemania que ocupó una semana en el Chaplin y en varias provincias del país, disfrutado desde esa otra soledad (esta vez compartida) que significa la sala de cine.