Foto: Roberto Suárez Fue como un embrujo. Tenía 13 años y se encontraba acampada en cierto lugar de la Costa de la Muerte, cuando ocurrió. Mercedes Peón, la cantante gallega de mayor reconocimiento internacional en la actualidad recuerda que hasta ese momento ella era de esas adolescentes que le encantaba sacarle sonidos a la pandereta porque sí, porque le gustaba, pero lo hacía, en verdad, con poca gracia.
«Aquel día mágico bajamos a la playa y me puse a tocar la pandereta en una plaza pequeñita», rememora para los lectores de Juventud Rebelde la Peón, responsable de abrir la mañana de este jueves, en representación de la cultura gallega, la 17 Feria Internacional del Libro, en la Plaza San Francisco, justo en el mismo espacio donde actuará hoy cuando el sol comience a ocultarse.
«No lejos de allí había un bar, donde estaban unas señoras saboreándose su cafecito, mientras sus maridos jugaban a las cartas. Y entonces salieron, me cogieron la pandereta y me dijeron: “no, tú estás tocando mal”. E inmediatamente, con la pandereta en sus manos, hicieron nacer la maravilla: tum, tucututu tum. Se me pusieron los pelos de puntas. Pensé que estaba en Argelia o Senegal, qué sé yo... Lo que escuché me dejó completamente impactada, así que hablé con ellas.
«No obstante, algo hizo que me sintiera muy triste: no les entendía aunque hablaban gallego, el idioma de mi tierra, pero parecía un gallego medieval, y yo no entendía lo que me estaban diciendo. Era como una vergüenza por no comprender lo que yo sentía como mío. A partir de ahí empecé a viajar en buses y trenes por Galicia. Mi padre y mi madre no sabían nada. Yo salía del instituto, hacía dedo, y comencé a conocer mucha gente. Iba a sus casas con mi grabadora de cinta y les decía: quiero aprender esto, esto y aquello. Lo quería saber absolutamente todo. Dediqué 20 años de mi vida a esa investigación».
Más de 2 000 cintas conserva todavía Mercedes Peón, quien presentará esta tarde su más reciente producción musical titulada Sihá, la tercera después de un debut súper exitoso con Ijrú, y una segunda propuesta igual de impactante: Ajrú. «Algunas —mucho más de la mitad— están bastante estropeadas. Ahora estoy digitalizándolas en el ordenador y limpiándolas, pero es un trabajo muy serio y complejo. Tengo que tomarme un año sabático o dos para salvar ese patrimonio, pues merece la pena».
—Mercedes, es evidente que sintió una necesidad muy grande de encontrarse con sus raíces...
—Sí, pues nosotros vivimos una Guerra Civil y una dictadura muy fuerte. Entonces estaba prohibido y omitido todo lo que era nuestro. Fue una etapa muy dura que se vivió en Galicia, al punto de que mucha gente tuvo que huir lo mismo para este bello país que para Argentina, sobre todo, y Francia. Es muy difícil para una persona a la que se le niega su propia lengua, su propia existencia. Es una violación cultural. Hay que dejar fluir las culturas que son como flores silvestres: muy delicadas e indefensas. Pero las culturas, como las flores silvestres, surgen cuando las dejas tranquilas. Eso es lo que comenzó a suceder cuando la dictadura no pudo seguir ahogándonos.
Aunque según su madre, Mercedes Peón era dueña de unas aptitudes muy curiosas, pues le gustaba de pequeña la música y el baile, y se defendía de maravillas con las ciencias exactas, la joven no imaginaba que la música sería finalmente el leit motiv de su vida. «Empecé a trabajar para la televisión, hacía estudios de campo y llevaba eso vivo, tal cual estaba, a la tele. La gente, que quiere ser muy moderna, se quedaba impresionada, pues había mucho menosprecio hacia lo antiguo, lo que debía gozar de un aprecio total.
«Mi padres, que me escuchaban en casa, me preguntaban por qué no salía a cantar y no mostraba mis composiciones, pero yo no quería, sentía que lo que tenía que hacer era aquello. Sin embargo, a los ocho años me cansé de la tele, no es un medio para sobrevivir y ganarse la vida, así que dejé todos mis trabajos —no solo la televisión, sino también las clases que impartía— y, sin ganar un duro durante año y medio, me puse a trabajar en mi primer disco», cuenta la intérprete de temas tan populares en algunos países como Igualita que las antiguas.
«Fue una explosión total —dice Mercedes refiriéndose a Ijrú—, ya tenía 30 años y todo lo que había imaginado lo coloqué en ese disco y el resultado fue bastante sorpresivo. Yo no me lo propuse, simplemente me realicé como creativa. Hice un primer disco que en verdad llamó mucho la atención, no solo en mi tierra».
—Este primer álbum fue elegido el mejor disco europeo del año por la revista especializada Folkworld y se mantuvo durante meses entre los diez primeros de la lista de Songline. Entonces, ¿no estaba consciente de lo que había logrado?
—A decir verdad, no.
—¿Dónde está el secreto de ese disco?
—Es que no tengo ni idea. Debe ser la sinceridad, el gusto con que lo armé nota por nota; armonía por armonía cada cosita que se fue grabando. Era perfecto para mí. Todo era muy emotivo, no había nada que estuviera por estar. Era mi propio ser expresándose, no hubo otro secreto. Y así ha sido desde el primero hasta este tercero que presentaré en La Habana. En todos soy yo misma. No existe un primero y un tercero, podrían ser invertidos, porque son atemporales, no fueron pensados para vibrar en sintonía con una edad determinada. Fue hecho para todos: para la montaña y para las plantas.
—La crítica insiste en que sus discos son muy singulares...
—Yo no fui al conservatorio, soy autodidacta, quizá de ahí venga también mi libertad y mi singularidad, fui aprendiendo tanto de técnica vocal como de música, a partir de lo que necesitaba para expresarme, no al revés. No era que yo pusiera mi música y mis instrumentos en función de las tendencias musicales del momento, sino que yo ponía esas tendencias en mi propio beneficio. Creo que esa mezcla es la que da esa singularidad a mi música.
—Algunos la ubican como intérprete de música tradicional y otros de música folclórica, pero usted no se ubica ni en un bando ni en el otro...
—La música tradicional es la que viene de padres a hijos por vía oral y visualmente, por lo tanto yo no me puedo apropiar de la tradición. En el momento en que me subo en el escenario ya no soy parte de esa tradición, estoy enseñando a usarla. Yo no hago tampoco música folclórica, porque esta es la que representa a un pueblo y sería muy pretencioso de mi parte pensar eso. No represento a mi pueblo —si se sienten representados por mí es un placer y un honor, pero no me siento así—, porque no podría ser tan libre de hacer lo que quiero. Mi música es de autor, con autoestima cultural, con muchos colores de la tradición y del folclor, pero es de composición. Yo no quiero cometer ese error de identificarme con la tradición o el folclor, porque soy muy respetuosa con esas cosas.
—¿Qué nos puede decir del concierto de esta noche?
—Interpretaré temas de Sihá, un disco muy sincero que refleja mis vivencias, mis sensaciones, mis sentimientos y emociones. Intentaré llegar a los presentes con toda la modestia del mundo para entregarles lo que tengo dentro de mí. Si algo quisiera es que quienes asistan al concierto regresen a sus casas con una vida más positiva y un poquito más colorida.