Con una extensa ovación, centenares de santaclareños agradecieron la exquisita ejecución hecha por la primera Orquesta de Cámara femenina de Cuba —única de su tipo en el país—, dirigida por Zenaida Castro Romeu, descendiente de músicos ilustres, quien creó esta agrupación en 1993.
Virtuosismo y pasión se fundieron en cada pieza para ofrecer una deslumbrante disertación de cubanía, con las interpretaciones de Final obligado, del cienfueguero Carlos Fariñas, o Camerata en Guaguancó, de Guido López Gavilán, entre otras piezas del repertorio latinoamericano y de otras latitudes.
El clima agradable de la noche creció ante la calidez y cortesía de una mujer que —la observé, apasionada y enérgica dirigiendo a sus pupilas— jamás hubiese imaginado tan amable y accesible. Así es que, durante una hora y media, tuve el honor de llevar la batuta y orquestar un diálogo a dos voces.
«Estoy halagada con el resultado de este concierto. Al parecer las estrellas se han alineado para permitirnos este recorrido por diferentes ciudades del país».
—¿Qué se siente al pertenecer a una familia de músicos emblemáticos?
—Un compromiso. Mi abuelo fue un maravilloso director de danza, uno de mis tíos fue un pionero del jazz y el otro un niño prodigio en el piano, con apenas 11 años. Mi madre, una excelente concertista, pedagoga, a ella le exigía que me diera clases de piano. Desde niña me atrajo la música, además siempre estuve rodeada de quienes la hacían.
«Me gradué a los 15 años de profesora de teoría, solfeo y armonía en el Conservatorio Internacional. En el ISA terminé los estudios superiores de dirección coral y de orquesta y recibí clases de Gonzalo Romeu, la húngara Agnes Kralovsky y los alemanes Olaf Koch y Gert Frishmuth».
—El Coro Cohesión, que creó en 1982, dejó su impronta en el movimiento coral cubano...
—Ese fue mi primer hijo artístico. Era un coro de cámara de 12 personas, que yo dirigía sin pararme al frente. Fue algo novedoso, con él se introdujo en Cuba el movimiento escénico, la expresión corporal, la música instrumental en las voces. Estuvimos trabajando cinco años. Nos convertimos en motivo de inspiración para muchos artistas. Constituyó un proyecto renovador y esa renovación la he llevado a mi orquesta.
—Su estilo de dirección se considera singular y depurado. ¿A qué lo atribuye?
—Comencé en esta especialidad por idea de Frank Fernández, quien en un festival de coros en Santiago me lo propuso. Al regreso cambié el piano por la dirección de orquesta. Lo que he logrado se lo debo a la solidez de la base técnica que aprendí con la profesora húngara, y a los años de experiencia con la agrupación.
—¿Qué valores se propuso promover al crear la Camerata Romeu?
—La Camerata surgió en pleno período especial. En ese entonces este tipo de música estaba devastado. Fuimos una luz que llegó cuando muchas cosas se estaban derrumbando. Con ella quise crear un espacio que no existía para la mujer profesional dentro de la música de cámara y construirle una imagen superior. También defender los valores de la cultura cubana y latinoamericana.
—¿Se enorgullece de haberlo conseguido?
—Sí. Cuando viajamos al exterior encontramos muchas personas escépticas. Luego algunas llegan llorando y se disculpan. Mi aspiración es que cierren los ojos y escuchen la fuerza de la música sin pensar en el género de quienes la ejecutan. Creo que he sido capaz de transmitir toda la tradición cultural que heredé. La Camerata es un taller, donde a veces tengo que hablar de literatura, ballet, teatro, de la vida, para lograr lo que ellas necesitan transmitir».
—¿La garantía de su éxito con la Camerata...?
—Saber que después de 14 años mantenemos un sello único en el mundo. Somos notables por el género, el repertorio, el diseño de una imagen. Creemos en lo que hacemos y lo defendemos.
—Muchas personas que la observan dirigiendo la creen una mujer muy estricta.
—La dirección requiere ser así. Existe un límite de respeto sin faltar al sentido humano. Me considero muy humana y muy exigente. Mi batuta es como la espada de Santa Bárbara, y siempre trato de luchar por lo que considero bueno para las personas. El público no es sensible a las cosas que te pasaron por las cuales tú no hiciste bien el trabajo. Hay que darle lo que espera recibir.
—El hecho de prescindir de las partituras en el escenario las vuelve excepcionales. ¿Acaso no les ha traído dificultades?
—Eso reclama un esfuerzo extra del músico. Muy pocos se arriesgan a hacerlo. El público no sabe las horas de estudio invertidas, pero lo asimila y agradece. El contacto visual y espiritual nos ofrece una complicidad que no existiría si miráramos los papeles.
—Si la Camerata Romeu desapareciera, ¿qué recuerdos especiales guardaría en su memoria?
—Más allá de la vida física de una persona o agrupación, debe quedar el trabajo registrado, por eso nos preocupamos por la discografía. En estos momentos se acaba de reeditar el CD La bella cubana, el primero que marca la estética de la orquesta. Tenemos grabada una producción con el compositor brasileño Egberto Gismonti y haremos otro monográfico con él. Está el disco de Roberto Varela, nuestra prioridad ahora, y otro casi listo: Adagios criollos. Pensamos visitar las provincias orientales. El grupo se encuentra en condiciones de presentar un amplio y variado repertorio.
«La Camerata es mi hija. Me ha propiciado muchos momentos inolvidables. Recuerdo siempre el concierto de Michel Legrand, un punto de partida importante en mi carrera. De él conservo el ritual que hago con las muchachas antes de salir a los conciertos.
«He compartido con destacados compositores que entregan todo su mundo interior para nosotros. Me complace contar con el reconocimiento de los que aprecian nuestro trabajo. Saber que a los niños no solo les gusta la música que mueve los pies, sino también la que mueve el alma. Esos son premios silenciosos que llevo en el corazón».