No fue capaz Freddie Mercury de mantenerse vivo, como exhortaba en Keep yourself alive, el tema con el cual Queen, la magnífica banda que lideraba, comenzó a avanzar hacia el estrellato en 1973. Dieciocho años después, con apenas 45 años, uno de los cantantes de rock más emblemáticos de todos los tiempos abandonaba físicamente este mundo, víctima del sida, convirtiéndose en el primer músico famoso que aniquilaba una pandemia que al parecer no se conformará con dejar marcado de muerte únicamente al pasado siglo XX.
Todavía recuerdo la noche en que escuché la noticia, justo 24 horas luego de haber anunciado públicamente que tenía la enfermedad. Entonces sentí como si alguien muy cercano y querido me hubiese traicionado. Hasta ese momento, no creía que la muerte de un artista me pudiese afectar del modo como lo hizo la desaparición de Mercury aquel 24 de noviembre de 1991, un día antes de que se cumplieran 21 años del debut de Queen.
Algo que quizá no debía haberme tomado por sorpresa si se tenía en cuenta que él no era exactamente un dechado de virtudes: Freddie era casi un esclavo del alcohol, la cocaína, las fiestas, los constantes amoríos (El amor para mí es como una ruleta rusa, decía. No lo puedo controlar)..., con la misma intensidad que lo era de las intensas grabaciones en estudios y actuaciones vitalísimas en los escenarios del mundo, donde era reverenciado como a un dios.
No obstante, la noticia me conmovió, no solo porque su voz extraordinaria de amplísimo registro, su carisma y su genialidad ya no harían delirar con cada nueva pieza a megalómanos de todos los rincones, sino porque a él le debía mi acercamiento definitivo al rock. Como guajiro adolescente de ciudad, mi universo musical no iba más allá de aquellas canciones melosas que la radio difundía una y otra vez al estilo de Leo Dan, Nelson Ned, Roberto Carlos, Camilo Sesto, Ángela Carrasco o Mocedades. Sí, es cierto que había escuchado Let it be, de los Beatles, u Hotel California, de Eagles, pero el haber hallado en mi camino a su inmortal Bohemian rhapsody en mis años de estudiante cambió por completo mi percepción sobre ese género.
Nunca llegué a saber si por fin los musulmanes creyentes de Zanzíbar, la isla ubicada en el actual Tanzania donde Freddie nació, lograron evitar que el pasado 5 de septiembre se realizara la fiesta con la cual se celebraría su aniversario 60, al alegar que su escandaloso comportamiento se contradecía con la moral de esa tierra —el ideólogo de Queen era abiertamente bisexual—, mas nadie podrá disminuir su probada valía artística.
A los 13 años de edad, Frederick Bulsara (como fue nombrado por sus padres) fue enviado a Gran Bretaña, donde prendió su afinidad con la música, después de ver a Jimi Hendrix en Londres, cuyos pasos decidió seguir —antes había estudiado piano hasta el cuarto grado. En este tiempo integró tres bandas: Sour Milk Sea, Ibex y Wreckage, aunque también sobrevivía de las ganancias que obtenía de una tienda de ropa que había montado, donde laboraba como ayudante Roger Taylor, entonces baterista de una agrupación llamada Smile, en la que fungía Brian May como guitarrista. Su líder era Tim Staffel, quien al abandonar el proyecto les propone que probaran a Freddie. Así es como se funda Queen, (que se completaría con John Deacon en el bajo), dueña de 15 grabaciones de estudio, donde destacan álbumes como A night at the opera, A day at the races, The Game, The miracle, Innuendo y el póstumo Made In Heaven.
Ilustrador y diseñador gráfico, Mercury fue el autor de la primera canción en el top británico, Seven seas of rhye; del primer gran éxito, Killer queen; y de la más famosa canción del grupo, Bohemian rhapsody (hasta el Royal Ballet adaptó varias de sus canciones). Asimismo, colaboró con la Royal Opera House en una obra de Verdi, donde conoció a Montserrat Caballé, a quien no pudo acompañar en el tema conmemorativo de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92.
A Freddie y a Queen le debía este pequeño homenaje. A él por ser uno de los iconos de la música contemporánea, capaz de fusionar la música clásica, metal y pop con toda la maestría que se pueda imaginar, al tiempo que hacía de sus presentaciones un espectáculo fastuoso y mágico; pero también al cuarteto que se convirtió en paradigma del rock.
Aún hoy Roger Taylor, John Deacon y Brian May continúan interpretando sus clásicos tan magníficamente bien como cuando él estaba. Pero no es igual. Paul Rodgers hace lo suyo, sin embargo, Queen es Freddie Mercury. Seguramente dentro unas cuantas décadas no será el DVD y muchos menos el CD donde los músicos publiquen sus creaciones, pero tengo la certeza de que entonces (como por estos días ha sucedido con Love Kills, la nueva colección de remixes con su voz; con The very best of Freddie Mercury, la más completa recopilación que se haya hecho, y con el DVD Freddie Mercury: Lover of Life, Singer of Songs), se seguirán reproduciendo las grabaciones originales de quien hizo de la música su principal religión.