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Mi casa como un cuerpo de guardia

En 1958, la tasa de mortalidad infantil en la Ciénaga de Zapata rondaba los 75 por cada mil nacidos vivos. En los dos últimos años, en ese territorio no se reportó ningún fallecido en menores de un año, aseguró el doctor Nelson Otaño Díaz

Autor:

Hugo García

PLAYA LARGA, Ciénaga de Zapata.— Este joven médico nacido en Pálpite ha vivido momentos de mucho estrés en el ejercicio de su profesión, pero siempre ha buscado la alternativa adecuada para salvar la vida de los niños que habitan en estos parajes.

«En el actuar diario nos encontramos con pacientes que requieren de un esfuerzo mayor. Obvio que he atendido urgencias en edades pediátricas, como una lactante de cinco meses de la localidad de Pálpite (pariente mía). Me avisaron en la mañana que estaba presentando dificultad respiratoria y cuando llegué me di cuenta de que se trataba de una broncoaspiración por flema.

«¡Imagínese usted, tratar a una pequeña de cinco meses y más aún siendo familiar! Fue una situación tensa al inicio, pero con la atención rápida que le brindamos en el consultorio médico de la localidad evolucionó satisfactoriamente y luego fue remitida a la atención secundaria, para que fuera valorada por otros especialistas… Aquellos minutos se convirtieron en horas», rememora el doctor Nelson Otaño Díaz.

Cenaguero total

Al acercarse este 19 de abril, día de la victoria de Playa Girón, Nelson recuerda con cariño a su tío Efraín Otaño Fernández, quien combatió en esa epopeya de 1961. «Somos de los Otaño de la Ciénaga», insiste orgulloso quien considera que hoy su combate es mantener en cero la mortalidad infantil en el extenso municipio y elevar la calidad de vida de sus niños.

El doctor Nelson Otaño Díaz. Foto: Hugo García

«Soy cenaguero ciento por ciento», ratifica a Juventud Rebelde en medio de un turno de guardia en el policlínico Celia Sánchez Manduley, en Playa Larga. Y recuerda que comenzó sus estudios en la escuela primaria Iluminado Rodríguez, en Pálpite, y el preuniversitario lo cursó en Jagüey Grande.

«Siempre me gustó la carrera de Medicina; desde pequeño me sacaba la camisa blanca del uniforme de pionero y decía que sería médico», precisa este joven, a quien le fue otorgada la carrera por su buen rendimiento académico.

«Me gradué en la Facultad de Ciencias Médicas de Matanzas (hoy Universidad de Ciencias Médicas) y desde ese momento regresé a la Ciénaga», nos cuenta. Luego estuvo en misión internacionalista de colaboración médica en la República Bolivariana de Venezuela (2008-2012) y en Brasil (2013-2014). Ahora atiende el Grupo Básico de Trabajo en este municipio sureño, además de dar consultas de pediatría en el territorio.

«Veo a la población hasta en mi propia casa, y cumplimos con todo lo que nos toca como médicos», agrega este especialista en Medicina General Integral (MGI), con dos diplomados en Pediatría y uno en Cirugía.

«El grupo básico está compuesto por pediatras, clínicos, ginecólogos, trabajadores sociales, sicólogos, estomatólogos y una enfermera supervisora, que nos movemos por los 11 consultorios del médico y la enfermera de la familia diseminados por los poblados cenagueros. Todos somos profesores y aprovechamos nuestras visitas para impartir docencia, en aras de la superación constante del personal», precisa.

—¿Eres una muestra de que se puede cumplir lo que uno se proponga?

—Todo joven, mientras estudie, puede lograr lo que quiera en la vida; como yo, que soy hijo de pobres y logré graduarme de médico hace 19 años, de los cuales he dedicado la mayoría a atender a la población de donde nací.

—¿Por qué no has abandonado la Ciénaga?

—Estoy casado y tengo dos hijos. Pero no es por eso solamente, sino porque amo la Ciénaga. He regresado de dos misiones y he podido hasta vivir en la ciudad de Matanzas, pero nunca me ha pasado por la mente irme de aquí, un lugar que me gusta… y siempre en Pálpite, donde compré una casita y vivo cerca de mis padres.

«Además, no tengo tiempo para nada: el que se dedica de corazón a la Medicina tiene que estar las 24 horas en función de sus pacientes. Mi casa es como un cuerpo de guardia. En realidad, no descanso; pero siento satisfacción de atender a la población en el trabajo y en la casa. Fundamentalmente me dedico a los niños, aunque atiendo también a los adultos».

—¿Por qué no concluiste la especialidad en Pediatría?

—La empecé, pero la COVID-19 me afectó mucho. Para seguir tenía que estar alquilado en la ciudad de Matanzas, con muchos gastos y casi sin recibir docencia, porque todo estaba en función de la pandemia. Además, tenía que atender a mi familia, no se puede pensar solo en uno. Por eso regresé sin concluirla.

«De todas formas, ya tenía dos diplomados en Pediatría y un adiestramiento en atención primaria de salud para niños, pues desde entonces atiendo la consulta con la otra pediatra de la zona más oriental del municipio, Cayo Ramona».

—¿Cuál es el padecimiento principal de los niños y jóvenes cenagueros?

—Nuestra población infantil es sana; hay un poco de enfermedades respiratorias y parasitismo. Ahora tenemos tres niños que nacieron bajo peso, pero van ganando peso en esta etapa de sus vidas.

—¿Cómo han podido mantener en cero un indicador tan sensible?

—Estos resultados son gracias a que en nuestro municipio existe un equipo multidisciplinario y, como el índice de gestantes y menores de un año en nuestra área es poca, reciben una atención muy personalizada.

«Hasta finales de 2024 teníamos 63 niños bajo seguimiento en el Programa Materno Infantil, pero por la edad muchos de ellos fueron saliendo de ese programa, que brinda un seguimiento hasta el año y medio de vida. Después de eso los sigo atendiendo hasta los 19 años, como consulta normal de pediatría.

«La tasa la hemos revertido gracias a nuestra Revolución y a nuestros profesionales. En el caso mío, quien me conoce sabe cuánto amor y dedicación le presto a la atención al paciente, sobre todo a los niños.

«En estos tiempos no estamos ajenos a los problemas económicos que atraviesa el país, pero aún así le dedicamos mucho tiempo al estudio de la pediatría, con mucho sacrificio y esfuerzo. Me hubiera gustado graduarme de la especialidad, pero no me siente frustrado porque soy especialista en MGI, más los diplomados, y estoy a gusto con lo que hago».

Angustiosa realidad

Acceder a algún servicio de salud es algo cotidiano ahora en estos parajes, pero no se registraban médicos residentes en la Ciénaga de Zapata antes de 1959. Solo se conoce de dos que, provenientes de Jagüey Grande y Covadonga, entraban a la zona en tiempos de elecciones, promovidos por los candidatos de los partidos, y no volvían en el resto del año.

La Revolución cambió radicalmente la situación imperante en cuanto a la salud. Una encuesta realizada en 1980 arrojó que solo el 23 por ciento de los consultados había recibido asistencia médica al menos en una ocasión antes de 1959.

La tasa de mortalidad infantil en 1958, de 75 por cada mil nacidos vivos, era más del doble de la del país (calculada en 32,5) y por encima del 45 reportado como promedio en la provincia de Matanzas, según se menciona en una investigación publicada por la máster en ciencias Clara Enma Chávez Álvarez.

 

 

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