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Dulce tradición en el Cabo de San Antonio

En la península de Guanahacabibes, donde se erigió la primera comunidad apícola de Cuba, las manos jóvenes hoy sostienen la práctica

Autor:

Dorelys Canivell Canal

GUANAHACABIBES, Pinar del Río. — Que no es el zángano tan vago como muchos suponen, ni la abeja es tan duradera como afirman otros; y que un criadero de reinas tiene núcleos de fecundación que se dividen en maternas, paternas y educadoras.

Si estuviéramos escribiendo en Whatsapp, bien que podríamos llenar el texto de emojis con caritas de asombro, sorpresa, curiosidad.

Todo eso se aprende dialogando con los hermanos Iván y Liván Varela Azqueriz, quienes constituyen la cuarta generación de una familia que se dedica a la apicultura en la península de Guanahacabibes.

Son bisnietos del español Santiago Varela Vilariño, quien arribó al puerto de La Habana en noviembre de 1919, a bordo del vapor Alfonso XII, y se asentó en el Cabo de San Antonio con el propósito de hacer fortuna.

Desde entonces su apellido llevaría sobre sí el fomento y desarrollo de la miel en Guanahacabibes.

El nacimiento de una tradición

En un primer momento Varela Vilariño se dedicó a la cría de cerdos, reses y abejas. Formó familia con Rosa Ginart y del matrimonio, ya radicado en la zona de Los Cayuelos, nacieron los dos primeros hijos: José y Francisco.

Fue el segundo de ellos, a quien todos apodaban Fisco, el que se dedicó por completo a cultivar la apicultura en la península hasta hacer que La Jaula, otro asentamiento del Cabo de San Antonio al que se trasladaron después, fuese reconocido como la primera comunidad apícola de Cuba.

En ese tiempo pagaban a siete pesos el pie de flor y explotaban dos apiarios de cien colmenas cada uno. La llegada de la Revolución marcó un hito en el desarrollo de la apicultura estatal en el extremo más occidental de la Isla: padre e hijo entregaron sus colmenas y posteriormente se fundó el Plan Apícola La Jaula.

Fisco se mantuvo al frente de esa nueva estructura. Su nombre iba ganando una fama que trascendía los límites de la península, y allí donde se accedía por senderos estrechos y trillos reconocidos solo por los moradores del lugar, se obtenía la que es para muchos entendidos la mejor miel de Cuba.

La apicultura a toda costa

Tres veces estuvo Fidel en La Jaula entre finales de la década del 60 y principios de los 70 del pasado siglo. Su presencia ayudó también a impulsar la actividad en una época en la que fueron creados nuevos apiarios, se introdujeron técnicas más eficientes y humanas y se repuso el parque apícola.

En los 80 el panorama no pudo ser más halagüeño: alcanzan el máximo de las producciones y establecen un récord productivo de 402 toneladas de miel en 1982. El parque apícola sobrepasaba las 5 000 colmenas, respaldado por equipos automotores que facilitaban la extracción. A la usanza de estos tiempos se fomentaba, además, un prestigioso programa genético de abejas reinas.

El Período Especial hizo menguar también las producciones. Como en el resto de los frentes económicos, caló hondo la crisis, y en la primera década de los 2000 los huracanes tampoco dieron tregua.

Isidore y Lily en 2002, Iván en 2004 y Wilma en 2005 afectaron de manera significativa los ecosistemas y las especies que en ellos habitaban.

«A pesar de que los apiarios fueron severamente dañados, la mayor pérdida fue por afectación a la vegetación; esto provocó que las fuentes de alimentos escasearan y se hizo necesario el traslado de las colmenas hacia los territorios de Mantua y Santa Lucía, para evitar la muerte de las colonias.

«A partir del año 2006, gracias a la recuperación natural del bosque y al restablecimiento de los ciclos de floración por la ocurrencia de procesos de lluvias muy favorables, se produce un incremento de las producciones, atendiendo a los planes propuestos para estos años».

Así queda registrado en una investigación sobre la historia de la apicultura en Guanahacabibes, sistematizada por integrantes de la familia Varela, que en la actualidad mantienen viva la tradición que empezaran Santiago y Fisco hace unos cien años.

Mantener viva la tradición

A Iván y Liván se les encuentra cada día de la semana, excepto algunos domingos, en la UBPC Apícola, justo donde está el criadero de abejas reinas creado por Fisco y en el que este ubicara a su nieto Iván a trabajar desde que era casi un muchacho.

«He seguido la tradición porque me gusta. Aquí trabajo hace más de 20 años. Venía aquí con mi padre, veía a mi abuelo en los apiarios y cuando terminé los estudios me incorporé a estas labores», comenta quien hoy se mantiene como director de la UBPC.

Explica que el criadero es la mayor fortaleza que poseen, pues garantiza la renovación de las reinas. A la par obtienen miel, cera y propóleo. Cada año logran una producción de hasta 5 000 reinas, de las cuales 2 000 son vendidas a la UEB Apícola Pinar del Río y las restantes aseguran la secuencia productiva.

Unas 90 toneladas de miel deberán ser entregadas también este año por la UBPC Apícola Guanahacabibes: «La miel de aquí se distingue de la del resto del país, no solo por estar certificada como ecológica, sino por otras características.

«Por ejemplo, en febrero ocurre una floración que solo es autóctona de aquí y de una parte del oriente cubano. La miel que obtenemos del almendro es muy singular por su calidad, su bajo porcentaje de humedad y el sabor delicioso que tiene», expresa Iván.

La historia en manos jóvenes

Muy cerca de él permanece Liván Varela, su hermano menor, el más joven de esta familia que ha decidido continuar con la tradición.

Todos los días, dice, lo pican entre cinco y diez abejas, pero parece no preocuparle. A sus 28 años lo más importante es que el criadero con 600 núcleos de fecundación, ahora bajo su responsabilidad, se mantenga en óptimas condiciones.

«Una parte del criadero se destina a las maternas, que son las seleccionadas para ser madres de las reinas que se fecundan; otra parte para las paternas, encargadas de producir zánganos; y las educadoras, que tiene la función de alimentar las larvas que luego serán reinas», explica a la vez que recorre el área, ubicada en medio del monte y celosamente protegida.

«Cada día de la semana se hace una labor distinta en el criadero, no se puede violar el orden de las tareas, las abejas son muy organizadas», asegura.

Una mañana no es suficiente para descubrir las interioridades de la genética, reproducción y hábitos de las abejas.

El zángano —decíamos— no es en realidad holgazán como se le ha acuñado, es el encargado de cargar agua para la colmena y de fecundar a la reina, después de ello, muere; no duermen jamás las abejas, se mantienen batiendo sus alas en el interior de la colmena para garantizar los niveles de humedad requeridos; y las reinas pueden llegar a poner hasta 3 000 huevos diarios; sin embargo, una abeja solo vive, como máximo, 60 días.

Esta es una actividad colmada de curiosidades, de especificidades, que se aprenden con el paso de los años. Quizá sea preciso vivir en el Cabo para sentirla como propia y entregarse a ella toda una vida, y hasta las que vendrán después, como ha hecho la familia Varela.

No muere la tradición porque en sus hijos va la herencia viva de saber cuidar de las abejas. La apicultura en Guanahacabibes no es cuestión de saberes solamente; se lleva en la sangre, como un tesoro.

En el criadero de abejas reinas hay en estos momentos 600 núcleos de fecundación y allí trabajan los hermanos Varela Azqueriz. Foto: Dorelys Canivell Canal

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