Yaima, junto a su retoño mas pequeño, Yang Carlos, asegura que lo mejor de todo lo que ha sembrado es ver que a sus hijos les gusta la tierra. Autor: Yahily Hernández Porto Publicado: 29/08/2024 | 10:19 pm
Camagüey.— Ella, con botas de goma, a las que hasta las piedras le temen a su andar, nace cada mañana y se posa en la tarde-noche tal cual el rey de los astros.
Amanece en los surcos y su andar en los sembrados de La Esperanza, vertientina finca de encanto y surtidor de mágicas historias cotidianas, la trasladan a un mundo en el que la campiña, su olor a monte, la aderezan como una cubana empoderada. De esas que anónimas a montones hacen de su patria un manantial de gigantes desafíos.
Hija de familia campesina, Yaima Carballo Alonso lleva en su ADN el amor a tierra sagrada, la misma que vio caer en combate, el 11 de mayo de 1873, a El Mayor Agramonte, en El Potrero de Jimaguayú.
«Hay que darlo todo por Cuba, hay que producir contra viento y marea, y hay que entrarle de frente a los problemas para vencerlos haciendo producir la tierra», dijo categórica a Juventud Rebelde, quien ni sequías ni limitaciones financieras y tecnológicas le impiden ser una agricultora con resultados palpables.
Con manos hermosas desde la rudeza de faenas constantes, esta madre de tres hijos, Rodisel, Yaniesky y Yang Carlos, le sabe un mundo a eso de hablar con las plantas y los animales, y a todo aquello que solo se asimila cuando el oído, el alma y el corazón se apegan a la madre naturaleza.
«Hablarle al monte, sentarte en él, pensarlo como un tesoro apreciado, acariciar sus retoños, calcularle sus bondades, y proporcionarle la savia de nuestros abuelos y padres son maneras de amarlo, pero también de hacerlo producir contra todo pronóstico», aseguró, mientras revisaba el ramaje y verdor de un plantío de yuca, al cual le vaticinó un buen rendimiento.
Con más de 17 hectáreas y siete obreros bajo su mando esta vertientina es como un torbellino de ideas que prenden entre aquellos hombres y mujeres que la escuchan, la siguen y la admiran. «Hablo fuerte cuando se debe, pero siempre desde el respeto», reflexiona, quien es famosa por sus aportes a centros e instituciones de este territorio.
Para Yaima, pintar de colores sus predios forma parte de sus secretos más entrañables. «Me gustan todos los cultivos, pero las flores me transmiten una sensación de paz indescriptible. Por eso los girasoles, los que planté con Carlitos, el más pequeño de mi tropa, están firmes en cada surco. Ellos son una ofrenda de amor a mi estancia y se los dedico a la virgencita de La Caridad, cuando pido pa‘ mi país y pa‘ todo el campesinado mucha prosperidad», acentuó.
Mientras el sol quemaba la frente de esta mujer y el sudor curtía su piel descubrí cuál era el número uno de sus cosechas. «Sin mi familia no pudiera avanzar. El apoyo de mi esposo, Adalberto Machado, y el de mis hijos, es esencial para que La Esperanza brille como sus girasoles.
«Lo mejor de todo lo que he sembrado es ver que a mis hijos les gusta la tierra. El mayor tiene su finca, la niña, aunque aún estudia, ama el campo, y el más chiquito lo lleva en la sangre, pues sueña con su terrenito», esbozó con una sonrisa en sus labios.