Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De las drogas y sus demonios

Fingir ignorancia a la espera de que el problema desaparezca por sí solo es absurdo. Las adicciones no se pueden controlar y pueden acabar con la vida

Autor:

Laura Fuentes Medina

Daniela lo encontró tirado en su cuarto, apenas consciente, con una expresión extrañamente airada en el rostro y un envoltorio de medicamentos a su lado. De un momento a otro el mundo exterior se había sumido en la oscuridad. La realidad azotó con la fuerza y el estruendo de un rayo. Daniela confirmó lo que su instinto gritaba, pero envuelta en sus propios problemas, había preferido ignorar.

Alejandrito, el adorado de su madre, el chiquillo de su hermana Daniela, era adicto a las drogas, y podía morir si ella no actuaba rápido. Entonces corrió, pidió ayuda y luego llamó a la ambulancia. Finalmente logró trasladarlo hacia una clínica, donde llevaría a cabo el proceso de desintoxicación de sustancias sicoactivas que, para espanto de toda su familia, llevaba meses consumiendo.

De repente todo tuvo sentido. Las veces que lo vieron con los ojos rojos y las pupilas dilatadas, sus cambios de humor tan bruscos y el éxtasis por las cosas más pequeñas, el temblor de sus manos sin explicación aparente, la ropa y objetos que de a poco desaparecieron.

La droga adormeció paulatinamente sus sentidos, disminuyó su apetito, su cuerpo robusto ahora era delgado, su memoria fallaba y era incapaz de centrar la atención. Sus ansias por ingerir cada vez más lo llevaron al límite.

Verlo tendido en esa cama de hospital fue de las cosas más tristes que vivieron. Su niño, antaño tan alegre y sagaz, sufrió y cambió ante sus ojos, pero prefirieron mirar hacia otra parte.

En un amasijo de consternación y angustia, preocupación y miedo, se preguntaban ¿por qué él? y ¿cómo no nos dimos cuenta? Fueron presas de la zozobra perpetua al pensar que un minuto de desatención podría aproximarlos a otro episodio tan triste y lamentable como el que aún intentaban superar.

Cuando Alejandro despertó en el hospital, rodeado de su familia, explicó que no pretendía hacerse daño, solo evadirse; que su flirteo con las sustancias comenzó por mera curiosidad, continuó por placer, no supo en qué momento perdió el control y que había terminado.

Pronto sabría que aquello apenas comenzaba. Los siguientes días serían decisivos. Las crisis de abstinencia pondrían a prueba su fuerza de voluntad como nunca antes, solo que esta vez no estaría solo.

El efecto nefasto de las drogas no se restringe solamente al consumidor, lo que es en sí suficientemente malo pues deteriora su salud mental, física y emocional, pasando por el distanciamiento social debido al estigma asociado a la adicción.

Los alcances de la toxina se extienden a los miembros de la familia del adicto. Suele crearles confusión emocional, dificultades financieras, estrés, miedo y preocupación excesiva, que pueden generar insomnio, ansiedad o depresión y, en consecuencia, debilitar el sistema inmunológico, causando propensión a importantes problemas de salud.

Fingir ignorancia a la espera de que el problema desaparezca por sí solo es absurdo. Las adicciones no se pueden controlar y pueden acabar con la vida de maneras insospechadas. Buscar ayuda profesional cuanto antes es vital. Permite a los implicados comprender mejor la adicción y sobrellevar sus consecuencias.

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