Juan Nuiry junto a Fidel en los primeros días de la Revolución. Autor: Archivo de JR Publicado: 12/10/2023 | 10:06 pm
El avión bimotor Douglas DC 3 saldría de Canadá con supuesto destino al aeropuerto de Maiquetía en Caracas; antes, aterrizaría en Fort Lauderdale, en una pista abandonada de la Segunda Guerra Mundial, donde estaríamos esperando la carga, los pasajeros, un grupo de apoyo y el cambio de tripulación. Al aterrizar, cada cual ya tenía una responsabilidad.
Para la Operación Aérea FEU fue necesario elaborar un riguroso plan de preparación, lugares de salidas y llegadas, condiciones naturales, etc., factores que se lograron gracias a una férrea estrategia.
A la carga de material bélico se le concedieron minutos exactos para su ejecución. El tiempo de vuelo fue calculado para que su arribo a la Sierra Maestra coincidiera con la hora convenida, pues después de las seis de la tarde la aviación de Batista dejaba de volar y era más factible para nuestro arribo y la preparación en la zona rebelde. A la hora prevista dieron una contraorden, pues el lugar de aterrizaje estaba tomado por el enemigo.
Fue un momento de especial trascendencia aquel en el que tomamos el avión que nos trasladó hasta la zona de Cienaguilla, al sur de la provincia de Oriente, donde dos hileras de luces paralelas producidas por mechones hacían de aquel potrero una improvisada pista de aterrizaje. Este fue uno de los momentos más difíciles de describir, por eso es inolvidable.
La emoción de pisar tierra cubana parecía un sueño convertido en realidad y disipaba cualquier preocupación. Armados y dispuestos a enfrentar los avatares de la lucha guerrillera, éramos conscientes de que el momento histórico nos deparaba otro destino; de combatiente en el llano desde el 10 de marzo de 1952, a la lucha guerrillera en las montañas, dejando atrás un duro proceso.
En el momento que se recrudeció la lucha, los dirigentes de la FEU nos vimos obligados a abandonar el país en un repliegue forzoso con un marcado propósito de nuestro regreso.
Al llegar a la Sierra Maestra, al anochecer del 13 de octubre de 1958, reconocimos detrás de coposas barbas y largas melenas caras y nombres familiares. Uno de aquellos rebeldes era el capitán Horacio Rodríguez, expedicionario del yate Granma, el cual nos comunicó que nos incorporaríamos a la tropa del capitán Felipe Guerra Matos, jefe de la zona, que en ese momento coordinaba con otro legendario capitán, Braulio Coroneaux, quien fue el encargado, junto con sus hombres, de trasladar inmediatamente el cargamento bélico en arrias de mulo hasta el campamento de La Plata.
Al día siguiente de nuestra llegada, con la fresca, nos despidió en su campamento Guerra Matos, quien indicó al capitán César Suárez, veterano en aquellas montañas, las instrucciones recibidas para conducir a nuestro grupo de dirigentes estudiantiles al encuentro con el líder guerrillero.
Comenzaba un nuevo reto tanto para mí como para los compañeros Omar Fernández y José Fontanills. Nos esperaban largas y agotadoras distancias, escalar abruptas montañas. Coronar una cima era todo un reto para comenzar a escalar otra, situación que dificultaba una constante lluvia, lo que hacía difícil andar por el fango, así como estar atento al permanente vuelo de los aviones enemigos.
Mientras caminábamos cuesta arriba y creíamos agotados todos nuestros esfuerzos físicos, escuchamos el ruido inconfundible de un fuerte tableteo de armas de fuego. «No se preocupen, ese es Fidel probando las armas que ustedes trajeron. Siempre las prueba una por una», dijo pausadamente el capitán César Suárez.
Horas después alguien dijo: «¡Estamos llegando!» Al oír esto, recordé una frase de nuestro José Martí, cuando escribió: «A las estrellas no se llega por caminos llanos». Ni a La Plata tampoco, pensé.
Finalmente llegamos al histórico lugar, para sostener un emocionado encuentro con Fidel. El Comandante no se cansaba de preguntar sobre los pormenores de las acciones del 13 de marzo de 1957. Indaga, comenta, analiza. Se prodiga en manifestar las cualidades excepcionales de José Antonio Echeverría y precisa: «Fue un arrojo de valentía sin límite su última acción. Con él se perdió un genuino y representativo dirigente del estudiantado, de la juventud y de la Revolución. Realmente fue una acción audaz». Aún recordamos aquellas horas caracterizadas por el recuento y el recuerdo de los caídos. Fidel hablaba conmovido de José Antonio.
En aquellos días de octubre de 1958 le hicimos a Fidel un detallado relato de nuestra crítica situación al regresar a Cuba, luego del segundo encuentro de la Carta de México, en la capital azteca, el 16 de octubre de 1956, momento inolvidable entre mis recuerdos; esa fue la última vez que Fidel vería con vida a José Antonio Echeverría y a Fructuoso Rodríguez.
Desde el primer momento, entre Fidel y nosotros existió la confianza de antiguos compañeros. Observamos al Comandante en toda su proyección política y militar, agigantada desde la última vez que lo vimos en México. Se oyó un lenguaje de reafirmación a la Revolución, con una valoración de la enorme fuerza moral del estudiantado cubano en su trayectoria dentro y fuera del país. En su nombre, solicitamos un puesto en la primera línea de combate.
Conocimos con orgullo la creación de la Columna No. 32, José Antonio Echeverría, que operaría en el Cuarto Frente Oriental Simón Bolívar, al mando de nuestro compañero de estudios, el Comandante Delio Gómez Ochoa. A ella se incorporarían los dirigentes estudiantiles Omar Fernández Cañizares, presidente de la Asociación de Alumnos de Medicina de la Universidad de La Habana, y José Fontanills, alumno de Derecho y vicepresidente de la FEU de Oriente.
También se acordó mi permanencia en la Columna Uno, José Martí, al mando del Comandante en Jefe Fidel Castro. Luego en el bregar de la lucha guerrillera los tres fuimos ascendidos a capitanes.
Una gran repercusión nacional e internacional tuvo lugar cuando, por la frecuencia de Radio Rebelde, se dio a conocer la presencia e incorporación de la dirección de la FEU en el centro de operaciones de las montañas orientales, el llamamiento de la FEU a los estudiantes de América Latina desde el mismo escenario de la guerra, la condena de la FEU ante la mascarada electoral de la dictadura de noviembre de 1958 y la alocución del máximo organismo estudiantil cubano el 27 de noviembre, en conmemoración al vil fusilamiento de los estudiantes de Medicina de 1871.
Otro momento de unidad, por su importancia histórica, fue la firma del documento titulado: «Manifiesto del Movimiento Revolucionario 26 de Julio y la Federación Estudiantil Universitaria, al pueblo de Cuba», firmado en el campamento de La Plata por Fidel Castro Ruz, en nombre del Movimiento 26 de Julio, y Juan Nuiry Sánchez por la Federación Estudiantil Universitaria, el 30 de octubre de 1958, que ratificaba la Carta de México y destacaba en su párrafo final: «La juventud y el pueblo de Cuba representados genuinamente en el Movimiento Revolucionario 26 de Julio y la Federación Estudiantil Universitaria, ratifican hoy el compromiso que hicieron en México y se abrazan en el campo de batalla. ¡Ya el Ejército Rebelde tiene una montaña más, la colina universitaria!».