PPedro Pablo Rodríguez considera que la mejor manera de mantener vivo nuestro legado humanista es ser como Martí. Autor: David Gómez Ávila Publicado: 10/04/2021 | 10:01 pm
El trino paradisíaco de las aves y el zumbido de las abejas al oído dan vida a la Fragua Martiana. Lo que antes fueron pedruscos amortiguados, sudor, vómitos, sangre, y dejadez, ahora es un rincón verde, iluminado y apacible; solo capaz de perder la quietud por una docena de gatos que merodean con cierta fiereza por entre los asientos y los bustos.
«Aquí sufrió Martí, y hoy estaría feliz de que este lugar lo usemos no solo para honrarlo a él sino para honrarnos todos», me dice Pedro Pablo Rodríguez López (La Habana, 1946), sentado en una sillita que semeja a una decimonónica. Estamos en la sala 3 de esa institución, con una luz amarillenta, íntima y tenue, como las de las lecturas en la cabecera de la cama.
Nos rodean algunos objetos que invitan a la remembranza del más sagrado y universal de los cubanos: las horquillas del bote con el que desembarcó junto a Gómez, el 11 de abril de 1895; y un trozo de la chamarreta que sintió el impacto de la bala aquel fatídico 19 de mayo.
Hay pequeños retratos suyos en las vitrinas, pero un óleo del pintor Carlos Enríquez, en el que Martí tiene mirada insondable y mantiene su mano a la altura del pecho, como buscando apretarse el corazón y entregarlo, se impone a todo lo demás desde su altura.
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El niño Pedro Pablo fue descubriendo a Martí en los libros y en sus visitas constantes a la Fragua. Su escuelita privada Amigos de Don Bosco, en la que la madre impartía Inglés, estaba justo al lado, y todos los actos se hacían en el lugar que otrora fue rincón de dolor infinito para el Maestro. Aún recuerda que antes de inaugurarse el sitio, todavía un gran pedazo de la calle Hospital era de piedras, y se asfaltó para el día de apertura.
El acercamiento definitivo a Martí vendría cuando su antiguo Departamento de Filosofía en la Universidad de La Habana, concibió un curso de Pensamiento Revolucionario Cubano para formar profesores. Entonces se vio obligado a estudiar en tiempo breve y descomunal casi toda su producción.
De esas horas exhaustivas brotó su primer artículo: José Martí y la idea de liberación nacional, publicado en la revista Pensamiento Crítico. Este fue el arranque para una acuciosa vida de estudio e indagación sobre todo lo relacionado con el Apóstol.
«Buena parte de mi vida ha transcurrido a la luz de José Martí», dice, y es tanto así que, cuando Cintio Vitier y Fina García Marruz se jubilaron, Ramón de Armas le propuso, ya trabajando en el Centro de Estudios Martianos, retomar juntos la Edición Crítica de las Obras Completas, un sentido de vida al que el Doctor en Ciencias Históricas Pedro Pablo Rodríguez López no ha renunciado.
«Vivo muy cerca de la Fragua, y en mi barrio todos me conocen como el historiador e investigador de Martí; algunos al pasar me saludan llamándome por su nombre. Naturalmente no me desagrada ni me puedo detener a decirles que yo no soy él. Mas no soy presa de la vanidad jamás, para mí es de los peores sentimientos, de los más estúpidos de la humanidad, sobre todo si se disfraza de falsa modestia».
Y lo reafirma quien guarda en su haber importantes premios como los nacionales de Ciencias Sociales y Humanísticas 2009, de Historia 2010, de Investigación Cultural 2017 y Periódico Patria, recientemente conferido por la Sociedad Cultural José Martí.
—¿Qué deudas le quedan?
—Terminar la Edición Crítica de las Obras Completas.
—Es un trabajo exhaustivo. ¿Teme que el cansancio lo aprese?
—Temo que la muerte me alcance, no la estoy llamando, pero por ley de vida me tocará algún día. La Edición Crítica… es un trabajo de equipo, una sola persona no podría hacerla sola nunca, la vida entera no le bastaría. Es agotador realmente, pero muy benéfico. Uno se va convirtiendo en un mejor conocedor de la obra de Martí.
«Cuando un tomo sale impreso, cada texto publicado ha pasado por el equipo y por mí en no menos de cinco o seis lecturas muy cuidadosas, y a veces se nos ha ido hasta un punto; este trabajo es de mucha concentración, de desmenuzar cada párrafo para ver qué tipo de información exigen algunos de los planteos o recursos expresivos, para determinar con exactitud qué escribió, eliminar erratas, salvar lecturas inexactas de sus manuscritos; que son muy difíciles de comprender porque la grafía de Martí era muy enredada, no tanto en las cartas porque sabía que debían leerla otros.
«Estamos en el año 1888, y nos faltan los últimos seis, los más difíciles porque de 1892 al 1895 hay una cantidad tremenda de textos por revisar, mucho original y escasos manuscritos. En lo que va de año y el anterior hemos avanzado muy poco por la pandemia.
«Martí me absorbe, apenas me ha dejado ocasión para publicar sobre otros temas, a veces estoy escribiendo o leyendo y me parece estar hablando con él».
—¿De qué hablaría usted?
—Más bien de qué hablaría él. Era un gran conversador, al llegar a un grupo se convertía en la voz principal, lo cual no quiere decir que no dejara hablar a los demás, sino que era quien conducía la charla porque a él nada humano le fue ajeno, tenía mucho conocimiento sin que ello lo convirtiera en un pedante.
«Tenía un don especial para cultivar la amistad, y ahí están las ardorosas y sublimes cartas en las que consagró, a través del puño, toda su devoción. Si lo viera hoy me dedicaría a entrevistarlo o hacerle las preguntas de lo que no sabemos o imaginamos».
—¿Por ejemplo?
—En el orden personal, le preguntaría si como yo pienso Carmen Zayas-Bazán fue el amor de su vida, y a su vez su gran fracaso. Lo interpelaría sobre otros amores; sobre cómo pudo recuperarse rápidamente de la derrota de la Fernandina; o cómo logró subir y bajar lomas junto a Máximo Gómez sin quejarse una sola vez.
«También le preguntaría de personas que le rodeaban como Mendive; por qué, al parecer, no se mantuvo la relación entre ellos. O de qué manera logró un equilibrio sicológico y personal de, a pesar de estar combatiendo las ideas de los anexionistas, dejarle siempre la puerta abierta a un hombre como José Ignacio Rodríguez, quien fue un personaje absolutamente desleal con su alumno, al cual calificó de hombre maléfico para Cuba.
«A veces uno siguiendo la cronología de su vida hay períodos en que le perdemos de vista, por tanto, le preguntaría con quien estuvo o habló en esos momentos, a qué conspiraciones secretas se dedicó en pos de la lucha… Creo que con Martí estaría conversando por meses».
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Mientras bebemos un sorbo de café, Pedro Pablo narra con elocuencia y voz extremadamente modulada, los sucesos del 11 de abril de 1895. Aunque por momentos pensaron que no llegarían, ni el mar encrespado que los colocó en aprietos para acercarse a territorio cubano ni la tormentica que los atenazó en aguas profundas, pudieron impedir que Martí y Gómez desembarcaran en la Isla para liderar desde el terreno de operaciones la insurrección que daría a Cuba la ansiada República e impediría la expansión del nuevo poder mundial que estaba surgiendo: los Estados Unidos.
«Dicha grande», dijo el Apóstol al lanzarse del bote vapuleado y poner los pies en la tierra de sus desvelos, esa «mujer inasible» que le robó más de una alegría, pero mayormente tristezas.
«Buena parte de sus contemporáneos no lo entendieron, tampoco lo hizo la intelectualidad hispanoamericana que admiraba a Martí en su casi totalidad porque lo leía en los periódicos. Rubén Darío expresó: “Maestro, ¿qué has hecho?”, cuando supo que había muerto en la guerra. Muchos pensaron que cometió un error, que no debió volver».
—Tenía que regresar…
—Sí, él sabía que era el líder de aquel movimiento militar iniciado, su regreso fue la culminación de la labor desarrollada en la emigración y para la que estaba destinado.
«Voy a decirlo como si fuese un juego de cartas: Martí sabe que al comenzar la guerra se están repartiendo nuevas barajas, y en esta él precisa de una posición destacada, y yo diría que muy significativa porque fijó su alcance, y esbozó un mecanismo que no obstaculizara el cauce de la guerra ni fomentara caudillos.
«Muchos creen que estaba loco porque fue al combate en Dos Ríos. Pero a veces se olvida que los jefes mambises siempre iban al frente, incluso los españoles. ¿Cómo el delegado al cual se le acababa de otorgar, por el General en Jefe, el grado de Mayor General, se iba a quedar en el campamento?».
—Hay una palabra que usted emplea con frecuencia en sus libros y artículos: autoctonía. ¿Qué significa?
—Autoctonía es tener conciencia de lo propio. Las identidades son diversas y variadas, producto de una construcción social, y se van transformando y adaptando al devenir histórico. La autoctonía es el núcleo duro de las identidades sociales, nacionales, individuales y grupales.
«Uno de los rasgos básicos del capitalismo contemporáneo es moldear a las sociedades nacionales y hacernos perder rasgos identitarios propios, de ideologías, de cultura y puntos de vista».
—¿Cómo evitarlo?
—Es difícil. Pero lo primero es crear valores muy fuertes desde la infancia, que permitan desmontar los patrones hegemónicos a través de la transmisión de ideas y sentimientos, este último se olvida con frecuencia. Es preciso que la gente tenga conciencia de lo bueno y lo malo para él, su familia, la humanidad, y su nación.
«Este pueblo demuestra a diario un espíritu de sacrifico y entrega fenomenal, pero hay personas que no lo tienen o se aprovechan de ello. Y esa mala raíz ha crecido y hay que frenarla lo más posible, tratar de educar a las personas en el sentido de la solidaridad, la cooperación y el respeto al otro.
«Hay algo interesante: los cubanos pelearon 30 años contra la corona española, y nunca se sintió odio al español. Llevamos muchos años, desde que aparecieron en escena los Estados Unidos, afrontando las agresiones, amenazas e injerencias de un gobierno que ha sido y es hostil contra el proceso revolucionario, y en Cuba no hay resquemores hacia el norteamericano. El cubano, como dijo Martí, le cuesta trabajo el odio. No lleva odio en su corazón.
«Ser verticalmente patriotas, enarbolar una nación plenamente soberana por primera vez en su historia, donde pueden existir errores como los tiene cualquier sociedad, pero no se postra ante otros, no crea odios contra nadie ni siquiera contra aquellos de donde nos vienen los ataques, las mayores incomprensiones y el deseo de si fuere posible, si se les diera la oportunidad, someter al país a una guerra destructora, son también triunfos de la Revolución».
—¿Cuánta vigencia sigue teniendo la idea de «Desatar América y desuncir al hombre»?
—Esta frase es el sentido de la vida de Martí. Desatar es zafar amarras, liberar, quitar las trabas y cortar los rezagos del pasado para que la América nuestra crezca en función de sus propios intereses.
«Al hombre, desde que nace la sociedad le va imponiendo yugos, para bien o para mal, y es necesario cambiar y transformarlos. A Martí le disgustaba profundamente el racismo, y este último era un yugo impuesto por la sociedad, que justificaba la esclavitud para reproducir las diferenciaciones y la explotación del régimen colonial.
«Desuncir al hombre es permitir que las individualidades se desarrollen, limpiarlo de malas conductas y sentimientos. Mientras cada uno de nosotros seamos más plenos, más fuertes para el bien, con un alto sentido moral, los países serán mejores y podrán resistir sus propios problemas y los que les vengan».
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Caminando por el sendero de la Fragua, Pedro Pablo se detiene frente a la estatua del joven Pepe con la cabeza rapada, la de José Villa Soberón, que recrea con sutil exactitud la apariencia del preso 113. Luego andamos hasta el rincón donde señorea la imagen de un Martí más maduro, el que sentía a la Patria como su figura femenina por excelencia, como su madre y esposa, el centro de su atención y de su vida, y el que sabe que amarla «es deponerse a toda hora ante ella».
—¿Qué representa la Patria para Pedro Pablo?
—La Patria es un concepto histórico y moral, pero somos todos porque la constituimos los cubanos. Hoy tenemos una Patria amplia, no una aspiración ni un Estado recortado por el que tuvieron que luchar nuestros antepasados.
«Cuando la Asociación Hermanos Saíz me entregó el Maestro de Juventudes se me ocurrió terminar mis palabras diciendo: Martí creía en que había que alcanzar toda la justicia, pero Maestro, tenemos que decirte que no hemos alcanzado toda la justicia, hemos alcanzado mucha; seguiremos luchando por conseguir ese ideal porque siempre habrá una injusticia a la que enfrentarse.
«La Patria se hace y se rehace sistemáticamente todos los días. Hay que tratar de hacerla ascender en el plano moral, no solo en el material. ¿Cuántos pueblos del mundo hubiesen aguantado estos años de bloqueo, agresiones y situación compleja, sin que hubiese una explosión social espantosa»?
«Llama la atención que tenemos un Estado y un Gobierno que en medio de esta circunstancia no ha cesado la lucha por la justicia social, no han frenado los planes de construcción de viviendas, el adelanto de la mujer, la voluntad de erradicar las diferenciaciones por color de la piel… No solamente se está batallando contra la pandemia, sino contra otros elementos que nos laceran, para así salir de los problemas actuales y cada día hacer la Patria mejor».
—¿Cómo Martí, quien de sus 42 años la mitad no los vivió en Cuba, pudo amarla tanto al punto del sacrificio por ella?
—Su infancia en Cuba fue decisiva, a pesar de que vivió casi un año en Valencia. El país tenía una efervescencia grande de afianzar, de demostrar que no éramos españoles. Ello le trajo diferencias con el padre en su adolescencia, pero le facilitó percibir cuán importante era lo español para lo cubano, para la cultura, y le permitió decir que la guerra no era contra el español, sino contra el sistema monárquico que oprimía el país.
«Las canteras de San Lázaro también lo marcaron para siempre, tanto física como espiritualmente. Para Martí, Cuba lo era todo, por encima de cualquier cosa se sentía cubano, sin que ello lo llevara a un nacionalismo estrecho.
«Tuvo una capacidad de ductilidad, de absorber sin perder su esencia, sino lo contrario, para enriquecer la sustancia de esa Patria que él quería, pero que la anhelaba diferente y no como era en medio de la colonia.
«Fue un cubano sí, pero un hombre del mundo, de su tiempo, de su universo, de su región. Por eso pasa por España y reacciona tratando de mejorar el país, igual le sucedió en México, Guatemala, y Nueva York. Se sintió un poco de cada lugar. Fue capaz de encontrar en las sociedades que vivió elementos que podían serle útiles, en su opinión, para la nuestra».
—Hay quienes afirman que Martí se sintió embelesado por la sociedad norteamericana tomando en cuenta muchos de las crónicas que le publicaron, como corresponsal, importantes revistas y periódicos para los que escribió. ¿Hubo tal deslumbramiento?
—En uno de sus textos hay una afirmación categórica que demuestra lo contrario: «maldita sea la prosperidad a tanta costa». Cuando Martí llega a Estados Unidos, comenzó a escribir para un periódico que leía la intelectualidad de ese país, se presentó como «Un español fresco o recién llegado», entre otras cosas porque la imagen de un europeo era apreciada en el Norte más que la de un latinoamericano.
«El comienza contando los tintes positivos que ve en una sociedad muy distinta a la que había vivido en España, bajo el influjo de la monarquía. No obstante, rápido advierte que todo se mide en números, en cantidades, que el mercado define la vida de las personas; criticó el mercantilismo y llegó a tener una mirada crítica y profunda de esa sociedad, sin demeritar sus elementos de destaque».
—¿Qué pudo haberle causado vergüenza a Martí?
—La falta de solidaridad humana. Cuando el describe en una crónica cómo iban en la madrugada unas obreras de Nueva York, pasando frío, en medio de la nieve y una ventisca muy fuerte, mal alimentadas y de cómo al llegar a sus casas las esperaba la doble esclavitud del hogar, creo que él estaba sintiendo vergüenza por ellas.
«Sintió vergüenza cuando describió cómo quemaron a un negro vivo en un pueblo del estado de Arkansas. Le daba pavor que el género humano fuese capaz de llegar a semejantes salvajadas.
«Como le daba vergüenza que un cubano, un patriota, se hubiera convertido en un anexionista; yo creo que él vivía ese dolor, lo sentía y se avergonzaba de esa conducta, trataba por todos los medios de convencer a la persona del grave error que estaba cometiendo. Mas no lo rechazaba abiertamente, porque él no fue amigo de condenar al ostracismo al que fue un enemigo».
—Los Seminarios Juveniles de Estudios Martianos están próximos a cumplir 50 años…
—Ay Dios mío, ¡qué viejo soy!…
—Piense en que usted tuvo el privilegio de verlos nacer. ¿Han sido verdaderos espacios para la promoción y profundización de la obra martiana?
—No solo los vi nacer yo, también Salvador Morales, Hortensia Pichardo, Fernando Portuondo, Ibrahim Hidalgo… y se sumaron muchachos nuevos como Luis Toledo Sande.
«Los seminarios tuvieron un período de decaimiento. La Unión de Jóvenes Comunistas está dando en los últimos años un apoyo más inteligente que en otras épocas. Y el hecho de que exista el Movimiento Juvenil Martiano, permite que las acciones para acercar a Martí a las nuevas generaciones no se queden solo en los pocos días de un evento, sino que se intensifiquen de forma permanente. Creo que los seminarios están en su época más valiosa».
—¿De qué manera mantener vivo el legado de Martí en la hora actual de Cuba?
—Con nuestra propia conducta como personas, quizás no tanto estar hablando de Martí, o estar llamando a los otros a que hay que ser como Martí. Sino efectivamente ser como Martí.
—¿Algo que decirles a los cubanos, y en especial a los jóvenes de hoy?
—A los cubanos que seamos de bien cada día como podamos. Y a la juventud que no solo aprenda de nosotros, de los que ya tenemos edad más avanzada, sino que nos enseñen cosas, sus valores, sus intereses, sus deseos, sus mejores deseos.
En el ideario político de Martí, el anexionismo no tenía cabida, afirma Pedro Pablo Rodríguez.
Junto a la estatua del joven Pepe, la de José Villa Soberón, que recrea con sutil exactitud la apariencia del preso 113. Fotos: David Gómez Ávila.