Así se realizó la reconstrucción del hecho, en la esquina de Ángel Guerra y Libertad. Autor: Nelson Rodríguez Roque Publicado: 23/11/2020 | 01:38 pm
Holguín.— El grupo tomó el desayuno, preparado por Fredesvinda Pérez y Mercedita Sánchez, a la hora acostumbrada. Luego se mantuvieron a la escucha de anuncios comerciales y noticias en la radio.
Era el 23 de noviembre de 1957. La mañana de sábado despertaba con una ligera brisa invernal. Los hombres en la casa-cuartel del reparto El Llano se pusieron a limpiar las armas. Antes, Alex Urquiola había ido a solucionar un ponche de uno de los vehículos y otras averías.
Pasadas las 8:00 a.m. se avisó que el coronel Fermín Cowley Gallegos, jefe del Regimiento No.7 y connotado batistiano, se encontraba en la ferretería Cuban Air. Desde el viernes conocían la posibilidad de que repitiera la visita al lugar, ya que no pudo llevarse el balón de oxígeno para chapistear su avioneta, a la cual dedicaba mucho tiempo desde que aprendió a pilotear y cambió su anterior entretenimiento, consistente en recibir lecciones de laboratorista y fotógrafo.
¿Sería esta salida 19 la vencida? En las precedentes muchos factores dieron al traste con el ajusticiamiento del verdugo de las Pascuas Sangrientas, autor de la masacre de los expedicionarios del Corynthia y artífice de otras atrocidades.
William Gálvez y Carlos Borjas montaron delante en el Chevrolet del 54 (color verde y amarillo hueso) y Alfredo Abdón y Ramón Cordero, detrás. Faltaba poco para agotarse el plazo dado por la Dirección del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) para que se ejecutara la acción.
Chevrolet del ‘54 (color verde y amarillo hueso) utilizado por los revolucionarios en la acción. Fotos: Cortesía de Rafael Suárez
La máquina, manejada por Borjas, transitó por la calle Miró hasta doblar en General Salazar y luego tomó Libertad rumbo a la intersección con Ángel Guerra. Los integrantes del comando se decepcionaron cuando solo distinguieron en las afueras de la Cuban Air al cabo Pavón, quien conducía el lujoso Oldsmobile del coronel.
Un hecho fortuito obligó a hacer una parada: unos trabajadores descargaban balones de oxígeno en el almacén de la ferretería y dos cilindros cayeron debajo del auto de los revolucionarios. Mientras se extraían los objetos atorados, dos figuras se dejaron ver en la parte interior del local, quienes se asomaron a observar qué había ocurrido, pues el estruendo de los balones suscitó su lógica atención. Una de ellas, visible solo del pecho hacia arriba, correspondía a la del administrador del negocio, Gerardo Hernández, ya padre de familia. La otra…
Solo por fotos conocían al coronel, de quien se opinaba que tenía reservado un futuro de empeños mayores, incluido el de ir a acosar a Fidel Castro y el Ejército Rebelde en la Sierra, ante los frustrados intentos anteriores por desaparecerlos. El hombre se atrevió a criticar las tácticas antiguerrilleras de otros estrategas en las montañas del sur, amparado en su «éxito» al eliminar en Sierra Cristal a los expedicionarios del yate Corynthia, una misión en la que se enrolaron veteranos de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil Española, pero les pasó factura el desconocimiento del teatro de operaciones.
Pocos segundos bastaron. Borjas reconoció, a un costado del administrador, al apodado Chacal de Holguín, el esbirro habanero ubicado en mayo del 1956 en tierras nororientales tras su ascenso meteórico desde que adoptó una postura de apoyo incondicional a Fulgencio Batista, en marzo del 1952.
«¿Seguro que es él?», insistió Gálvez, a lo que Borjas respondió que se le parecía bastante. Solo le preocupaba que vestía de civil y no con el tradicional uniforme que les resultaba más familiar, gracias a las fotografías a las que tuvieron acceso.
Dieron dos vueltas a manzanas circundantes y en una de estas volvieron a encontrar a Pavón, mas no al asesino. La esperada escolta adicional (acostumbraba a hacerse acompañar de refuerzos, porque se rumoraba que lo estaban velando), por alguna razón nunca apareció por allí en esos minutos tensos.
Infografía: Adrián López y Felipe Vera
Justo frente a la Cuban Air, la cafetería Mino, perteneciente a Francisco Lago, tenía sus ofertas de siempre, con deliciosos helados cuyo secreto de elaboración se llevó a la tumba el viejo gastronómico. También la tienda mixta de los Cristo (comerciantes de ascendencia libanesa) permanecía abierta, vendiendo cigarros como los que el cabo Pavón adquirió ese sábado, a la espera de que el Coronel recibiera el servicio para alistar su aeroplano.
Borjas detuvo el Chevrolet en la calle Ángel Guerra, muy cerca del camión con balones de oxígeno, sin apagar el motor. Las puertas quedaron tan pegadas al otro transporte, que salieron todos por la parte izquierda. Borjas bajó primero. Eran alrededor de las 9:00 a.m. y había que cumplir lo prometido a Frank País poco antes de su muerte: Holguín no podía ser el apacible predio de la Tiranía, confiada en que la Navidad del 56, pasada por sangre, sirvió de escarmiento a las fuerzas opositoras.
Ubicación del auto del esbirro Fermín Cowley, frente a la ferretería Cuban Air. Fotos: Cortesía de Rafael Suárez
Abdón y Cordero neutralizaron a Pavón, disparándole sin ultimarlo en la calle Libertad, porque los revolucionarios nunca se acogieron a esas prácticas, al decir de Gálvez (que encabezó el comando). Borjas se internó en la parte trasera de la Cuban Air, encañonó a Cowley con una escopeta recortada y lo ajustició.
Varias horas después, ya en la casa-cuartel de El Llano, todavía quedaban dudas de si era realmente el Coronel, y eso los inquietaba. Sobre la 1:00 p.m. un parte radial urgente del Buró de Prensa del Estado Mayor del Ejército confirmó la identidad del cuerpo. El llamado Plan Uno estaba consumado.
Casa-cuartel, en el reparto El Llano, empleada por el comando. Fotos: Cortesía de Rafael Suárez
Luego la ciudad de Holguín fue una especie de Lídice cubana, aquella localidad checa que los nazis masacraron en 1942 después del operativo letal de la resistencia contra Reinhard Heydrich, el Carnicero de Praga. Mucho tenían en común aquel «protector de Bohemia y Moravia» y el sádico que llevó el terror a territorio holguinero.
El 5 de diciembre siguiente, el periódico Norte daba cuenta de una misa ofrecida por el alma de Cowley en una ermita inaugurada con bombo y platillo en la sede del Regimiento, en cuyas celdas abundaban los detenidos sin ninguna garantía legal, maltratados bárbaramente.
A algunos les faltó lo que a otros sobró y delataron a Manuel Angulo, Pedro Rogena, Atanagildo Cajigal, Mario Pozo, Rubén Bravo y Ramón Flores, miembros del grupo de apoyo y de la dirección holguinera del M-26-7, quienes fueron torturados en extremo y asesinados.
Sin embargo, ninguno de estos seis dio ni la menor pista a los sicarios del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), (liderados por otro criminal de rango, el teniente coronel Irenaldo García Báez), a quienes el Presidente de facto había mandado a Oriente a esclarecer la muerte de su subordinado, y los autorizó para aplicar su arsenal de recursos de presión sicológica y violencia física, tristemente célebres por su magnitud.
A principios de diciembre de 1957 todos los combatientes clandestinos que vengaron a los mártires de las Pascuas Sangrientas y del Corynthia estaban fuera de peligro, gracias a la hombría de gente como Manuel Angulo o Rubén Bravo, y a muchos pobladores de la ciudad y la región, que despreciaban a Batista.
René Ramos Latour («Daniel»), sustituto de Frank País en el M-26-7 como máximo responsable de Acción y Sabotaje, escribiría luego al Comandante en Jefe Fidel Castro: «Ellos cumplieron a cabalidad su promesa. Holguín se ha reivindicado».