El profesor matancero Marcelino Rivas Santana durante la impresión en 3D del medio de protección Autor: Hugo García Publicado: 06/05/2020 | 08:03 pm
La frase «los cubanos se le escaparon al diablo» no es una exageración. Han sido tantas las pruebas impuestas por la naturaleza y las pretensiones gubernamentales foráneas sorteadas, que esta pandemia no podrá «cogernos la baja», porque el ingenio y la solidaridad son fortalezas que florecen silvestres en cualquier orilla de la nación.
Desde que se dio la voz de alarma por la entrada en Cuba del SARS-CoV-2 múltiples han sido las ideas materializadas para restarle empuje a este intruso silencioso, sobre todo para ayudar al personal de salud, que está dando la cara literalmente a esta empecinada enfermedad.
En respuesta al llamado en las redes sociales, ingenieros y diseñadores gráficos del mundo han creado modelos de máscaras de disímiles materiales, iniciativa que se ha replicado en diferentes rincones de este Archipiélago, donde a partir de recursos y gastos propios ya se han confeccionado de forma artesanal varios prototipos de probada eficacia.
La idea convocó incluso a un grupo en WhatsApp, integrado por trabajadores por cuenta propia de las provincias de Holguín, Ciego de Ávila, Camagüey y La Habana, quienes intercambian con sistematicidad opciones más económicas para multiplicar dicho accesorio, imprescindible para el personal de la salud.
También ha motivado a un grupo de entusiastas profesores del Centro de Estudio de Fabricación Avanzada y Sostenible (Cefas), de la Universidad de Matanzas, donde ya han visto la luz más de medio centenar de protectores creados con una impresora en 3D.
«Nos sentimos muy satisfechos porque sabemos que es útil nuestro aporte, refiere a este diario el Doctor en Ciencias Marcelino Rivas Santana. Por internet hicimos búsquedas de diseños y los adaptamos a nuestra materia prima, empleando cintillos más finos que en otras naciones».
Esta iniciativa de la Atenas de Cuba, ya en uso en varios hospitales y centros de aislamiento de ese territorio, motivó a varios artesanos e instituciones estatales a donar más materias primas.
La impresión de cada careta demora aproximadamente una hora y media. Al final llevan el cintillo, la lámina de acetato transparente y un elástico. El Cefas recibió sugerencias de especialistas en terapia intensiva y ahora trabajan en otro diseño, teniendo en cuenta los criterios de quienes las usan.
«Esto no es ciencia: solo usamos las nuevas tecnologías en función de brindarle una respuesta al país y así se ahorra importaciones», acota Rivas Santana.
Preocupación igual a ocupación
Cuando el fotógrafo espirituano Didier Acosta García supo por su esposa, Yudeisy Santos Espinosa, especialista en Terapia Intensiva y Emergencias, cuán necesario era fortalecer las reservas de medios de protección para el personal de la salud, dedicó horas a buscar cómo dar su aporte.
Contactó primero a un amigo residente en España, quien le envió un diseño y le habló del movimiento internacional creado para ayudar a la producción de esos medios, que se agotan rápidamente en cualquier centro hospitalario. Luego sumó a los rotulistas y grabadores Alain Torrecilla Quintero, Juan Emilio García y Maikel Martínez Veloz.
Con transparencias de acetato, recortería de policloruro de vinilo (PVC), acrílico de transparencias de cuadros de fotografía y los pomos vacíos de dos litros que usan algunas entidades o se venden en la red de tiendas del territorio, estos cuentapropistas moldean, a partir de un trabajo muy artesanal, otras máscaras con sello espirituano.
Ya en uso en varias áreas de los dos centros hospitalarios provinciales, se ha comprobado que por la parte frontal de la lámina impermeable no pasa el aire y, por tanto, no se disemina el virus. Además son fáciles de esterilizar y cómodas, porque no pesan. Tienen una separación adecuada del rostro y permiten que el aire saliente por las vías respiratorias no humedezca la lámina ni obstaculice la visión.
Otro protagonista ingenioso es el holguinero Edgar Narciso Hernández Oro. Este cuentapropista, reparador de artículos varios, puso su taller en la calle Cuba, de la Ciudad de los parques, en función de crear caretas plásticas con ayuda de colegas y familiares.
«Utilizamos materia prima de desecho de la que se destina a actividades como la fotografía y el plasticado de documentos. Varias manos desinteresadas midieron, trazaron, cortaron, perforaron y ensamblaron las piezas de las mascarillas, y en menos de 24 horas hicimos 350. Terminamos con las manos ampolladas», contó a JR.
«Cuando exploramos en internet, encontramos máscaras parecidas en el mercado internacional, cuyos precios oscilan entre ocho y 14 dólares», dijo Hernández, quien pasará una temporada larga en La Habana con su familia para apoyar en la etapa final de embarazo de su hija mayor y retomará la fabricación de mascarillas para aportarlas a instituciones médicas de la capital, proyecto en el que lo apoyan su esposa, la futura mamá y su hija menor.
Con sobrado talento y muchísimas ganas de aportar a esta prueba de nuestra capacidad de resistencia que ha traído consigo la pandemia de la COVID-19, surgen estas historias para confirmar que eso de que «Cuba salva» es mucho más que una etiqueta virtual.
Los espirituanos Alain Torrecilla Quintero, Juan Emilio García y Didier Acosta García (de izquierda a derecha) en plena elaboración de las máscaras protectoras. Foto: Oscar Alfonso
La máscara facial creada por el holguinero Edgar Narciso Hernández Oro. Foto: William Parrao