Con las manos en la alto y la tranquilidad de ir a casa Autor: Luis Raúl Vázquez Muñoz Publicado: 08/04/2020 | 09:57 pm
CIEGO DE ÁVILA.- Ni siquiera hay tiempo para preguntar los nombres. También la ansiedad, o la alegría, o lo que sea, no dejan margen a muchas palabras. Quieren estar en sus casas, con sus familias. Conectarse a sus celulares, ver la televisión o, como dice uno de ellos: «dormir mucho, pero mucho».
Son unos 30 cubanos, residentes en el extranjero –la mayoría en los Estados Unidos-, que acaban de cumplir los 14 días de aislamiento bajo observación epidemiológica con el añadido fundamental: las pruebas del Sar-Cov-2 dieron negativas: Están libres de la enfermedad y ya pueden regresar a sus casas.
Por eso la atención se concentra en el ómnibus de color anaranjado, perteneciente a la Empresa Provincial de Transporte. Ese carro hará un recorrido grande: Morón, Chambas y paradas intermedias, si es necesario. En su interior se han acumulado los maletines y en el pasillo hay que caminar de lado por los bultos. Por la ventanilla, los pasajeros saludan a los que están afuera.
«¡Oye, acuérdate, nos llamamos!», grita una mujer con medio cuerpo fuera de la ventanilla. Una muchacha saluda a un joven con el pelo pintado de rubio y vetas negras, a punto de subirse al carro. «Rusito, cuídate, mi amor –dice-, cuídate, que yo te quiero de yerno».
Se nota que hay una ansiedad grande. Respiran agitados, hablan rápido… Entonces caes en la otra cuenta: llevan dos semanas sin tener contacto físico con otras personas que no sean ellos. Dos semanas con una pregunta al amanecer y otra al acostarse: ¿Estaré infectado? Dos semanas tomándose la temperatura cada dos horas, comiendo o merendando la comida que te dejan en una mesita delante del cuarto. Dos semanas viendo a unas personas –los médicos, los trabajadores de servicios que limpian baños y cuartos- con guantes y caretas, vestidos por completo de verde y con nasobucos de color también de color verde.
Nos cuenta el personal médico y de la Escuela, que los atendió durante los 14 días, que cuando se supo la noticia de que eran negativos se hizo el anuncio por el audio y todos –internos, trabajadores, médicos, enfermeras— empezaron a dar vivas y a aplaudir. Dicen que algunos lloraron. Los de adentro y los de afuera.
A 50 metros de la guagua, bajo la sombra de un almendro, hay un pequeño grupo, que también saluda. Ellos esperan su ómnibus, que los llevará a Jicotea, Majagua, Orlando González… Justo a las puertas de sus casas.
«¿De qué parte de Estados Unidos vienen ustedes?», preguntamos. «De Miami Dade», responde la rubia. «¿Todos de Miami Dade? ¿No hay nadie de Broward o de Cayo Hueso?». «No –dice un hombre alto-. Nosotros estamos más al centro». «¿Y apenas llegaron a Cuba vinieron para acá?» «Asimismo, directo para aquí».
«Pero ahora, cuando lleguen a sus casas, no pueden estar saliendo ni hacer fiestas», comentamos. El primer hombre mueve el dedo: «Negativo, yo por lo menos no salgo. Tranquilito, tranquilito». «Seguro», exclaman las mujeres. Alguien dice: «No hay necesidad: si ya estuviste 14 días aislado y sabes que no tienes nada, ¿para qué te vas a complicar?»
Una señora con camisa oscura y franjas blancas comenta: «Yo estaba segura de que no tenía nada cuando regresé a Cuba. Allá no salí a ninguna parte, estuve tranquilita todo el tiempo en casa de mi familia. Pero, bueno, si había que venir para acá, yo no tenía problemas en hacerlo».
Empezamos a comentar noticias de los Estados Unidos, de la situación en Nueva York, cuando el hombre nos dice: «Oiga, usted no sabe nada. Eso allá se va a poner malo». Otro a su lado asiente con fuerza: «Seguro». El primero sigue: «Cuando dijeron: “Aviones para Cubita la Bella”, yo dije, mire: (mueve los brazos en señal de carrera) ¡por aquí, que es más rápido!».
«¿Y allá no hay seguro médico y hospitales grandes?» «Sí… no pagues para que veas. En ese país hay de todo, pero tú vales si puedes pagar y trabajar. Si no puedes hacer ni lo uno ni lo otro, estás embarcado. No eres nadie.
«Es verdad que estuve 14 días aislado y al principio las condiciones no fueron las mejores, algunos hasta se asustaron. Pero eso mejoró rápido y nos cuidaron todo el tiempo. ¡Ah!, y lo otro: no me preguntaron si podía pagar y sé que me voy sano para la casa».
Otro dice: «¿Usted ven estas mascarillas que tenemos puestas? ¿Cómo le dicen aquí? ¿Nasobuco? Bueno, allá te pueden pedir un ojo de la cara por una cosa de estas y aquí ustedes las están regalando. No sé: la inventan de donde no hay. La gente está preocupada por ayudarse, están guapeando entre todos con la pila de rollos que tienen arriba. Eso es lo que uno ve: aquí la gente anda pegada contra el virus».
«Bueno, cuídense», nos despedimos. Ellos saludan, unos hacen el símbolo de victoria con los dedos y les tomo una foto. Ya un poco más lejos, saludan de nuevo: «¡Cuídense mucho!». Levantan los brazos con una aclamación y entonces se oye un grito, el grito de la tarde: ¡«Esa cosa no puede con nosotros!» «Contra Cuba nadie puede!».