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Necesarias ausencias

Silencio. Cabezas bajas. Miradas de desesperación. La pesadumbre está entre nosotros hace ya unos cuantos días, y ni siquiera nos hemos dado cuenta del todo. Afuera no suenan ya las mismas cosas de otras veces

Autor:

Enio Echezábal Acosta

Silencio. Cabezas bajas. Miradas de desesperación. La pesadumbre está entre nosotros hace ya unos cuantos días, y ni siquiera nos hemos dado cuenta del todo. La gente calla porque está como ausente, podríamos decir, y encontrar así una analogía entre esta situación y uno de los célebres poemas del chileno Pablo Neruda.

Afuera no suenan ya las mismas cosas de otras veces. El ruido al que vivimos acostumbrados está en un coma al que le hemos llevado sin saber bien cómo, ni por qué. Nadie nos ha ordenado que dejemos de poner música, ni que dejemos de gritarnos de una esquina a la otra sin razón aparente. Sea por la razón que sea, en medio de esta tormenta hay calma.

En la Plaza de San Francisco de Asís faltan las palomas; y también las personas. Foto: Abel Rojas Barallobre 

Las partidas de dominó atraviesan una ruptura momentánea en su relación con los postes de luz. Mientras, los filósofos de esquina rumian en casa sus genialidades, y las bocinas portátiles cogen polvo en algún rincón del cual demorarán en salir. La fiesta está en pausa.

A bordo de los ómnibus se notan los vacíos, y también los indisciplinados. Foto: Abel Rojas Barallobre 

En los parques y las avenidas circulan pocos. Los alaridos infantiles y los consecuentes regaños se desaparecieron del mapa. La gente prefiere, y lo hace sabiamente, encuevarse en la seguridad del hogar antes de salir.

Solo la inevitable responsabilidad para con el hogar o el trabajo es capaz de sacar a la gente del exilio. Por ahí todavía hay colas, algunas más multitudinarias que otras, y hay guaguas semivacías. La constante en todos lados son esas piezas de tela que cubren la mitad del rostro más expuesta al contagio. Nasobucos las llamamos aquí, aunque en el resto del planeta sean conocidas como mascarillas protectoras.

A falta de besos y abrazos, los codos sirven para saludar a un amigo. Foto: Abel Rojas Barallobre 

Igualmente quedan unos cuantos «kamikazes» que eligen retar a la suerte y aventurarse hacia el exterior sin intención fija y con mucha menos coherencia. Tal vez pudiéramos suponer que es el aburrimiento lo que los mueve, aunque realmente resulta un alto grado de irresponsabilidad esa conducta.

La calle Obispo extraña a sus transeúntes de siempre. Foto: Roberto Suárez

En el ojo del huracán, los chistes llueven, en forma de memes y ocurrencias de todas formas y colores. Se sabe que la risa es la primera línea de defensa emocional en esta guerra, y la usamos. La estrategia de tirar «a bonche» las dificultades de la vida que ya nos ha funcionado antes, y ahora es uno de los mecanismos de defensa más efectivos.

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