En la visita y el intercambio con el tío Ho este dio muestras de cariño por la Revolución Cubana y su líder. Autor: Cortesía de la entrevistada Publicado: 08/09/2018 | 09:28 pm
«Por Vietnam estamos dispuestos a dar hasta nuestra propia sangre».
Fidel
RECORRÍA un jardín muy lindo junto a Ho Chi Minh, después de visitar parte de la casa del líder vietnamita, cuando este le dijo: «si le gusta una de esas rosas cójala… Fue a arrancarla enseguida, pero en un tono muy dulce este la requirió: «las flores no se arrancan así, pues sino después no nacen…» Entonces el Tío Ho buscó la tijera que tenía cerca, cortó la flor y se la entregó.
El anterior está entre los muchos recuerdos que la cubana Ivonne Suárez Roche guarda de la «Tierra de los anamitas», y que ha conservado como tesoros durante toda su vida. Hasta la fecha en que aquella rosa llegó a sus manos, el domingo 22 de enero de 1967, le quedó marcada para siempre.
La joven que entonces tenía 21 años es ahora una mujer de 76 que comienza a buscar en dos grandes álbumes, ya amarillentos por el paso del tiempo, pero muy bien conservados y con inscripciones vietnamitas, el sitio donde está disecada la rosa. Al verla me dice: «Todavía se conserva muy bien. Es algo que guardo con mucho amor».
—¿Cómo llegó usted a ser traductora de Ho Chi Minh?
—Fue a solicitud de nuestro embajador por aquella fecha —Julio García Olivera— para facilitar el diálogo durante una visita de una delegación encabezada por Santiago Álvarez, el documentalista, quien visitó aquel país interesado en crear una de sus obras.
«Cuando Ho Chi Minh nos recibió creyó que yo era la hija del embajador. Entonces me abrazó y le preguntó a Julio: ¿esta es su hija?.... Él le respondió que no, que yo hablaba vietnamita. Y seguía insistiendo: «ay, su hija habla vietnamita, qué linda… Le aclaré nuevamente que yo era la traductora, el respondió: «¿entonces nos va a traducir?, y le dijo a su traductor que no era necesario que estuviera, que yo lo iba a hacer.
«Imagina, el traductor no sabía qué hacer, pero al final me quedé yo. A ningún Jefe de Estado le traduce un extranjero, siempre es alguien de su país».
—¿No tuvo temor de que algo saliera mal?
—No miento al decirte que tenía un miedo tremendo a equivocarme, pero por suerte todo salió bien. Lo entendí muy bien porque hablaba en frases perfectas. También dominaba varios idiomas. Con los años supe que fui la única extranjera que le tradujo a Ho Chi Minh.
—Pero no solo fue la visita, también recorrieron la casa privada…
—Después del intercambio salimos de los salones oficiales y Ho Chi Min nos invitó a pasar a su casa. En ese momento le dijo a nuestro embajador: «yo nunca he dejado que nadie entre a esta casa, lo voy a permitir porque ustedes son cubanos». Ese gesto demostró su cariño por nuestro país. Es que con Cuba él tenía algo muy especial. Siempre habló con mucho amor de Fidel y de sus luchas, que servían de inspiración a países como Vietnam. Entre ellos nació una profunda amistad.
«Durante el recorrido por la casa estuvimos incluso en el dormitorio y fotografiamos cada espacio. La casita estaba al final del Palacio Presidencial, era muy pequeña, de solo dos habitaciones: la salita donde recibía solo tenía dos asientos y un buró, además del dormitorio. Tenía cosas muy sencillas como las fotos de personas que lo ayudaron a esconderse cuando estaba en la resistencia y nos dijo que mantenía relaciones con ellas».
—¿Cómo era Ho Chi Minh?
—Un hombre muy simpático, ocurrente y cariñoso. El día de nuestra visita me preguntó si me había gustado el idioma del país y si me había sido fácil aprenderlo. Recuerdo que él me escuchaba con mucha atención y pienso que estaba haciendo un esfuerzo tremendo para entenderme. (Se ríe). Luego cada vez que recibía al cuerpo diplomático o me veía en una recepción me daba muestras de reconocimiento y me abrazaba.
—¿También participaste en sus funerales?
—Cuando eso ocurrió yo estaba en Cambodia como agregada cultural y me mandaron a buscar para que acompañara y fuera traductora de la delegación cubana que asistiría a los funerales, la cual estuvo presidida por los Comandantes de la Revolución Juan Almeida Bosque y Ramiro Valdés Menéndez. Fue algo muy triste, la plaza Ba Dinh estaba llena y los viejitos lloraban mucho. Fue muy conmovedor, decenas de personas pasaron por la tribuna a hablar de él, de sus luchas, de lo que hizo por Vietnam.
***
Con solo 21 años Ivonne se convirtió en la primera cubana que fue a estudiar a Vietnam. Precisamente este mes de septiembre se cumplen 55 años de su llegada a esa tierra. Su elección para esa encomienda fue casual. La entonces graduada de inglés del año 1956, y francés posteriormente, conoció que buscaban un joven que hablara francés para ir a Vietnam.
«Lo que pasaba era que en ese año, 1963, no había ningún estudiante ni profesores cubanos que hablaran español en Vietnam. Al no existir se tenía que buscar quienes hablaran francés, que era el idioma puente. En esa fecha ya hacía, además, un año y medio que me había graduado en el Instituto de Administración y Comercio, en la especialidad de Contabilidad y trabajaba como contadora.
«Pero no era algo que me gustara mucho y me decía que no iba vivir de eso. Entonces, como hablaba francés e inglés y además estaba estudiando checo en la Lincoln, un idioma que no podía continuar por falta de profesores, me propusieron a mí para ir a Vietnam. La tarea de buscar a alguien para ir al país asiático se la dieron a la Juventud Comunista de la escuela, pues hacía años que venían muchos vietnamitas a Cuba, pero nuestro país no había podido mandar a nadie por el problema del idioma.
«Cuando cogí la beca me dije: como no hay nadie que hable vietnamita voy a vivir de esto y tuve demasiado trabajo después. Durante varios años fui la única cubana que hablaba vietnamita, sobre todo en el tiempo en que había guerra y mucho intercambio de delegaciones de ese país hermano con el nuestro».
«Mi familia no interfirió en nada. Ellos sabían que yo siempre estaba buscando cosas nuevas y cambiando. Eso sí, mis padres y mis amigas me decían: Tú has visto la situación de ese país que está en guerra, que no hay automóviles, que se ven los bueyes por las calles… pero yo estaba decidida.
«Me fui a estudiar la licenciatura en idioma y literatura vietnamita. Partimos en avión. Era la primera vez también que cogía este medio de transporte y fue algo infernal. Recuerdo que llevé conmigo una cajita de bombones, un libro para leer, pero fue todo el tiempo con náuseas, un viaje muy largo, con escalas de muchas horas.
«Me sumé a un grupo de jóvenes que iban a estudiar a China. Ellos se quedaron en esa nación y yo seguí. Al llegar a Vietnam, en el aeropuerto me recibió un funcionario del país y, de inmediato, me llevó para la escuela, que estaba ubicada en las afueras de la ciudad de Hanoi. Allí solo había estudiantes asiáticos y una polaca.
«Ese primer día me fue a ver el cubano Edgar Díaz Valera, el agregado cultural de la embajada, y me explicó cómo eran las cosas. Para llegar a la escuela, que estaba cerca de una pagoda que se llamaba Chua Lang, había que pasar por un caminito entre arrozales, de los cuales a veces salían serpientes, y a las que les tenía un miedo horrible. Los albergues estaban cerca de la escuela, eran naves individuales, en una parte los dormitorios y en otra las aulas, según los grados.
«Al llegar al albergue una de las cosas que me impresionó fue la pobreza que existía en ese momento, un país en guerra, al que querían exterminar. Pero nada, hice amistad con los estudiantes que hablaban inglés y francés, con una muchacha de Indonesia y una polaca. Habían algunos que solo hablaban ruso. Los vietnamitas que nos atendían y los maestros hablaban francés y eso fue otra gran ventaja para mí.
«En los primeros tiempos, cuando no tenía amistades, sobre todo los domingos, me iba para la embajada cubana. Después, cuando hicimos grupos, los primeros estudiantes salíamos a comer, a compartir con los amigos vietnamitas en sus casas y a recorrer un poco la ciudad y a conocerla. Cuando me iba de vacaciones a Cuba hacía un recorrido en tren donde pasábamos por varios pueblos y observábamos el paisaje, las viviendas…
«Cuando los bombardeos estaban cerca de la escuela nos evacuaron a una comuna en el campo. Recuerdo que allí existían unas camas de madera gigantescas para tres o cuatro personas. A la hora de acostarme siempre usé la ropa vietnamita, porque había que levantarse a cualquier hora para ir al refugio cuando se sentían las bombas. Igual sucedía cuando estábamos en la ciudad. Esa ropa es muy cómoda.
«Me costó mucho trabajo aprender el vietnamita por los tonos que tiene, que son seis. Aquí nosotros le damos cualquier tono a las palabras, según lo que queramos, pero ellos no, y si no pronuncias las palabras con esos tonos son ellos los que no te entienden. Por otra parte, el vietnamita no tiene conjugación, es muy escueto. Muchos me decían que hablaba la lengua de Hanoi, no la vietnamita», dice sonriente.
—¿A pesar de los bombardeos siempre estuvieron en la misma escuela?
—Cuando llegué a Vietnam los bombardeos no habían empezado en la provincia de Hanoi, donde se iniciaron meses después, pero ya tenían los refugios personales preparados. La zona donde nosotros estuvimos era asediada constantemente y, según se acercaban los bombardeos, nos fueron cambiando de escuela, nos evacuaban. Nos mandaban para lugares que no tuvieran objetivos estratégicos o peligros, pues donde estábamos había centrales eléctricas, fábricas, obras muy importantes.
«Cuando los bombardeos se hicieron más intensos y creció el movimiento para diferentes escuelas, la embajada planteó una decisión real: no era posible tener una estudiante regada por ahí. Como ya estaba en cuarto año, que solo daba clases por la mañana y en la tarde iba para la embajada como traductora, en uno de esos cambios de lugar decidieron que no regresara más a la escuela. Solo volví a recoger las ropas y me quedé en la embajada hasta que cumplí los cinco años».
—¿Entonces no pudo terminar la licenciatura en idioma y literatura vietnamitas?
—Esta última no la pude terminar por lo que ya te conté; además, la embajada necesitaba un traductor cubano, algo que no había tenido nunca. Fue cuando me plantearon ir para allá en esa función. Trabajé casi dos años como traductora.
—¿No tuvo temor durante los bombardeos?
—Son escenas muy desagradables. Durante la estancia de Santiago Álvarez ocurrió uno de los mayores bombardeos que pude vivir en Hanoi. Se ensañaron con un barrio entero sin que existieran allí objetivos económicos. Allí murió mucha gente, y eso fue muy impactante. Ver desde la escuela a las personas corriendo a los refugios, algo que yo también hacía, era muy doloroso.
—¿Cómo se comunicaba con la familia?
—Lo hacía por cartas y nunca me quejé de nada, aunque ellos sabían de la situación de Vietnam. Siempre me decían que me cuidara mucho.
***
Veintiséis años tenía Ivonne cuando regresó a Cuba. Era 1968 y en esa fecha ya de sus compañeros de escuela en Vietnam no quedaba ninguno. «Cuando empezaron los grandes bombardeos los europeos retiraron a sus estudiantes, y en otros casos los padres los mandaron a buscar enseguida».
Cuando llegó a la Mayor de las Antillas sus compañeras de la secundaria, de las escuelas donde estudió, fueron a recibirla con honores: «como si yo hubiese participado en la guerra». Al llegar al país la ubicaron como traductora del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), función en la que solo estuvo un año.
«Por esa fecha se abrió una embajada cubana en Vietnam del Sur —al inicio nuestro país fue el único que la tuvo—, y el embajador en Cambodia lo era a la vez en la zona liberada. A solicitud del Minfar me traslado como agregada cultural para la embajada en Cambodia. Cuando terminé la misión en ese país, volví al Minfar, a la dirección de relaciones internacionales.
«Luego me fui al Ministerio de Relaciones Exteriores para trabajar como diplomática. Pasé por varias etapas de la diplomacia y estuve en países como China, Laos, Sri lanka, Cambodia, Maldivas y Pakistán en diferentes cargos, llegando a ser embajadora en los últimos cinco países. Lo curioso fue que nunca regresé a Vietnam a trabajar. Las veces que lo hice fue de visita.
«Fue un tiempo donde tuve mucho trabajo. Te podrás imaginar todo el intercambio que hubo con Vietnam en los años 60 y 70, tiempos muy cruciales. Hasta el año 74-75 no hubo otro cubano que hablara vietnamita. Así que yo lo mismo traducía boletines, revistas, documentos, periódicos, a un funcionario o a un alto dirigente. Trabajaba como diez o 12 horas».
—¿Por eso fue que conoció a Fidel?
—Tuve el privilegio de traducirle a Fidel y a Raúl en varias ocasiones, incluso sin estar dedicada ya a esta profesión. Eso fue muy emocionante. Igual que cuando lo hice con Ho Chi Minh tenía mucho miedo a equivocarme, al punto que a Fidel un día le expresé: yo voy a tratar… y cuando me escuchó llamó inmediatamente al traductor de francés, entonces le dije: Yo también sé francés Comandante, entonces dijo: ahhhh bueno…
«Cuando no entendía algo utilizaba el francés. No es lo mismo traducirle a un compañero que uno ve todos los días que a Fidel. Él era un hombre muy impresionante por su propia figura. Raúl me impresionaba también, aunque en su caso me inspiraba más tranquilidad. También pude traducir para Osvaldo Dorticós. Eran los años de Vietnam en Cuba, cuando se creó el Comité de solidaridad se hizo un fuerte trabajo de propaganda y en ese tiempo no había traductores. También fui traductora de Vilma. Fueron misiones ocasionales, no siempre».
—Hay una distancia cultural enorme entre un cubano y un vietnamita, ¿cómo se sentía eso cuando usted estudió en aquel país?
—Son muy diferentes por su cultura e idiosincrasia. La gente de Vietnam es muy laboriosa, creativa y entregada. Por ejemplo, con la escasez que provocaba la guerra hacían postales y cosas de artesanía muy lindas, eran muy pocas pero finas. En medio de la situación que vivían nosotros les brindábamos la confianza que necesitaban en ese momento o aquella pequeña alegría que podía llegar a ellos en un momento tan duro para su país.
—¿Qué fue lo más duro a enfrentar?
—Las serpientes (sonríe). Yo le tenía mucho miedo, aunque vivía entre ellas como te expliqué. Cuando llovía entraban a la habitación y yo me subía en una silla. Durante los bombardeos tenía más temor a encontrar un bicho dentro de los túneles que a las mismas bombas. Esos huecos se llenaban de agua y hasta entraban serpientes. Recuerdo que los vietnamitas corrían detrás de mí y me incitaban a entrar. Yo me demoraba para hacerlo y mientras no bajaba ellos seguían detrás de mí para protegerme.
«También tuve momentos difíciles cuando vivía en la comuna, con el tema del agua, pues estaba muy contaminada y se me enfermaban los ojos con mucha facilidad. No había agua corriente, era un líquido verde. Una vez pensaron que tenía tracomas, una enfermedad de los bueyes y los búfalos…, parásitos que te comen los párpados. Cuando me sucedió cogí miedo, pero era que el agua me había hecho daño, incluso tuve que ir a ver a los médicos. Por suerte no era tracoma, sino una conjuntivitis bien fuerte.
—¿Y las comidas?
—A mí todas me gustaron, salvo que tuvieran picantes. Comí serpiente —aunque le tenía miedo—, perro... Había un desayuno que era el arroz glutinoso con carnes que la gente decía que era una comida de campesinos, y yo me comía el mío y el de mi compañera de cuarto. Una de las cosas que más me gustó fue el Nem, cuyo contenido a base de carnes se envuelve en una hoja hecha de polvo de arroz. Saliendo de las comidas te cuento que nunca pude usar las chancletas de palo de allá.
—¿Nacieron muchas amistades en ese país?
—Yo vivía con estudiantes chinas. Una de ellas fue como mi hermana mayor, pues me cuidaba cuando estaba enferma, me lavaba la ropa, era muy cariñosa, buena… Imagínate que después ella fue embajadora y me mandaba saludos con los funcionarios cubanos y después nos vimos en Pekín cuando yo trabajé en la capital China, la única con la que me encontré después de irme de Vietnam.
La de indonesia me escribió siendo yo embajadora en Sri Lanka, y la polaca me mandaba incluso bombones. Entre todos nació una amistad muy linda. Fue agradable tener compañeros como esos, rompiendo las barreras de la nacionalidad, de las culturas, de vivir en peligro, de tener que enfrentar las serpientes, todo lo cual nos unió más. Me fue agradable aprender un poquito de cada uno».
—¿Se hablaba de Fidel en el tiempo que usted estuvo en Vietnam?
—Mucho, y eso que Fidel no había estado allá. Recordemos que lo hizo en 1973. Fue el primer y único mandatario que visitó Vietnam en tiempos de la guerra. Siempre eran sentimientos muy recíprocos, que Fidel era igual que Ho Chi Minh y viceversa, había una comprensión muy grande de las características de la Revolución Cubana.
—¿Valió la pena haber vivido tanto sacrificio?
—Cómo no. Fue una gran experiencia, porque conoces otra cultura. Estuvimos en Vietnam cuando se construía su historia de lucha y resistencia y ello te da satisfacción. Fue algo trágico, pero que tuvo repercusión mundial, que de algún modo fuiste parte de eso y sufriste también por su lucha. Conocí después, en funciones de trabajo, a norteamericanos, y cuando les he dicho que estuve en Vietnam, y que estuve bajo el asedio de las bombas de su país, se muestran avergonzados. Sufrimos tanto como los vietnamitas, viendo como destruían sus casas o asesinaban a sus familias, y eso duele mucho.