Julio Antonio en Obispo, Servando Cabrera Moreno. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 24/03/2018 | 07:18 pm
Buscando en México cuánto quedó atrapado de Julio Antonio Mella en los velos del tiempo, esta reportera pudo conversar, en el 2006, con la prestigiosa intelectual de origen argentino, Raquel Tibol. Entonces la crítica de arte, periodista y autora de más de 40 libros tenía 73 años y era una de las voces vivas, de mayor rigor, con la que podía hablarse sobre la presencia del luchador comunista en tierra azteca.
En el Distrito Federal, capital de la nación donde se radicó desde 1953, Raquel compartió estampas de valor. Pasaron los años y en 2015 murió la que fuera asistente del pintor muralista David Alfaro Siqueiros y amiga de Frida Kahlo. Su voz en aquel diálogo quedó grabada, y muchas ideas quedaron escritas sobre una agenda. El testimonio sirvió para narrar, tiempo después, sobre la búsqueda de un Mella que la pensadora de origen argentino calificara de maduro, de «hiperactivo lleno de sustancia».
Inspiradas en el revolucionario que nació el 25 de marzo de 1903 —quien fuera asesinado el 10 de enero de 1929 en el Distrito Federal por sicarios de la tiranía de Gerardo Machado—, nacieron estas páginas de las cuales ahora extiendo —a modo de homenaje y especialmente a nuestros jóvenes— fragmentos de lo redactado mientras iba tras las huellas de un joven excepcional.
El asombro ante un ser precoz
En el último piso del recinto de la Secretaría de Educación Pública en el Distrito Federal la luz esparcida en el aire nos ayuda a mirar detenidamente estampas como El tianguis, En el arsenal (1929), El herido (1928), El que quiera comer que trabaje (1928), La muerte del capitalista (1928), El pan nuestro (1928), La unión (1928), Alfabetización (1928), La cena del capitalismo (1928) acompañada de un cintillo donde puede leerse: «El oro no vale nada si no hay alimentación», El sueño (1928) adornado con una verdad musical y triste: «Son las siete de la noche/ y el pobre está recostado/ duerme un sueño muy tranquilo porque se encuentra cansado».
Todas las creaciones son de Diego Rivera. Como flores recién cortadas, parecen estar unidas por una cinta que a modo de pórtico del corrido de frescos afirma: «La verdadera civilización será la armonía de los hombres con la tierra y de los hombres entre sí». Hasta aquí hemos llegado para respirar algo de una época que se evaporó y llevó consigo el estallante desarrollo de los ferrocarriles, la radio con su halo de artefacto nuevo, el fonógrafo portátil, la moda de los jarrones y pebeteros importados del Oriente, las corridas de toros...
En aquellos días Mella fue muy amigo del pintor y de otros valiosos intelectuales. Años después de que el joven fuera asesinado, Diego Rivera, cuando daba alguna charla, pedía a los presentes con 25 años que se pusieran de pie, y entonces recordaba la precocidad del comunista, todo lo que había hecho en tan poco tiempo de vida.
Vinimos ante los frescos por sugerencia de una mujer inolvidable y nada fácil: Raquel Tibol, quien fuera secretaria de Diego y nos comentó días antes: «Pese a que sus edades eran diferentes —42 al lado de 25— Diego Rivera y Julio Antonio Mella eran muy amigos».
«Desde que Mella llegó a México —afirmó Raquel— se unió a El Machete. Diego estaba ligado a ese periódico comunista, había sido uno de sus fundadores (…) tenía una propensión especial, le atraían particularmente los jóvenes, mujeres u hombres, con brillantez intelectual, compromiso político, concepciones avanzadas. Todo eso lo tenía Mella. La relación fue tan fluida que cuando Diego pintó En el arsenal lo retrató».
—Háblenos del paso de Mella por México. Nos han dicho que fue como el de un cometa…
—Baje, baje…, si usted habla de un personaje cometa está fuera de la realidad. Él es un ser humano superdotado en relación con otros jóvenes de su generación. Si estamos hablando de una gente superdotada, con una vocación de liderazgo muy natural, a la vez muy fraterna, a la vez con un físico precioso, bueno… lo estamos haciendo de alguien que reúne cualidades, pero no de un cometa. Él es un trabajador político. Escribe mañana, tarde y noche, y cuando se va a vivir con Tina Modotti ambos se complementan: ella le da tranquilidad para poder escribir, él ya viene de un matrimonio deshecho, de haber tenido una hija…
«Entre ellos hubo identificación, que es distinto a una influencia, porque los dos venían de una militancia. (…) Ahí hubo un entendimiento entre dos seres de gran refinamiento espiritual. Creo que Mella era de esas personas que necesitan formarse día a día, ir madurando, ir conociendo cada vez más. (…) Hay que destacar su capacidad de argumentación que no es emocional sino hecha con elementos salidos de una mente disciplinada en el pensamiento revolucionario. Es eso lo asombroso de Mella. Él podría haber tenido 45 años e igualmente asombraría, pero ese asombro es mayor porque era verdaderamente joven».
En su valoración sobre la presencia de Mella en México Raquel añadió: «De 1925 a 1929 van cuatro años. Fueron para Mella (…) de una actividad verdaderamente fenomenal. En ese tiempo él se liga a la clase obrera, a los sectores universitarios, a los comunistas mexicanos. Es todo el tiempo un hiperactivo, pero además, un hiperactivo lleno de sustancia. Basta leer sus escritos: son de una gente con un pensamiento revolucionario muy maduro para su edad (…). Me causa asombro su precocidad política, un tremendo asombro».
Raquel nos contó las razones por las cuales había decidido escribir el libro Julio Antonio Mella en El Machete. Ella, que tenía una relación muy estrecha con David Alfaro Siqueiros, pensaba hacer un texto sobre la obra del pintor mexicano: «Busqué entonces y resultó que en México había solo una colección de El Machete en manos de dos personas que habían sido miembros del Partido Comunista. Hablé con ellos y les dije: “Estoy haciendo un libro sobre Siqueiros y necesito consultar El Machete de la A a la Z, préstenme, por favor”. Trabajaba el libro en el estudio de Siqueiros. Hasta allí llevé los ejemplares de El Machete. Comencé, como se leen los viejos periódicos, línea a línea, y la carpetica de Siqueiros crecía, pero la de Mella crecía mucho más. Fue entonces cuando dije al pintor y a su esposa que me perdonaran, que me iría a casa para trabajar los materiales de Mella y que después regresaría para terminar el otro libro. Y así lo hice.
«Haciendo lo de Mella pregunté a Siqueiros cómo recordaba al joven y me dijo que tenía un temperamento explosivo, que cuando se enojaba rompía sillas contra las mesas, me hizo la descripción de una persona iracunda, tremenda. Parece que en algún momento ellos discutieron sobre algunos temas. Sé que las posiciones de Siqueiros irritaban no solo a Julio Antonio sino también a Diego Rivera y a otros. De modo que en este caso la descripción tiene mucho que ver con quien la hizo. Y aun así Siqueiros hizo un precioso retrato de Mella para mi libro. La pintura está basada en una fotografía de Tina Modotti. Está claro que el pintor se olvidó, al hacer el retrato, de ese joven iracundo que él veía en Mella, y pintó a un hombre, no a un adolescente, con gran firmeza. Es un retrato fuerte pero a la vez afectuoso, de respeto al revolucionario. Eso es lo que tiene de maravilloso».
Raquel fue la primera en publicar cartas de Frida Kahlo a su novio Alejandro Gómez Arias, quien, por cierto, fue muy amigo de Mella, y uno de los que habló en la Escuela de Jurisprudencia cuando allí estuvo expuesto el cadáver del joven cubano. Alejandro compartió en 1983 la impresión que le causó Julio Antonio. Quien fuera Presidente de la Federación Estudiantil Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México y conociera al cubano en la Escuela de Derecho, expresó: «Yo diría que Mella era un hombre impregnado de la lucha contra la dictadura de Machado y las actividades del Partido Comunista, principalmente en lo que corresponde al imperialismo. (…) Era un hombre que cuando no estaba en el mitin o en la tribuna se mostraba introvertido (…). Me daba la impresión de ser un hombre poseído de ciertas ideas que lo hacían retrospectivo y silencioso. Era físicamente muy atractivo.(…) Lo recuerdo siempre sentado en las últimas filas; sin embargo, siempre que el maestro lo interrogaba, cosa que a mí me parecía extraña, resultaba que él sabía la clase. Era en cierto sentido un buen estudiante, aunque yo siempre lo sentí poseído de un espíritu crítico. Como buen marxista él tenía una idea distinta de muchas de las materias que se impartían».
Provocan asombro la variedad y hondura de las ideas hilvanadas por Julio Antonio para publicar en el periódico El Machete. Vuelvo sobre fragmentos de artículos que el joven comunista escribió inspirado en su viaje a la Unión Soviética en 1927, luego que hubo participado en el Congreso Antimperialista de Bruselas. Fueron crónicas que los editores calificaron de «puramente objetivas, sencillas, especialmente escritas para los trabajadores».
Luego de la entrevista con Raquel, me ronda una y otra vez la imagen de Julio furioso, mientras defiende sus ideas en un diálogo con Siqueiros. Es una escena que el pintor, desde su pasión, pudo haber compartido en algún momento con Raquel. Lo que sin embargo dejó dicho en 1967 y recogen los textos es un testimonio desbordado de respeto y cariño: «Era un hombre de gran profundidad de pensamiento. Era un extraordinario orador y un orador de masas magnífico. Convivió conmigo en el movimiento obrero en Cinco Minas, La Masata, en Favor del Monte, en muchísimos de los centros mineros de México… Juntos viajamos a la zona del Golfo, a Tampico, a Chihuahua. Fue un hombre prominente, querido por todos. Realmente, Julio Antonio Mella no solamente fue un líder de primera magnitud en Cuba, con toda su lucha heroica maravillosa, sino en México también».