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Constancia de un amigo

Una empatía especial, a prueba de fidelidades, lograron siempre los villaclareños con el líder histórico de la Revolución, quien anduvo cabal por ciudades, lomeríos y bateyes de estas tierras, incluso antes de 1959, cuando la Revolución aún se forjaba

 

Autor:

Nelson García Santos

Santa clara, Villa Clara.— El ajetreo en el batey del central Constancia, en Encrucijada, era mínimo: el silencio de las maquinarias, la ausencia del trasiego de las carretas tiradas por bueyes y el rugir de las locomotoras de vapor imprimían la calma inconfundible del tiempo muerto, ese que venía después que el ingenio dejaba de devorar cañas.

La claridad mañanera vino con una tenue y agradable brisa que esparcía el rocío de la floresta, cuando el poblado se había despertado, antes del cantío de los gallos, para echarse a la campiña sustentadora.

Aquel día nada presagiaba que habría algo diferente, pero pasados los años tuvo una connotación muy especial para orgullo de los lugareños del batey y de la localidad de Encrucijada.

Abel Santamaría había llegado de imprevisto con unos amigos desde La Habana. Es fácil imaginar la curiosidad de los visitantes que descubrían nuevas tierras, conocían a los familiares más íntimos del anfitrión, e indagaban por las remembranzas sobre cómo fueron su niñez y adolescencia.

De seguro tampoco faltó la referencia al General de las cañas, Jesús Menéndez, a quien el encrucijadense admiraba por sus luchas a favor de los trabajadores azucareros, y tampoco el análisis de la situación política de la zona. Ese tema resultaba recurrente entre los Santamaría Cuadrado. 

Fue un día feliz para todos. Conocían los familiares de Abel la admiración y el cariño que él profesaba por aquel amigo, desde que lo conoció en La Habana, y cómo este también supo aquilatar la grandeza y entereza del muchacho en quien depositó toda su confianza.

El joven que estaba allí compartiendo con su familia era Fidel Castro, y el motivo de este de trasladarse desde La Habana hasta Encrucijada fue más bien sentimental, quería conocer a la familia y la tierra de su entrañable hermano de luchas, y darle esa satisfacción de compartir con sus seres queridos antes del ataque al Cuartel Moncada.

Me voy contigo 

En testimonio ofrecido hace algunos años a este diario, Alberto Taboada, combatiente de la guerra de liberación y de la lucha clandestina, narró que Abel le comentó a Fidel que iba a regresar a su pueblo natal azotado por un tornado. Tal vez para su sorpresa, el líder revolucionario le contestó que lo acompañaría, y le propuso llevar a Fernando Chenard para que dejara constancia fotográfica.

Santamaría Cuadrado estaba consciente de que quizá sería el último encuentro con sus seres queridos y su natal terruño. No caben dudas de que esa ocasión fue muy especial para Haydée y su hermano, aunque a él lo distinguía su optimismo. Nadie lo imaginaría pensando en la muerte cuando iba en busca de la vida para su pueblo.

En determinado momento de la estancia mientras Chenard permanece en la casa de los Santamaría, Fidel decidió visitar a la familia de Alberto Taboada.

Cuenta él que junto a Blas Hernández y otros compañeros, contactaron con trabajadores tabacaleros y dirigentes obreros de la zona para conocer el estado de ánimo contra la dictadura.

Fue en esa oportunidad cuando, a la espera de un café en un comercio a la salida del poblado, Fidel asume el pago del consumo del sargento Malacara, a la sazón jefe provisional del puesto de la Guardia Rural, quien se percató de que eran jóvenes revolucionarios.

Ante el asombro del militar razonó: «Un día llegará en que los hombres de uniforme puedan compartir con los del pueblo como una cosa normal sin que nadie se sorprenda», memorizó Taboada.

Esa, la segunda visita del líder de la Revolución a esta provincia, no acaparó titulares en la prensa, a pesar de ser una figura conocida que se había opuesto al golpe batistiano del 10 de marzo de 1952, con palabras meridianas: «¡Revolución no, zarpazo! Patriotas no, liberticidas, usurpadores, retrógrados, aventureros sedientos de oro y poder».

A esas alturas contaba con un historial revolucionario de denuncias de aquellos gobiernos corruptos de la seudorrepública a los que había combatido con palabras y hechos.

Una fiera de uniforme 

El primer encuentro del Comandante en Jefe con tierra villaclareña fue de combate. Él, en ocasión de inaugurar el primer tramo en Placetas del ferrocarril rápido Santa Clara-Habana, expresó: «Sí, yo recuerdo cuando era recién graduado de abogado que vine aquí a Santa Clara; porque había un capitán por ahí por Cienfuegos que era una fiera contra los estudiantes. Me metieron preso y me hicieron un juicio. Vine a defenderme yo mismo. Suerte que no quedé preso».

Lo acusaban, junto a su compañero Enrique Benavides, de organizar disturbios en la ciudad de Cienfuegos, adonde había llegado para participar en un acto de protesta contra decisiones del Ministro de Educación que afectaban a los estudiantes.

Aquel 14 de diciembre de 1950, en su primera autodefensa, de manera contundente y viril, el joven jurista dijo verdades que jamás se habían escuchado en esa sala. El tribunal tuvo que absolver a los acusados por entender que no se había probado el delito.

El líder revolucionario argumentó abiertamente sobre la falta de garantías constitucionales, los atropellos del régimen, la política corrupta de Prío Socarrás, la malversación y otros males que sufría Cuba.

En ocasión de las inundaciones en Jibacoa. Foto: Periódico Vanguardia

En esa empatía recíproca entre Fidel y los villaclareños, que se fue forjando en el devenir histórico, hay momentos especialmente significativos: la acogida de la Caravana de la Libertad, el 6 de enero de 1959; cuando recibió en 1997 a los restos del Comandante Ernesto Che Guevara y un grupo de combatientes de la gesta de Bolivia; su aporte al desarrollo del Escambray. 

Mención especial merece lo sucedido el 30 de septiembre de 1996. Ese día se satisfizo un anhelo de los villaclareños. Hacía rato que no venía a esta ciudad y él, conocedor de esa realidad, le reveló a la multitud: «Muchos compañeros me hablaban y me decían: «Hace tiempo que no visita Santa Clara (RISAS), y se preguntan que por qué no visita, si estuvo por acá, si estuvo por allá (RISAS). Yo les puedo asegurar, con la sinceridad que me ha caracterizado siempre, que eso no tiene absolutamente nada que ver con el cariño, el respeto y la admiración que yo he sentido siempre y sentiré siempre por Santa Clara y por Villa Clara».

En aquella jornada la plaza fue desbordada por una multitud nunca antes vista en ese escenario, donde todavía no reposaban los restos del Comandante Ernesto Guevara.

Resultó una ocasión histórica, como la calificó Fidel, quien dijo: «Para mí será una fecha que me unirá eternamente en el recuerdo a esta ciudad y a ustedes, que nos colma de orgullo a todos nosotros, que nos llena de confianza y de fuerza».

En el intenso intercambio de Fidel con la gente de este territorio, ocupa un lugar prominente el lomerío del Escambray. Él inició allí, desde los primeros años de la Revolución, un programa de desarrollo económico y social, cuya ejecución siguió personalmente.

Así surgieron la comunidad de La Yaya, primer pueblo de la Agrupación Genética del Escambray; El Tablón, La Parra, Arimao, El Roble, La Sierrita…, además de carreteras, caminos, centros de instrucción y cultura, junto al fomento del café, el tabaco, la producción lechera y los recursos forestales.

En primera persona

Tuve el privilegio de estar cerca de Fidel, de escucharlo y verlo exponer, serena pero enfáticamente, lo que para mí en ese momento parecía un sueño. Así fue durante un recorrido por el litoral de Corralillo. Al mirar la franja de playas, nos sorprendió a todos cuando delineó el surgimiento allí de bases de campismo. Y ahí están desde hace muchísimos años.

Nunca olvido aquellos momentos en que se le apreciaba alegre y feliz al inaugurar la carretera de Potrerillo a Cumanayagua —en el Escambray—, la textilera villaclareña o el primer tramo del ferrocarril rápido en Placetas, ni tampoco cuando infundía optimismo tras el azote de un ciclón y cómo su presencia hacía olvidar la desgracia ocurrida.

He visto de cerca caer lágrimas por la emoción ante su presencia, saltar de alegría, buscar su respuesta, que siempre la tenía, ante un problema, quedarse ensimismados mientras él dibujaba el futuro en medio de la destrucción de un huracán. He visto de cerca, que siempre es más impactante, ese cariño recíproco entre pueblo y Fidel, ¡que son lo mismo!

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