Fidel y Maradona. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 26/11/2017 | 02:13 am
Solo pude ver un «enano» corriendo de forma endiablada, con un enjambre de pelo hecho rizos y gritando «boludeces», amontonadas una tras otra, a sus compañeros. Los años no me dejaron estar allí, y aplaudir de pie, y llorar con desconsuelo por el privilegio. El artista «pintó» un lienzo en diez segundos. Lo hizo sin pensar. De forma envalentonada agarró el pincel —la pelota— e hizo una historia casi sin proponérselo. Su cuadro es el más hermoso que guardo en mi memoria.
En el último retazo de césped, justo donde la línea de cal amenaza con romper la esperanza del goleador, Diego Armando Maradona ondula elegante su cuerpo a la izquierda, con la pierna derecha le pega con furor a la pelota y, apenas sin ver lo que pasó, se lanza en una carrera iracunda por el terreno, casi a sabiendas de que su anotación había sido la más espectacular de la historia. Mientras, en el mundo entero retumba el «¡Genio, de qué planeta viniste!», que inmortalizó Víctor Hugo Morales en una narración antológica para el gol más hermoso del siglo.
Era la tarde del 22 de junio de 1986, y en el estadio Azteca los albicelestes enfrentaban nada menos que a los ingleses. No solo estaba en juego el Mundial de Fútbol, que ya es decir demasiado para un argentino, sino la integridad moral de un pueblo que vio cómo les eran arrebatabas Las Malvinas, las islas de la discordia. Así, en medio de una gigantesca rivalidad extrapolada al terreno de juego, la cual superaba con creces los linderos de lo deportivo, Maradona sació en cierta medida la impotencia de los sudamericanos y su figura comenzó a adquirir la categoría de mito.
No es menester entonces aclarar que las piernas del genio del fútbol mundial son uno de los patrimonios más celosamente admirados a lo largo y ancho del planeta. Pudiera pensarse que no son más que dos miembros, cierto, pero están tan henchidos de virtudes y momentos relevantes que constituyen ya una especie de esfinge religiosa que veneran los argentinos y los maniáticos al fútbol en general.
La imagen de Fidel
En la zona del gemelo de la pierna izquierda, el gran tesoro de Maradona, luce en tinta azul, sin lugar a la confusión, el rostro de Fidel Castro. Al lado, también inconfundible, la firma del Comandante, que Diego lleva como una marca exclusiva de su amistad con Fidel, un privilegio al alcance de pocos.
Apenas un año después de rozar la gloria en tierras mexicanas y perpetuar su nombre para la eternidad, a Diego lo sorprendería una noticia: su nominación como mejor atleta de Latinoamérica durante el año 1986, un premio otorgado anualmente por la agencia Prensa Latina, y que vendría a recoger personalmente en La Habana.
Era la primera vez que Cuba acogería al más grande de los futbolistas del mundo. El 23 de julio de 1987 llegó a la capital y, solo cinco días después sucedería uno de los sucesos más importantes de su vida, algo totalmente ajeno al más universal de los deportes: conocer al Comandante en Jefe Fidel Castro, uno de sus ídolos.
Cuentan que el crack sudamericano fue recibido por Fidel a las 11:40 p.m., en un encuentro entre dos desconocidos que, en fracción de minutos, se convirtió en la conversación de dos amigos, como si se conociesen de toda la vida. Nadie sabía de qué hablaban específicamente, pero a las tres de la madrugada todavía estaban charlando en tono ameno.
El propio Maradona, visiblemente sorprendido, confesó tiempo después algunos detalles de su primer encuentro: «Lo recuerdo muy bien. Me preguntó:
—Dime, ¿a ti no te duele cuando chutas o cabeceas la bola?
—No.
—Pero, coño, ¿por qué me dolía a mí cuando jugaba de muchacho?».
Mientras habla de Fidel, al Pelusa siempre se le dibuja una sonrisa en el rostro. Parece nostalgia. En sus ojos, dos bolas de cristal amenazan con romperse. Todo es tangible, pese a la distancia intraspasable de la televisión.
«Seguimos con eso del fútbol y me dijo que, cuando jugaba, él era ¡extremo derecho! Entonces yo le dije en broma: «¿Cooómo? ¿Derecho, usted? Wing (en Argentina se denomina así a una posición en los equipos deportivos de rugby) izquierdo tendría que haber sido».
«Tenía la sensación de que había estado hablando con una enciclopedia. Haberlo visto había sido como tocar el cielo con las manos», aseguró en aquel entonces el Diego de la gente, alguien para quien las sorpresas eran bien escasas después de haber recorrido medio mundo, rompiendo redes y conquistando el cariño de los aficionados al fútbol.
Sin embargo, conocer a Fidel Castro marcó su vida, tanto que hoy, con la misma fama de antaño y siendo su pierna zurda tan venerada como siempre, lleva en la pantorrilla, orgullosamente, el rostro del Comandante. «Lo llevo tatuado en la piel y en el corazón», dijo. Un gesto que tiene implícito un mensaje demasiado grande.
Las raíces de una amistad
Desde 1987 en adelante muchas veces regresó Diego a Cuba para visitar a su gran amigo. A partir de entonces fue portavoz de las ideas socialistas y de las concepciones políticas del Comandante en lugares donde esto era prácticamente un suicidio. Intercambiaron misivas y, desde la distancia, el Pelusa enamoraba al mundo con su juego, mientras el Comandante seguía luchando por mejorar las condiciones de vida de los cubanos.
Algo es innegable: si Fidel consiguió ganarse la amistad del argentino no fue por su condición de Presidente, ni muchísimo menos por su marcada connotación política a nivel mundial. Se equivoca quien lo piense así.
En una de las cartas intercambiadas entre ambos genios hace poco más de dos años, Diego devela una característica muy valorada en su relación: «Fidel, si algo he aprendido contigo a lo largo de años de sincera y hermosa amistad, es que la lealtad no tiene precio y que un amigo vale más que todo el oro del mundo».
Maradona lo aseguró con la convicción de que el Comandante fue el único que le tendió la mano cuando gran parte del mundo lo rechazaba, en aquellos tiempos en que la droga le puso fin a su exitosa carrera. «Fidel me abrió las puertas de Cuba cuando en Argentina muchas clínicas me las cerraron».
Durante la recuperación, Fidel fue un asidero emocional para el mejor futbolista de la historia: «Él me habló muchísimo de la droga, de las recuperaciones y me hizo ver que sí podía». Durante su estancia en la clínica La Pradera, en La Habana, Diego jamás quedó desamparado, como él mismo ha reconocido ante disímiles medios de prensa internacionales: «Me llamaba a las dos de la mañana para hablar de política, béisbol o cualquier deporte…».
Un «crack» llamado Fidel
Una faceta poco conocida de la vida de Fidel fue su afición por el fútbol. Aunque fanático al béisbol desde su niñez, el deporte en que quizá más se destacó como atleta fue el baloncesto. Tenía el somatotipo de un buen pívot: alto y corpulento, justo el tipo de hombres que imponen su fuerza bajo las tablas. Sin embargo, también se interesó en múltiples ocasiones por las causas del escaso desarrollo del balompié en la Isla.
Siempre he creído que la presencia insaciable del Comandante en cada escenario, su complicidad con los atletas y su condición de gran aficionado, contribuyeron a las grandes epopeyas del deporte cubano internacionalmente.
Pese a ello, en el fútbol el avance jamás se ha concretado, y no por falta de empeño del líder de la Revolución. En 2014, por ejemplo, la selección cubana consiguió una de las más grandes gestas de su historia, cuando conquistó la medalla de bronce en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Veracruz.
En las semifinales, ante México, media Cuba vibró pasadas las 12 de la noche con los jóvenes antillanos, incluyendo a Fidel, quien poco tiempo después describiría el momento a su amigo Maradona: «En el reciente campeonato Centroamericano y del Caribe, en una disciplina tan importante como el fútbol, un juez nos impuso una penalidad arbitraria; no fue ni medianamente justa. El dinero para los ricos y las penalidades para los pobres. Como ves, quiero ser imparcial, pero puedo asegurarte que me cuesta trabajo».
Así era Fidel cuando hablaba de deporte. Siempre destacó su pasión por la práctica de la actividad física: «Yo hoy soy político, pero como niño, adolescente y joven, fui deportista, y a esta noble práctica dediqué la mayor parte de mi tiempo libre».
Ese fue uno de los lazos que lo ató siempre a Diego Armando Maradona, el genio de los goles, quien una vez, con las cámaras de portería, soltó un disparo para la historia: «Fidel es el golazo más grande de mi vida».