Renato Recio en el programa televisivo de la Mesa Redonda. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 07:03 pm
Renato Recio, el gran articulista que dejó una marca imborrable de talento y hondura en el periódico Trabajadores durante casi una vida, transitó en la madrugada de ayer del sueño al nunca jamás: como si no quisiera alarmar a la Maga, su amor obsesivo. Tan lúcido hasta el final, se fue tranquilo y ligero de equipaje, como el poeta.
Iluminado por una inteligencia crítica poco común, y no siempre comprendido en su buena intención incluido un libro indagatorio de la fracasada zafra de los diez millones en 1970, Renato descolló desde los años estudiantiles, cuando egresó de la memorable Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana y este redactor estrenaba aquellos pupitres.
Me lo topé a partir de 1976 en el periódico Trabajadores. Y sería ingrato si no reconociera que influyó para siempre, con mucho cariño, en mi formación como periodista; y en la de muchos colegas que ejercitamos el pensar a la sombra de sus agudezas en flor.
Tildado de autosuficiente, sobre todo por grises y envidiosos del talento, Renato supo crecerse profesional y humanamente en la Redacción de aquel Trabajadores, fragorosa de alientos obreros. Sencillamente demostró que era extremadamente suficiente para los géneros de alto calibre, con su elegante escalpelo de análisis.
Siempre me cautivó esa manera auténtica con que Renato suavizaba su altura reflexiva con un talante muy cubano hasta la campechanía, pleno de humor y fina ironía. Nunca extravió la muchachada y la travesura de los inteligentes. Nunca sucumbió al aburrimiento, esa planicie prohibida al verdadero periodista.
Renato entregó sus mejores brillos y más lúcidos años al periódico Trabajadores y a la prensa revolucionaria cubana. Conformó, junto al inefable Julio García Luis, un dueto insuperable para el artículo de fondo y el editorial, este último género de opinión mayor, al que le insuflaron un aliento controversial y problémico desde las posiciones del movimiento sindical entonces, que aún a estas alturas se sigue extrañando.
En su excelsitud como editorialista, cincelando la opinión mayor del periódico con un estilo impecable y vigoroso, Renato fue más modesto y desinteresado que muchos. Escondió su crédito y autoría generosamente, para hacer valer las posiciones del movimiento sindical ante no pocos desafíos.
Y eso nunca debe olvidarse, como no deben olvidarse sus aportes al periodismo de opinión en Hablando Claro, de Radio Rebelde, y su otro dueto memorable de juicios con Julio García Luis en aquel programa televisivo Hoy Mismo, una joya del ejercicio de la opinión. Como siempre recordaremos la seguridad, el lustre y el nivel argumentativo nada de retórica ni consignas con que asumió su participación en la Mesa Redonda.
Renato se jubiló un buen día y se apartó de los medios. Lo que muchos no sabían era que estaba cumpliendo la «carrera» más loable de un ser humano: auxiliado por su compañera Magalys, se entregó de lleno a cuidar durante siete años a su madre, postrada y languideciente en el lecho hasta su descanso definitivo.
De vez en vez lo llamaba por teléfono. Y siempre era el mismo: cariño y brillantez de pensamiento, aún entre cuatro paredes. Así fue siempre su devoción inmensa de esposo y de padre, de amigo. ¿Habrá rasero de raíz más trascendente para calificar a una persona en todos los demás órdenes de la vida?
Ahora que se marcha poco a poco una generación de periodistas cubanos pie en tierra hasta el final, urge que los jóvenes colegas conozcan a quienes les han abierto los caminos que ellos remontarán mucho mejor: Renato, nombre latino que significa renacido. Recio, de firme.